III

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El tiempo había pasado.

El anillo seguía en su dedo.

Los te amo estaban grabados en su mente.

Las promesas de tener hijos aún sonaban en su mente, huecas.

Sus besos quemaban.

Dolía

Sus sonrisas se fueron

Pues aunque este casado con la persona que ama, aún no logra ser feliz.

...

Y lo único que no podía hacer bien era cocinar una buena comida para su esposo.

El reloj marcaba las 6.00, hora de que Frank llegase. Dejó de ponerle pimienta al puré de papa, y empezó a lavar los plato sucios del fregadero.

Escuchó un ruido proveniente de la sala de estar... Había llegado, y su corazón empezaba a acelerarse con la simple idea de hacer algo malo o afectarlo, empezó a sudar frío cuando escuchó moverse una silla de la mesa, seguido de un bufido molesto.

— ¿Qué? ¿Piensas quedarte parado toda la puta vida? —vociferó Frank, con un molesto tono de voz, se le escuchaba cansado. No se le hacía raro escuchar ese tipo de insultos para su persona, en realidad se había hecho costumbre aquello, ahora simplemente lo ignoraba.

— Hola cariño —Frank ignoró el comentario dulce de su esposo, y con molestia volvió a hablar.

— ¿Crees que me alimento de los cariños que me dices? —su voz se incrementó, y por instinto los hombros de Gerard se achicaron. — Dame mi jodida comida y punto final. No estoy de humor para tus cariños, Arthur.

Gerard, tratando de seguir sus ordenes al pie de la letra, tomó un plato plano del lava-manos, y con unas pinzas fue ayudado a poner el pollo en el plato, junto con una buena porción de puré de papa y algunas verduras apartadas por si Frank no querría, y con las manos temblando sólo un poco lo dejo en la mesa. Repitió el mismo procedimiento con su plato, solo que la porción de pollo de él no era tan grande como la de Frank, no quería hacer nada malo que lo enojara, y si tenía que comer menos para eso con gusto lo haría.

Se sentó en la pequeña mesa de madera para cuatro personas, justo en frente de Frank.

El único sonido en la cocina eran los cubiertos chocando con los platos, y si los nervios de Gerard fueran un sonido, estarían en un concierto de Green Day ahora mismo.

Por un momento pensó que en  esa noche no habría golpes ni discusiones, que por fin podrían tener una noche normal como una pareja normal.

El cuchillo de Frank cayó de repente en su plato, Gerard dio un saltito en su silla, dejando de comer y mirando preocupado a su esposo.

No se sorprendió, no era la primera vez que fallaba en sus supersticiones.

— ¿Gerard? —susurró con tono molesto, como siempre. Gerard contestó con un sonido mientras intentaba no hacer contacto visual. Tenía mucho miedo de volver a dormir en el baño, no quería dormir en el baño, quería dormir con su esposo, sin más golpes ni insultos, quería sonreír de verdad.

Aunque su estómago seguía rugiendo, no tocaba su comida. Tal vez no era el hambre, tal vez era el miedo actuando en él.

— ¿Quieres matarme, cierto? 


Pasó saliva por su garganta, no queria hacer contacto visual con el, solia perderse en el color de sus ojos siempre cuando hacia contacto visual y a Frank le molestaba eso, pero se atrevio.

Gran error...

Una vena en su frente se hacia destacar en su rostro, sus labios se convertian en una fina raya con el paso de los segundos. El tiempo no existia en esos momentos, era intentar calmarlo, o sufrir las consecuencias de su idiotez y quedarse callado.

Eligió la segunda.

— Vengo a casa después de un día arduo de trabajo, intento no decirte lo idiota que es mi jefe al darle el ascenso a un hijo de puta y no a mi, intento comportarme bien a tu lado, intento comer en paz a tu lado, y me encuentro... ¡Con un jodido pollo crudo! ¡¿Que mierdas crees que soy?! ¡¿Un perro?! —grito histérico, parandose de la silla con un fuerte empujón y con sus ojos penetrando a Gerard.

La impotencia recorría en sus venas, las ganas de querer golpearlo incrementaban con cada insulto hacia él, cada golpe. Con el tiempo aprendió como actuar, y como no actuar. Tenia que ser sumiso, siempre. Jamas podría ser libre de la jaula que era su vida. Solo tenia que aguantar, aguantar  hasta el fin, tal vez hasta su propia muerte, o hasta que el Frank malo se vaya, y el viejo Frank vuelva.

No tenia que dar detalles para lo siguiente que ocurrió, ¿Cierto? Era inevitable.

Las manos de Frank se apoderaron del torso de Gerard, presionaban tan fuerte que luego de un par de minutos dejaron una marca amarilla, la marca combinaba perfectamente con las otras esparcidas alrededor de su pálida piel. No eran muchas, pero eran grandes.

— Debes aprender a cocinar, Gee... —ronroneo en su oreja, ignorando las patadas de este. — No quiero que mi esposo me intoxique. — el pelinegro abrió sus ojos al escuchar la palabra “esposo” salir de sus labios. Hace mucho no la escuchaba.

— ¿Que debes aprender, Gee? 

— Aprender a c-cocinar...

— Buen chico... —y la tortura comenzó.

Los movimientos de Frank no eran tan bruscos como lo esperado, sus tatuadas manos viajaron al inicio de la playera gris de su Gee, y con lentitud la subió, dejando ver el pálido pecho de Gerard. Al igual que la mayor parte de su cuerpo, su pecho estaba adornado por muchas marcas de todo tipo de colores; amarillas, verdes y moradas. Su favorita era una que tenía al costado, en esa se podían ver sus dedos con color amarillo. Notó que Gerard temblaba y lloraba abajo de su cuerpo, así que en un vago intento por tranquilizarlo rozó su nariz con la de él, como en los viejos tiempos.

Una idea llegó a su cabeza.

— Shh... Shh, silencio —murmuró Frank, con un falso tono preocupado. Gerard se lo creyó, y dejó de temblar. —Si te portas bien, te daré un regalo, ¿si? —la pregunta confundió un poco a Gerard, pero sin mas opción asintió, y dejo de patear  — Muy bien.

Al terminar con la pequeña conversación, los músculos de Gerard se relajaron y sus brazos se esparcieron por la cama de sabanas blancas, suspiró mordiendo sus labios, podía ser otro truco de Frank así que hay que estar alertas.

El cuerpo del mayor se inclinó unos pocos centímetros, lo suficiente para rozar sus labios con los contrarios. Las acciones de Frank hacían a Gerard viajar en el tiempo, en la época perfecta.

Los besos de Frank dejaron de ser castos, en ellos tenían muchísimos sentimientos encontrados, unos eran húmedos, otros un poco violentos y el último fue dulce.

Gerard, por primera vez en mucho tiempo, gimió. Pero no fue uno falso ni de miedo, fue completamente real, y fue causado por Frank. Sus propias manos fueron a la camiseta del mayor, y pronto sus dedos se paseaban nerviosos por los botones, sin saber que hacer.

— Rélajate, yo lo hago —Frank besó su frente, completamente calmado. Con la misma calma fue a su vestimenta, y pronto se despojó de ella, quedando desnudo frente a los ojos de Gerard.

Hacía mucho que no veía su cuerpo completo, la mayoría de veces cuando tenían sexo el lloraba, pateaba o simplemente cerraba sus ojos, queriendo desaparecer de ahí y ir a esconderse a la cocina. Por primera vez no era golpeado o insultado, se sentía en las nubes, sentía que pronto ese sueño acabaría y la realidad lo golpearía. El tacto de el castaño encima suyo hacía su corazón palpitar con fuerza. Esa sensación era vagamente conocida.

Y esa sensación no era el miedo.

unhappy -frerardWhere stories live. Discover now