Días 8, 9 y 10 - 6 de Septiembre de 2012

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Odio los bichos, las arañas más que ningún otro. Me resultan amenazantes y me provocan desconfianza. Ni siquiera la típica araña casera sobrevive a mis zapatillas, no puedo con ellas, las mato antes de que me hagan nada a mí. ¿Y si topo con alguna venenosa?

Esa misma incógnita se me presentó en la mente en aquel momento y, si antes parecía un barullo de brazos al tanto moverlos para librarme de sus patas, me convertí en una peonza que giraba sobre sí misma sin descanso ni pausa. Gritaba; gritaba y chillaba con todas mis ganas, no sé a quién le pedía que me los quitase de encima, pero lo suplicaba desesperada. Sentía las tripas revueltas, sudaba frío, temblaba, lloraba a causa de la mezcla de miedo y asco que me embargaba. Y así, enloquecida, seguí no sé cuánto tiempo. Corriendo entre aquellas cuatro paredes acolchadas en color negro, rodeada de bichos que ya cubrían toda la superficie posible, incluyéndome a mí misma, que los tenía desde el pelo hasta los pies. Cada movimiento que hacía se veía reflejado en los espejos que me rodeaban, donde podía ver lo poco que asomaba de mí entre aquella ingente cantidad de repugnantes bichejos. Mi cara, era un poema, una oda al horror y al asco. Vi mis ojos, desorbitados a ratos, casi cerrados en otros, con expresión temerosa implícita en mi mirada. Sentía desesperación, pura desesperación que no hacía sino crecer y crecer con cada reflejo mío que alcanzaba a advertir en los espejos.

Desquiciada por toda la situación y una vez hube dejado de correr, ya cansada y creyendo que moría sin respiración de tan agitada que estaba, me detuve en el centro de la estancia y, con ojos y boca cerrados, me quedé allí de pie, sin más. Supongo que asumí que no lograría quitar de encima aquella colección de insectos que me aterraban. Seguía sintiendo su corretear sobre mí, multitud de patas campando a sus anchas por doquier, metiéndose bajo mi ropa, tratando de entrar en mi nariz y mis oídos. Me cubrí la nariz para evitar que ninguno se colase, pues si algo sé es que estos bichos se meten en el hueco más pequeño. Las arañas se encogen y por el agujerito de una fregadera salen sin problema, las he visto hacerlo, y temía que ese día se metieran en mi interior. Imaginé que eso sucedía, que me invadían literalmente, que ponían huevos en mí como si fuese su nueva casa... ¡Aaaaarggg! me da cosa hasta pensarlo ahora.

No recuerdo muy bien cómo fue pero, de pronto, una de las ventanas se abrió y, al mirar mientras me protegía los ojos de las patas escaladoras, vi cómo por ella empezó a entrar una especie de humo blanquecino en la habitación. No tengo mayor recuerdo sobre eso, solamente tengo clara una cosa, nada más que una. Mientras la habitación se volvía blanca y yo seguía cubierta de aquellos repugnantes seres vivos, todo se desvaneció ante mí.

Después, cuando ya apenas entraba luz por las ventanas, cerradas ambas de nuevo, abrí los ojos y me hallé tirada en el suelo cual bolsa de basura en pleno vertedero. Y lo digo en todo el amplio sentido de la palabra, pues a eso se asemejaba la sala, a un vertedero lleno de basura, compuesta ésta por la gran cantidad de bichos muertos que había por doquier. Bueno, parecían muertos, supongo que lo estaban.

Me sentía desorientada y, por un momento, no recordé ni que estaba en semejante lugar.

Entonces todo sucedió como por efecto dominó. La realidad me golpeó y yo, instantáneamente, me puse de pie y me dispuse a alejarme de todo bichejo. Entonces me di cuenta de que no podía, ya que debía como mínimo, pisarlos. Entonces, al moverme, escuché como crujían bajo mis pies. Eso me provocó nauseas y no pude pensar en nada más que en el sonido infernal que había hecho lo que fuese que había pisoteado. Me moví de nuevo, para encogerme creyendo ilusamente que aquello solucionaría algo, pero únicamente aplasté más de lo que fuese y las nauseas aumentaron hasta el extremo de ponerme a vomitar allí mismo. No tuve ni tiempo a reaccionar, de golpe y porrazo me vi doblegada ante la situación, agachada, crujiendo a más arañas y gusanos con mis rodillas, parte de mis piernas y una mano, con la cual me apoyaba en el suelo mientras las arcadas me hacían contraerme y, peligrosamente, arrimarme a la superficie bajo mi propio cuerpo.

✔️El creador de locosWhere stories live. Discover now