Alma de esclavo (1ª parte)

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Mael cogió una bandeja y empezó a colocar en ella los vasos semivacíos que habían dejado los diferentes comensales. La cena de oficiales había sido tan aburrida como las otras veces, pero mucho más seca que de costumbre. Marcus apenas había dicho nada y ya no recordaba el número de veces que había llenado su copa. No era normal que su domine se excediera con la bebida. El tribuno Leto había intentado aligerar el ambiente con un montón de anécdotas que despertaron las carcajadas del resto de comensales, pero Marcus había permanecido ajeno a todo, más centrado en lo que sucedía dentro de su copa de vino que en la gente que tenía delante.

Aunque era habitual que la sobremesa se alargara hasta la madrugada, en esa ocasión los oficiales no tardaron en encontrar escusas para abandonar a su anfitrión aun con la mesa repleta de viandas.

En el centro, todavía quedaba una fuente llena de carne. Mael miró a ambos lados, Marcus había salido y en ese momento estaba solo así que nadie podría recriminarle nada. Cogió un pellizco con los dedos y se lo metió en la boca. Estaba un poco seca pero era una agradable diferencia con su comida habitual. Cogió un nuevo pellizco, y luego otro que engulló casi sin masticar.

—¿Por qué no te sientas y te sirves un plato? —preguntó Marcus. No le había visto entrar, sabía que no tardaría en volver pero, a pesar de eso, su retorno le pilló desprevenido.

Mael se forzó a tragar todo lo que tenía en la boca y se tomó su tiempo en conseguirlo. Cuando lo hizo, la bola de carne le hizo daño al bajar por su garganta. Marcus le tendió su vaso de vino. El esclavo se lo agradeció con un gesto de la cabeza y dio un par de tragos que ayudaron a empujar la comida hasta el estómago.

—Gracias —murmuró, recuperando la respiración—. Solo quería probar cómo sabía, no pretendía...

—¿... engullir como un perro hambriento? —dijo Marcus, terminando la frase por él—. No te preocupes. Puedes sentarte y comer con calma. No me importa.

—No, gracias —respondió el galo—. Estoy bien.

—¿Prefieres vino? —Marcus le tendió la jarra y, antes de que pudiera decir nada, había llenado el vaso que tenía en la mano.

Marcus arrastraba las palabras, si seguía bebiendo así... Mael tragó saliva. Era la primera vez que veía a su domine con esa expresión y no le gustaba, no le gustaba en absoluto.

—Bebe —le ordenó con un tono cortante. Mael obedeció y, en cuanto dejó la copa, el legado se ocupó de llenársela de nuevo—. Bebe —le ordenó de nuevo.

—Marcus... yo no suelo beber —se excusó.

—No voy a beber solo y quiero beber —replicó—. Bebe.

Mael dudó un momento y se tragó el contenido del vaso en tres largos tragos. El vino quemaba en su garganta y amenazaba con llenarle la cabeza de niebla. Hacía casi un año que apenas probaba el líquido de Baco, desde aquella última fiesta. Y quizá antes tenía cierta tolerancia a la bebida, pero una ligera pérdida de equilibrio al abrir y cerrar los ojos, la sensación de las paredes moviéndose... No, ya no tenía la misma resistencia que antes.

—¿Ha sucedido algo? —Se atrevió a preguntar cuando el legado llenó su copa de nuevo.

Marcus frunció el ceño y se dejó caer sobre su silla.

—Nada importante. He recibido una carta de mi esposa —dijo—. Me cuenta que el pequeño Lucio ya camina y ha empezado a decir sus primeras palabras. Ninguna de ellas será «padre» —murmuró.

—Pensaba que... odiabas a tu esposa —dijo Mael con suavidad, no quería exponerse a un arrebato de mal genio y ese tipo de conversaciones solían ser arenas movedizas.

El Caminante [Barreras de Sal y Sangre -II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora