CAPITULO 38

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—Los Ángeles, ¿lo dices en serio? ¿Tan mala fue la velada con Petyr que te quieres mudar a la otra punta del país? —preguntó David asombrado por la decisión tan drástica de su hija.

—Quiero volver a estudiar, no quiero estar en casa toda la vida, eso sería como haber cambiado un encierro por otro. Quiero saber de qué me he perdido en estos años acerca de mi carrera, y Los Ángeles me distraerá.

—Lo sé, soy psiquiatra, sé que es importante estar al día, pero estás hablando de ir de una costa a otra. Compréndeme, apenas acabas de llegar a nuestras vidas y ya te quieres ir.

—No me quiero ir, quiero descubrir qué quiero hacer con mi vida. Además, no es segura una admisión, tengo que enviar solicitudes y no sé cuántas cosas más. No te pido que pagues mis gastos, solo pido un poco de ayuda para empezar y tú apoyo moral.

—No se trata del dinero, si quieres ir a Los Ángeles estará bien, yo quiero hacer todo para que seas feliz, solo que pensé que te quedarías aquí para siempre. —Hubo una pausa un tanto incómoda de parte de ambos, David miraba al techo mientras se mecía en su cómoda silla y Victoria lo observaba como si fuera la primera vez—. Sé que es estúpido que un viejo como yo diga eso, pero eso es lo que pensaba. Sin decir que a Petyr no le gustará tampoco tu decisión.

—Él no debe saber nada hasta que esté segura si me aceptarán o no, no quiero que su opinión influya en mi decisión.

—¿Secretos, desde el principio? No creo que sea bueno.

—Si le digo desde ahora, dirá lo mismo que tú, que me quiero alejar, y si se lo digo después, preguntará por qué no le dije antes. De ambas maneras no le gustará, así que mejor me reservo esa plática incómoda para después.

—Como gustes, yo seré una tumba. Mañana iremos a comprar una computadora para tu uso personal y así investigues todo lo que necesites cómodamente en tu habitación.

Y así fue, al día siguiente por la tarde, padre e hija paseaban por el área comercial principal de Essex, y cuando se disponían a entrar a la tienda de electrónicos Victoria vio a su madre, Violet, la cual lucía igual que siempre, como si nada hubiera pasado. Su semblante era altivo y su andar rebosaba de superioridad, la única diferencia era el verla por completo sola; por lo regular cuando paseaba por lugares públicos se le veía con un par o más de distinguidas damas de la sociedad de la ciudad o miembros de alguna de las beneficencias a las que pertenecía.

Victoria avanzó hacia su madre, a pesar de que David le había dicho que no era una buena idea. Violet se encontraba frente al escaparate de una agencia de viajes y no había notado la presencia de su hija acercarse. Últimamente para ella lo mejor era ignorar la presencia de todo el mundo, esto le ayudaba a conllevar el rechazo de las personas.

—Hola, mamá —saludó en voz baja y desde una distancia prudente.

Violet volteó despacio al escuchar la voz de su hija, la estudió de arriba abajo, tal como lo hacía con todas las personas.

—Victoria.

—¿Cómo estás?

—Bien, con tiempo de sobra ahora que me han botado de todas las sociedades a las que pertenecía —dijo con evidente ponzoña—. Dale las gracias a David de mi parte.

—¿Viajarás? —preguntó Victoria, señalando el escaparate con la mirada.

—Sí, ¿acaso me queda otra opción? Gracias a ti y a David la gente en esta maldita ciudad me repudia.

—Mamá, no nos culpes a nosotros. Cada quien cosecha lo que siembra.

Violet no quiso responder más, en realidad no quería saber más de su hija, pensaba que si jamás la volvía a ver su vida sería perfecta.

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