Finalmente, aire acondicionado

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-Andrea se fue. El maldito viejo casi me hace llorar. Tanto tiempo junto a él, pero tenía que dejarle ir, se merece un descanso -hizo una pausa para servirse un pequeño trago, el mismo que sirvió a su invitado-. Ahora debo trazar un plan. Mientras tú te harás cargo de todo, Nicholas, todo. Si en el mejor de los casos esto sale bien... bueno, debes saber que hacer. Por eso te he dejado todos los papeles necesarios con el abogado. Y una caja de seguridad. Ve a ella si mis planes salen bien, te dirá que depara el futuro. Si, por un milagro, es capaz de sobrevivir, deberás encargarte tú. Pero no deben temer. Esas palabras -dijo mientras apuntaba a un erosionado trozo de arcilla, agrietado y envuelto por unas paredes transparentes- se harán realidad. Y seremos libres. Mientras, debes continuar con mi labor. Y cuídate. Ese maldito siempre está al acecho, y sus sirvientes no se detendrán ante nada.

-Así lo haré, jefe.

Le miró desde el confortable sillón, para luego perderse entre las llamas de la chimenea, aún encendida aunque el aire acondicionado funcionaba desde esa mañana.

-Ahora tú eres el jefe, Nicholas.

-¿Que debemos hacer con el muchacho que le encontró? -preguntó luego de un largo trago, con respeto en la voz, aún cuando ahora él era el jefe.

-Nada. Pero mantenlo vigilado. No confío cien por ciento en él. Mantenme informado y que nadie más se acerque. Ahora vete, tienes mucho trabajo que hacer. -Dejó el vaso a un lado y se levantó. Su invitado le imitó, y aceptó la mano del que era, y siempre sería, su jefe, el hombre que le había salvado de ser nada más que... un salvaje.

-Puede... que ésta sea la última vez que te vea en esta vida, Nicholas.

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