Negro y gris

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Dylan me esperaba fuera, en el patio, apoyado sobre uno de los jóvenes árboles que embellecían el lugar. Llevaba consigo una única rosa roja, sin espinas. Sentí un fuerte frío al salir del edificio residencial, aún cuando iba envuelta en invernales ropajes de pies a cabeza. El cielo vestía un gris muy oscuro, casi nocturno.

De la mano, caminamos hacia la salida del edificio, más allá del par de escalones que dan la bienvenida, por entre los estacionamientos y hacia el oscuro verdor del suelo, más allá de la torre de vigilancia.

Sin más, me dejé guiar. Iba como embobada, envuelta en una nube de... ¿amor? Imposible de describirlo. Imprudentemente, sin temor alguno, caminé de la mano de Dylan, por entre las cortas malezas que inundaban el lugar y hasta el bosque.

De día, aquel lugar era un sitio hermoso. La extraña luz del cielo cubierto, el suave viento que subía de intensidad por cortos intervalos, el casi imperceptible murmullo, le daban un toque irreal, maravilloso. Atrás quedaba mi pesadilla, mi encuentro con la bestia. El licántropo y sus ojos como el fuego. Veía sólo belleza a mi alrededor.

De repente, Dylan se detuvo, en medio de un pequeño claro. Se volvió y me miró, como si lo hiciera por primera vez. Pude ver el reflejo de mis ojos ámbar en los de el.

-Tus ojos son hermosos. Un par de gemas relucientes entre la tristeza del bosque.

Y me besó.

Una extraña somnolencia se apoderó de mí, y perdí mis fuerzas. Lentamente caí al suelo, cubierto de hojas muertas, sintiendo los fuertes brazos de Dylan durante el proceso. Quedé de rodillas, y llevé mis manos al suelo. Un poco de mis fuerzas volvieron, sólo un poco, y pude levantar la cabeza, esperando ver a Dylan. Pero no estaba ahí. No había nadie ahí. Estaba sola, completamente sola en la inmensidad del bosque.

Pero no sentí miedo. No.

Delante de mí, una espesa oscuridad se formó, tomando, poco a poco, una apariencia humana. Le vi crear brazos y piernas, y cabeza. Pero no era más que una nube oscura. Una sombra. La sombra.

Sentí que me observaba. No tenía ojos, pero aún así, lo hacía. Por lo que pareció una eternidad.

Aún así, no tenía miedo.

No, no lo tenía. Ya no. Se había esfumado por completo. Aun teniendo aquella sombra, negra y tenebrosa delante de mis ojos, no temía. Era libre, al fin, de ese sentimiento. Quizás lo sabía. Mi fin estaba cerca.

-Desaste de ella -dijo la sombra, con una voz putrefacta, nauseabunda, asquerosa. Fue el sonido más repulsivo que había escuchado en mi vida.

Entonces, un aullido. Y la sombra pareció estremecerse con el ruido, y comenzó a disolverse, primero lentamente, luego rauda, como si se estuviera devorando a sí misma. Mis fuerzas volvieron y pude ponerme de pie. De un salto. Miré derredor, y sólo a unos pasos, había una bestia. Un hombre lobo. De ojos rojos y colmillos filosos, de pelo gris y pequeñas orejas. No era igual a aquel que había visto, este era.... Incompleto. Orejas más pequeñas, al igual que las garras. El hocico estaba menos desarrollado. A diferencia de aquel que había visto en la oscuridad del bosque, este parecía más humano. Pero los ojos, rojos entre el pelaje plateado, eran inconfundibles. Los mismos ojos que había visto la primera vez.

Otro aullido, cercano, y se abalanzó hacia mi. Directo a mi cuello. A matarme. Pero no lo hizo. Caí al suelo, revolcándose entre las hojas y ramas, y me levanté en el mismo acto. La bestia yacía en un tronco cercano, gruñendo a otra. Que me había salvado.

Era un engendro negro, de garras como azabache y ojos incandescentes como brasas vivas. Gruñía, mostrando sus dientes. Aún en aquella forma, incompleta, pude reconocerlo. Era el mismo hombre lobo que me había golpeado en el bosque.

Lentamente, el licántropo gris se levantó. Y mientras se sopesaban el uno al otro, gruñendo y lanzando mordiscos al aire, pude verlos bien. Ambos mantenían ciertos rasgos humanos. El porte y dimensiones de uno, la cabeza, piernas y pies. Sus brazos terminaban en grandes garras, uno, el gris, con garras amarillentas; el otro, negras como su pelaje, que les cubría desde el bajo vientre (ambos llevaban rasgados pantalones) hacia arriba, sin ser tan tupido como un auténtico lobo.

Se abalanzaron el uno contra el otro, entre un huracán de gruñidos, alaridos y gritos. Debía huir. ¿Que hacia ahí, tan cerca de esas bestias abominables? Mis piernas no respondían. Pero no era miedo. Increíblemente el miedo, el terror, no se había radicado en mi. Era, en esos momentos, inmune a sus efectos.

Se separaron, y la bestia gris, en un movimiento extraño, se contorsionó en el aire rumbo a mi, con sus garras y dientes listos para desgarrarme en pedazos. El otro se interpuso, golpeando al otro en pleno hocico. Y la trifulca continuó, por lo que me pareció milenios.

Entonces, del aire apareció la sombra, negra como nunca antes, deforme e irreconocible. Mutando hasta que pareció un perro gigantesco. Miró hacia la pelea, unos instantes, y luego se volvió, y corrió furibundo en mi dirección. Se irguió mientras corría, y una de sus patas se transformó en un punzón mortífero. Saltó hacia mí, lanzando un golpe mortal.

Pero no me mató.

En milésimas de segundos, fui salvada. El licántropo negro se interpuso nuevamente entre la muerte y yo. Pero, también sentí un empujón fuerte, que me hizo rodar por sobre las ramas de un antiguo habitante del bosque, hasta golpear de lleno con un tronco. Entre manchones negros que nublaban mi vista, pude distinguir otra figura, de un chico, que con una gruesa rama se lanzaba contra la sombra. Lo reconocí y grité su nombre. Reed.

El chico golpeó a la sombra con una agilidad abismal, mientras las dos bestias seguían su duro combate. Reed gritó algo, fuerte, y la sombra se detuvo, pareció devorarse a sí misma como el uroboros y explotó, todo en una milésima de segundo. Reed estaba tan cerca, que voló varios metros, producto de la explosión, y fue a dar contra las ramas de un tupido abeto negro. No se movía.

Y, el final estaba cerca. El licántropo gris estaba de pie frente a su oponente, que se sumía entre los restos de un podrido árbol. Respiraba con dificultad, cubriéndose con la mano su pecho, donde el negro pelaje bebía de la sangre de un gigantesco corte. La sombra le había herido.

E hice algo. Algo increíblemente extraño... y estúpido. No podía quedarme más tiempo ahí de pie, sin hacer nada. Pero tampoco podía huir, algo me lo impedía. Me hice con un arma. Una rama fuerte. Y sin darle más vueltas, ayudada por la adrenalina que recorría mi cuerpo, corrí con todas mis fuerzas, como nunca antes lo había hecho, todo para salvar a la bestia negra, al hombre lobo que se había interpuesto entre la parca y yo.

Atravesé, con todas mis fuerzas, a la bestia gris.

Destroy ∆ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora