Capítulo 4 El juicio de Clarisa

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Este día por la mañana Clarisa está sola, Elías se ha ido temprano a la iglesia. Apenas va despertando cuando escucha un fuerte golpe en la puerta de la entrada a la casa y muchos pasos que se dirigen a su habitación.

Somnolienta se sobresalta, un grupo de personas enfurecidas la sujetan con fuerza de los brazos y piernas mostrando violencia y maldiciendo.

— ¿Qué hacen?— no se explica su comportamiento.

La sacan de la habitación y de la casa. Su fuerza es impresionante y le hacen daño. Observa a su alrededor y acompañando a ese grupo permanecen esperándolos una multitud en la calle, la mayoría con palos, armas punzo cortantes y piedras.

Al verlos salir con ella gritan insultos de los que alcanza a escuchar "maldito demonio" quémenla" "mátenla" y otras ofensas inentendibles. Clarisa siente terror, claramente tienen la intensión de lastimarla y su corazón se acelera de sobremanera.

Los cuatro que la sujetaban la arrojan al suelo duro y frío golpeándose duramente, la turba enfurecida le lanza piedras con todas sus fuerzas sin dejar de gritarle, se cubre la cabeza y los impactos hieren todo su cuerpo, no tienen ni un asomo de piedad. Solo se detienen cuando no tienen nada más que tirarle, un par de hombres se acercan con lazos y la amarran de pies y manos.

—No por favor ¿Qué hacen?, suéltenme— les suplica, un enorme miedo invade su ser.

—Vas a pagar por tus crímenes, demonio— un hombre le habla con furia y le da una bofetada en la cara. Con esto se forma un nudo en su garganta, jamás nadie le había hablado así y menos golpeado. Trata de defenderse pero no puede.

De nuevo la cargan entre varias personas, lagrimas brotan de sus ojos al ver los rostros de cólera de quienes tiene enfrente viéndola con desprecio y odio.

La tumban y su espalda topa con algo sólido, voltea y es un poste de luz. Un hombre al otro lado sube a éste con una escalera de metal y le echa una cuerda gruesa que sujeta a la superficie del poste, luego deja caer la cuerda al otro extremo que colocan entre la cuerda que sujeta sus manos y jalándola la suben quedando colgada de los brazos.

—Por favor se los suplico, no lo hagan — llora desesperada al descubrir lo que tratan de formar, reúnen leña, madera de muebles que saquearon de su propia casa y la colocan alrededor, vacían un galón de gasolina y le prenden fuego.

— ¡Muere rápido demonio!— escucha a alguien gritarle entre la multitud.

— ¡No permitan que pueda liberarse y nos mate!— otra habla después.

—No, se los juro, si me liberan no los lastimaré, se los suplico —pero es demasiado tarde, el fuego se intensifica rápidamente y el humo entra a su garganta. Los primeros en sentir el calor son sus pies, trata de levantarlos y se detiene al sentir el dolor provocado por los golpes de antes.

Se esfuerza por tratar de liberar sus manos, el pantalón de su pijama comienza a prenderse y la piel de sus piernas junto a la de las plantas le arde. Ya había experimentado el incendiarse antes como parte del castigo del karma y esta vez se siente muy diferente, está vez es completamente real.

No logra respirar, tose a causa del humo y se retuerce por las quemaduras en el resto de su cuerpo, trata de gritar desesperada pidiendo ayuda, llamado a Helios con todas sus fuerzas, sus ojos irritados y la garganta seca le impiden concentrase, va a desmayarse en cualquier momento, el calor es insoportable.

Lanza un alarido de dolor, no desea morir de esta manera, no así, lágrimas de sus ojos mezcla del ardor y de la agonía invaden su cara, le falta el aire y los gritos de la gente gozando con su sufrimiento laceran sus sentimientos, se odia a si misma por ser la culpable de su fin.

El pecado de DiosWhere stories live. Discover now