La Casa de Baños de la Viuda (1ª parte)

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Mael se quitó la capa, calada de agua. Aunque tuvo cuidado, no pudo evitar dejar un charco en el suelo embaldosado. Miró con cierto nerviosismo las imágenes de los mosaicos, sátiros y ninfas jugaban entre charcos y cascadas. Recordaba esa imagen, era una bienvenida para el forastero, un preludio de lo que podría encontrar en su interior. La luz de las lámparas de aceite incidía sobre la superficie del suelo resaltando el brillo del mármol y acentuando los brillantes colores de las paredes. Allí donde mirara, había una escultura o un mural que invitaba al placer.

La mayor parte de los invitados parecía haber llegado ya. Tenía sentido, el trayecto hasta el castrum no era demasiado largo, apenas una hora a caballo, pero con el aguacero, se habían retrasado más de lo previsto.

Romanos con coloridas togas estaban diseminados por pequeños grupos en la gran sala con columnas que rodeaba el jardín central. Esclavos vestidos con túnicas sencillas de color celeste ofrecían comida o bebida a los invitados. Con cierto nerviosismo, buscó entre los últimos algún rostro conocido, pero se dio cuenta de que a duras penas sería capaz de poner un nombre a alguno de los pocos que le sonaban.

—¿Puedes darme algún consejo? —murmuró su domine aún más nervioso que él. Contemplaba a la gente del salón como un gato receloso que en cualquier momento se hincharía y empezaría a bufar.

—A ver... —pensó deprisa mientras ayudaba a Marcus a deshacerse de la empapada capa que cubría su toga—. Primero: eres un bebedor gruñón, así que no te emborraches. Mantén tu copa siempre llena, bebe con tragos cortos y álzala para que te la llenen sin haber llegado a mediarla. Así creerán que bebes y no tendrás que dar explicaciones.

—¿Un bebedor gruñón? —repitió sorprendido.

—Segundo —continuó Mael haciendo caso omiso de la interrupción—: sé cordial, muestra interés, pero no hables de ti. Nunca des más información de la que recibes. Procura no cargar con el peso de la conversación, que hable otros. Si te preguntan algo esquívalo con gracia. Algo así como: «la vida en el castrum no cambia con los años, no voy a aburrirles con historias de campamento que seguro ya conocen»—dijo imitando la voz de su domine con un forzado tono grave.

—¡Yo no hablo así! —protestó Marcus.

—Y si te preguntan por mí y no tienes ganas de seguir la conversación, diles que yo te lo cuento todo y que estoy cargado de anécdotas.

—¿Eso es cierto? —se extrañó—. Nunca me has contado nada.

—Porque no me has preguntado. Amenázales con hacerlo y verás qué rápido cambian de tema.

—¿Cómo...? —Marcus enarcó una ceja y le observó con curiosidad.

Mael tardó unos instantes en darse cuenta de que en verdad no tenía ni idea de dónde había sacado esos consejos. Pero claro... ¿qué podía saber alguien como él?

«Poco más que un agujero, ¿no?».

Casi se arrepintió de haberle ayudado, entrecerró los ojos mientras se planteaba si debía hacerle saber que las dudas le habían molestado. Sin embargo, en la mirada de Marcus no había recriminación, solo curiosidad, genuina curiosidad.

—Me interesaba escoger a los mejores clientes y fidelizarlos, así que... tenía que conocerlos, conseguir que no me vieran como a un extraño. Darles conversación, saber si querían y podían pagar por mí... Preguntar nunca fue una opción así que no me quedó más remedio que aprender a moverme entre ellos. Necesitaba saber qué era lo que buscaban para... ofrecérselo —explicó con un murmullo nervioso.

El Caminante [Barreras de Sal y Sangre -II]Where stories live. Discover now