Alma de Esclavo (2ª parte)

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El joven galo doblaba las túnicas secas que acaba de recoger. El sol arrancaba destellos cobrizos a una melena que, aunque no tenía el rojo inconfundible de los pueblos del norte, no dejaba lugar a dudas del preciado color bermellón que, de una forma u otra, había marcado el destino del esclavo. Ahora, su melena formaba una mata descuidada que desaparecía antes de tocar sus hombros. Cuando le conoció, esa mata era una cascada que llegaba casi a la cintura y él había sido el responsable de cortarla. La expresión de sorpresa y dolor en el rostro de su esclavo al descubrir lo que había hecho era algo que permanecería para siempre en su memoria.

Casi tanto como su expresión de terror cuando anoche le pidió que se desnudara.

Marcus mordió la manzana que tenía entre las manos y se obligó a apartar la vista del joven. La lista de suministros que tenía ante él debía centrar toda su atención, pero no podía leer más de dos líneas que sus pensamientos volvían a moverse en círculos, dando vueltas una vez más a lo que había sucedido anoche, a su relación con Mael.

«Tú ganas; no más jueguecitos. No volveré a insinuarme ni nada parecido».

¿De verdad ganaba él? ¿Por qué, entonces, no se sentía victorioso?

—¿Estás ocupado? —preguntó Mael. Llevaba las túnicas dobladas en los brazos y a duras penas podía mantenerlas en equilibrio.

—Depende —dijo Marcus fingiendo indiferencia—. ¿Quién me necesita?

—Quería hablarte de algo antes de que alguien te cuente una historia que no es verdad —dijo el galo.

Marcus alzó la vista y frunció el ceño. Mael tragó saliva y desvió la mirada, parecía preocupado.

—En realidad... no tiene importancia —dijo tras un ligero balbuceo—. No quería molestarte.

—Mael —le llamó antes de que el joven se alejara—, puedo dejar esto un momento, dime lo que tengas que decirme.

—Bien... —Pareció pensar antes de continuar y Marcus se impacientó. Iba a decir algo al respecto cuando Mael empezó a hablar—. Anoche... ¿Conoces a Magus? —preguntó—. Es el chico griego, el esclavo que ayuda al médico. Es poco más que un crío.

—Sé quién dices —dijo—. El chico delgado de los ojos grandes y azules.

—En realidad son más bien grises pero sí, ese es —dijo Mael asintiendo con la cabeza—. Anoche me lo encontré y... bueno, alguien había abusado de él. Por lo que me dijo, no era la primera vez que le pasaba y tampoco era el único.

—¿Te dio nombres? —preguntó Marcus. Mael negó con la cabeza—. Sin nombres no hay nada que pueda hacer, lo siento.

—En realidad, tampoco hay nada que puedas hacer con nombres —replicó el galo con un tono arisco—. Lo siento —murmuró, agachando la cabeza.

—Mael... no necesitas escudarte en esta falsa humildad —le increpó—. Dime lo que tengas que decirme.

—Me gustaría ayudarle —espetó con un tono cortante—. Me gustaría impedir que alguien le hiciera daño otra vez, pero eso no es posible. No puedes castigar a tus hombres por abusar del esclavo de otro, si a su amo no le importa, ¿no es verdad? Yo tampoco puedo protegerlo, pero anoche tenía que hacer algo, así que me lo llevé a dormir conmigo. Es una gilipollez sentimental, lo sé. Y solo fue dormir, ni se me habría ocurrido tocarle después de eso. Ni antes tampoco. Así que cuando alguien te venga con el cuento de que tu esclavo se folla al crío del médico, que sepas que no es cierto. Eso es todo lo que quería contarte.

—Mael... —empezó a decir.

—¿Sabes lo más curioso de todo el asunto? —le interrumpió el galo—. No entiendo la diferencia, de verdad, no la entiendo. Cualquiera puede ir y follarse al esclavo que quiera, y no importa que sea labrador, criado, médico o catamita mientras sea un esclavo. Mientras sea un esclavo puede follarse a un gladiador si su amo se lo permite. Pero, según tú, el que tiene que estar avergonzado de su trabajo es el catamita. Solo el catamita. No lo entiendo. ¿Por qué tengo que estar avergonzado de mi trabajo?

El Caminante [Barreras de Sal y Sangre -II]Where stories live. Discover now