「q u i n c e」

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(n/a: podría decirse que esto es un capítulo para despedirme hasta septiembre, ya que prefiero dejar las ideas fluir y que la novela no caiga en picado. Espero que os haya gustado el capítulo y la manera en la que cerramos el tema de Reiju. Cómo siempre, gracias por leer, votar y dejar comentarios <3 ¡a leer!)

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—Reiju era... Muy... Distinta a las otras chicas. Hasta qué se marchó sin avisar para no volver después de una eternidad —hizo una pausa, expulsando un aro de humo que se esfumó como la niebla ante sus ojos— siempre había sido una hermana excepcional.

Zoro le escuchaba recostado en una silla. La luz azotaba la alfombra con forma de rectángulo. Sanji miraba el techo, tumbado en la cama, fumándose un porro.

—De pequeño me dejaba probarme sus vestidos, me conseguía tabaco... Llenábamos la casa de los vecinos con papel higiénico. Una vez, jugando al fútbol, rompimos el sombrero de uno de los gnomos del jardín.

—Sanji vestido de mujer —Zoro esbozó una sonrisa perpetua—, pagaría por ver eso.

—¡Te lo digo en serio! —Sanji se incorporó con torpeza— Creo que aún sigo guardando uno de sus vestidos en el armario.

Caminó hacia el guardarropa de madera de roble. Evitando una avalancha de cajas rotuladas, sacó una misteriosa prenda envuelta en una funda negra.

—No estarás hablando en serio.

—Me lo regaló en mi último cumpleaños que pasé con ella. Me dijo que era tan grande para que me lo pudiese seguir poniendo cuando fuese mayor. A ver si me vale. Ahora vuelvo.

Zoro sonrío mientras sacudía la cabeza. Se fijo en el porro que había dejado sobre la cama. ¿Hace cuanto que no fumaba? Le dio una calada soportando el ardiente humo que consiguió fruncir sus labios.

Cinco minutos después, la puerta se abrió, mostrando a un Sanji luciendo un flamante vestido rosa con vuelo justo al final.

—Dios. Si mi novio me viera vestido así me dejaría —se miró en el espejo. En el reflejo vio a un ensimismado Zoro devorándole con la mirada— O igual querría que nos lo montáramos antes.

El vestido le quedaba como un guante. El peliverde tragó saliva.

—Me... gusta.

—Me veo como la típica famosa destrozada por el botox, que tiene las tetas como mandarinas en calcetines y que acaba pareciéndose a un hombre —dijo extendiéndose la falda hacia los lados y mirándola con nerviosismo.

Los finos dedos de Zoro rodearon su cintura y tiró de ella, pegando sus cuerpos.

—Tendríamos que maquillarte —opinó, divertido, hundiendo su rostro en el hueco de la clavícula. Alzó el rostro, sonriente— ¿Me dejas?

—Creo que Libe tiene un magnifico kit de maquillaje que Zeff le compró en un bazar.

—Ahora vuelvo.

Para cuando Zoro llegó, Sanji le esperaba sentado en el borde la cama.

—Vale... A ver cómo sale esto... —abrió la cajita de plástico, que tenía un espejo muy poco nítido— ¿Pero que mierda es está?

—Maquillaje del chino.

—A ver, cierra los ojos. Te voy a dejar di-vi-na —dijo Zoro. A Sanji, quien le hizo gracia la manera en la que lo pronunció, le entró la risa floja— ¡Deja de moverte, que si no te lo hago mal!

—Vale vale, perdona —el rubio intentó estarse quieto.

Zoro comenzó a extender la gruesa pintura violeta por los párpados de Sanji. El peliverde, que se había metido mucho en el papel, empezó a hablar con un acento raro:

—Hay que difuminar bien el color para que no parezca que se ha pasado veinte horas sin dormir. A ver, pásame la barra de labios.

—¿Qué te has fumado? —preguntó Sanji. Al caer en la cuenta, abrió enorme los ojos— ¡Marimo estás drogado y me estás maquillando! —se miró— ¡Y estoy vestido de mujer!

—Deja de gritar, zorra chillona. Me estoy poniendo cachondo y hago un esfuerzo por no ponerte a cuatro patas aquí mismo.

Se observaron el uno al otro simulando un espanto y de algún modo esa circunstancia fue tomando cuerpo entre ellos hasta que sus pechos rebosaron de alegría. Les entró la risa, la típica risa que roza la histeria, que te provoca dolor de estomago y cada vez que lo recuerdas, hace que vuelvas a reírte.

—¡Llevo un vestido y te pongo! —Sanji le señaló con un dedo acusador.

—¡Mentira!

Justo entonces la pequeña Libe entró en la habitación. Vista la escena, su rostro palideció unos cuantos tonos.

—Yo... Siento interrumpir... Me voy abajo a jugar a la... Yo no os voy a escuchar... Eso. —cerró la fuerza con rapidez.

—¡Has traumatizado a tu hermana!

—¿Yo? —Sanji se señaló ofendido— Tú me has hecho este estropicio en la cara.

—Aún quedan los labios. Ven aquí.

Obediente, el rubio se posicionó frente a él. Sintió cómo la densa pintura roja recorría su boca de un lado a otro.

—¿Zabes? Eiju ambien me maquiaba cuanro ea equeño —dijo Sanji con la boca abierta.

El último acontecimiento fue olvidado por todos. Reiju se había volatilizado tan rápido como había aparecido.

Se miró en el espejo. Estiró la comisura de sus labios hacia arriba. Y la veía ahí, veía a su hermana delante de él. Y la ira se apoderó y se extendió por toooodo su cuerpo.

Se recostó sobre Zoro, juguetón, y este le siguió el juego antes de que se lo pidiese.

Dejó marcas rojas por todo su cuerpo, y el vestido cayó al suelo seguido de un millón de prendas más.

Pero tranquila, Reiju, que Sanji se está acostando con un hombre cómo si fuera una mujer.

El orden del caos 「Zosan - One Piece」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora