El buen esclavo (3ª parte)

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—¡Dafnis! —exclamó y abrazó a su sonriente compañero.

—Galo presumido —respondió este devolviéndole el abrazo con la misma intensidad—. Me alegra verte. ¡Tu pelo! —gimió sujetando entre los dedos unos mechones de su cabello cobrizo.

—A mi domine no le gustan las melenas —dijo Mael, encogiéndose de hombros—. Cualquier día de estos decidirá que lo tengo demasiado largo y me rapará como a los legionarios. Pero... —Parpadeó sorprendido, incapaz de borrar la sonrisa tonta que se había dibujado en su rostro— ¡Dafnis! ¡Eres tú! ¿Qué haces por aquí? ¿Qué es de tu vida? ¿Cómo están los otros?

Dafnis se rio ante el aluvión de preguntas. Cogió la pequeña placa de madera que colgaba del cuello de Mael y leyó en voz alta, con alguna dificultad, lo que allí estaba escrito.

—«Pro-propiedad de Ma-arcus Aruncu... Arunculeyo Cota», ¿tu nuevo amo?

Mael asintió con la cabeza.

—¿Y eso? ¿Estás aprendiendo a leer?

—Sí —dijo con alegría—, no se me da mal, ¿verdad?

—No —admitió—, nada mal. ¿Y tú? ¿No llevas una placa con el nombre de tu domina? ¿Te deja salir de la casa sin perro guardián?

—Ya no necesito placas —dijo Dafnis acentuando su sonrisa—. Al parecer, la deuda de mi madre había sido saldada así que ya no soy esclavo. Sigo trabajando para la señora Hipatia, pero es diferente. Todo es diferente. Ahora soy libre.

—Eso es... ¡fantástico! —exclamó sorprendido y feliz por la noticia—. ¿Sigues ocupándote de los clientes?

—Alguna vez —admitió el joven—, pero no, no es mi trabajo principal. Me ocupo de la instrucción de los nuevos, de las reservas, de revisar que no falte nada... Hago más o menos lo que hacía Ptolomeo antes de...

Mael asintió con la cabeza. El viejo secretario había muerto la noche de la tormenta. Había sido una de las víctimas de los hermanos. Claro que su muerte no había movilizado ejércitos y ningún monumento fúnebre honraba su memoria.

Contempló a su amigo casi como si le viera por primera vez. Parecía el mismo, los mismos bucles casi blancos, el mismo cuerpo casi infantil, el mismo gesto risueño y amable... Sin embargo, había algo diferente. El brillo de sus ojos era diferente, la caída de sus hombros, la forma en la que alzaba la cabeza como si pretendiera ser más alto que él, como si quisiera marcar la distancia. ¿Era la libertad o solo el paso del tiempo y la distancia?

—¿Cómo están los otros? —preguntó de nuevo.

—Bien, bien, en realidad apenas ha cambiado nada. Hierón sigue como siempre aunque ahora... ahora que se ha diversificado la clientela, creo que disfruta más con el trabajo. Le diré que has preguntado por él, se alegrará de saber que estás bien. Porque... estás bien, ¿verdad? Ese Cota te trata bien.

Mael asintió con la cabeza.

—Sí, solo es... aburrido, supongo. No, Marcus no, él no es aburrido. Es el trabajo lo que es aburrido —se explicó—. La mayor parte del día estoy parado como un mueble a la espera de que me den alguna orden.

—¿Y...? Me da miedo preguntar... —Dafnis esbozó una mueca— ¿sexo?

—Nada de sexo —repuso Mael—. Llevo más de un año sin acostarme con nadie. Creo que ya no me acuerdo de cómo se hace —bromeó con una risita.

—Tu domine no...

—No —admitió—. Marcus no me ha tocado. Todavía. Pero estoy convencido de que no tardará mucho —añadió con seguridad—. Es divertido tensar la cuerda, a estas alturas contaba con que ya hubiera caído, pero... Supongo que la edad pasa factura. Ya no soy tan bueno como antes.

El Caminante [Barreras de Sal y Sangre -II]Where stories live. Discover now