Capítulo 32: "I've got a war in my mind"

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Yo solo me hallaba allí, parada junto a una enorme columna de la entrada, observando cómo todos se marchaban, observando cómo Julianne bajaba los últimos escalones y se marchaba sin despedirse de mí. Sin regalarme un beso, una sonrisa, un abrazo, una palabra tan solo.
Todo se volvió insulso detrás de sí. El camino detrás de ella se había convertido en tan solo frías y grises rocas, nada más.
En tan solo un momento ella subió a su auto, besó a su marido, y se fue.

En mí corazón solo quedó polvo...

CONTINUACIÓN...

Ya me encontraba en casa de mi tía Amelia, en esa grande, fría y solitaria mansión con horrible y anticuado empapelado. No podía sentirme peor. Después de aquello en el colegio no quería nada más que tomar una ducha y descansar hasta el almuerzo o salteármelo si era posible.

— Ve, pero a la 1 pm quiero verte en la mesa para almorzar. — dijo con firmeza en su voz, esa que hacía estremecer a cualquiera.

Dio media vuelta y se retiró de mí vista.

Bueno, claramente no podría saltearme el almuerzo. Debería hacer lo que su majestad ordenaba. Odio este lugar.

Tomé el equipaje y subí las escaleras. Los escalones de madera vieja rechinaban con cada uno de mis pasos, era realmente tenebroso. Las paredes estaban frías y tenían un empapelado de rombos color verde escarlata totalmente horrendo, desde aquí puedo percibir el olor a moho que sale de ellas por tanta humedad.
La escalera era de roble, cubierta por una alfombra roja bastante peculiar.
Llegué al piso de arriba y me encontré con un largo y oscuro pasillo, esa casa realmente necesitaba mucha luz.
Comencé a divagar por el pasillo observando todo a mí paso, y divisé varias habitaciones, por lo cual no sabía cuál tomar. Entré a la tercera habitación, pero la humedad de aquella me espantó por completo, así que decidí seguir hasta el final del pasillo.

Allá me encontré con una última habitación. Entré, prendí la luz, y era bastante grande en verdad.
Tenía un baño dentro, y lo mejor de todo...un pequeño balcón al final de la habitación, con vista a la ciudad. Creo que eso terminó por enamorarme. Así que dejé mí equipaje sobre la cama y me predispuse a sacar la ropa para ordenarla en el armario.
Cuando por fin terminé, me dirigí al baño, necesitaba darme una ducha cuanto antes.
Preparé la tina, me despojé de mí ropa, y luego me metí a la ducha.
Esa sensación era hermosa, aquella agua caliente me relajaba por completo. Solo cerré los ojos y me entregué al momento.

•••

Oí la puerta de la habitación abrirse, pero no sabía si estaba consciente o soñando, así que no le di importancia. Hasta que la puerta del baño se abrió y con ella la cortina de la ducha. Inevitablemente tapé mi cuerpo como pude. Era mi tía Amelia, vaya susto me dio.

— Niña te has quedado dormida en la ducha, anda, sal y vístete ya, el almuerzo está listo. — dijo con seriedad como de costumbre, jamás sonreía.
Luego se fue.

Suspiré, y salí de la tina. Tomé unos toallones, me sequé el cuerpo y el cabello, y luego me vestí rápidamente, ya que sino seguramente vendría otra vez a buscarme.
Cuando terminé de cepillarme el cabello, tomé mi celular y fui en dirección al comedor a almorzar.

Bajé las escaleras, me dirigí al comedor, y allí estaba ella. Sentada en la punta de aquella gran mesa, cual duquesa de Inglaterra. Era muy tenebroso y gracioso a la vez, verla allí sentada y en esa posición tan de sargento cabral.
Sobre la mesa habían unas velas, como aquellas de la película "La bella y la bestia", definitivamente piensa que aún estamos en los años 20.

— Siéntate donde gustes. — dijo tratando de sonar amable.

Observé cada uno de los lugares desocupados, y opté por sentarme en la otra punta de la mesa. Al parecer yo tampoco voy a casarme, según el viejo refrán.
Y es que estar cerca de esa mujer me ponía de los nervios.

— ¿Cómo ha estado la ducha? — dijo observándome.

— Muy bien. — respondí con una débil sonrisa.

Sentía que si sonreía más ella se rompería en muchos pedazos o algo así, parecía una estatua.

— Y la habitación... ¿te ha gustado? ¿te sientes cómoda en ella? has elegido la más grande. — dijo mientras bebía un pequeño sorbo de vino tinto de aquella copa de los años 30.
El vino se veía tan rojo que parecía sangre, no me extrañaría el momento en que los colmillos comenzaran a salir de su boca y se me lanzara a la garganta.

Ok Amanda, muchos libros de vampiros...

— Todo está muy bien, gracias. — dije tratando de olvidar aquella estupidez y sonriendo para disimular mis nervios.

— Me alegro de que así sea. — dijo observándome fijo. Luego gritó... — ¡Elizabeth! — con la mirada hacia la cocina.

En un momento apareció una señora de unos 55 años, de contextura pequeña, bastante rellenita, de tes blanca, cabello castaño oscuro con algunas canas, recogido, y unos enormes y hermosos ojos verdes. Se acercó a la mesa, colocó las bandejas en ella y comenzó a servir. Mientras lo hacía había un silencio que estaba torturándome, cómo podía comer así.

— Gracias Elizabeth. — dije agradeciendo la comida.

Ella me sonrió dulcemente en forma de respuesta. Luego continuó sirviéndole a mí tía.

— Puedes retirarte. — se la oyó decir a mí tía.

Elizabeth como si fuera un caudillo, retiró las cosas y se fue.

Debo decir que fue el almuerzo más incómodo de mí vida, a penas pude tragar bocado. Y es que estaba de los nervios.

— Apenas has tocado la comida Amanda, ¿qué te ocurre? — preguntó extrañada.

— Es que no tengo apetito, de hecho...estoy bastante cansada. — dije excusándome.

— Está bien, ve a descansar si quieres, te perderás el postre. — dijo tomando un bocado.

— No te preocupes... — dije sonriendo. — Con permiso, y buen provecho. — dije mientras me levantaba de la mesa y me retiraba de allí.

Qué momento tan incómodo, pensé.

Ya en mí habitación me recosté en la cama, me coloqué los auriculares y me puse a escuchar un poco de música.
Fue inevitable que no se me viniera Julianne a la cabeza, y es que no podía dejar de pensar en ella. En todo lo que pasó, en sus labios, sus besos, dios...sus malditos besos. Jamás podré borrar eso de mí cabeza.
Pensaba en ella, en su mirada, su sonrisa, su silueta, su voz, su forma de caminar y de reirse sin que el universo importe.
En sus desprecios, sus malos tratos, sus miradas frías e hirientes...dios.

¿Dónde estarás en este momento? ¿Qué estarás haciendo? Seguro estes junto al hombre que en las noches tiene la fortuna de dormir contigo, de abrazarte, de besarte, de hacerte el amor, de prepararte el desayuno y acurrucarse en tu pecho por las noches.
Aquel estúpido hombre al que envidio porque puede tenerte en tiempo completo, tanto como yo quisiera.
Lo odio, porque es correspondido por ti...así como yo lo sueño.

Cerré los ojos y una cristalina lágrima rodó por mí mejilla izquierda.

Julianne P.O.V

Luego de unos minutos me metí a la tina, necesitaba sacarme el día de encima, las emociones, todo.
Apoyé la cabeza hacia atrás, y flashes de lo que ocurrió en el campamento vinieron a mí mente como ráfagas.

Rápidamente el miedo y la culpa me invadieron por completo, y con ellos miles de preguntas sin ninguna respuesta. Por dios... ¿qué hice? ¿quién soy? no me reconozco, esa no soy yo. ¿Qué me pasa? Jamás me he sentido así, estoy perdida, confusa, no sé a dónde ir.
Tengo 40 años y jamás he pasado por algo así, ni siquiera parecido. ¿Qué me ha sucedido? No logro comprender.
Tengo miedo, tanto miedo. No quiero caer. No puedo caer. Soy débil, pero no puedo hacerlo.
Mi matrimonio, mi profesión, mi reputación, mí vida... No puedo.
Me siento en un limbo de emociones del cual no sé cómo salir, cómo escapar. Esto es un laberinto. No quiero quedarme aquí, pero estoy atrapada.

Me aterra pensar, me aterra sentir. Esta nueva sensación se ha apoderado de todo mi cuerpo, de toda mi mente. No sé qué hacer. No sé cómo seguir.

Nada sé, nada soy. Necesito escapar...

Cuando amarte no sea pecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora