Capítulo 9 Candy

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Me preparo para discutir con Alex, pero por una vez se impone la sensatez a mi dichosa impulsividad: lo importante es poner a salvo a Kendra. Me dirijo al vestidor por las escaleras y saco de allí un juego de maletas Carlton. Abro una de las maletas encima del edredón con distintos tonos de violeta de la cama de mi hija, y me dispongo a llenarla con ropa sin siquiera mirarla, cuando veo sus pequeñas Doc. Martens rosas y negras en la alfombra.

“Querrá llevarlas”— pienso. Me agacho a recogerlas cuando la oigo a mi espalda.

 — Mamá, ¿qué pasa? — pregunta con un leve tono de alerta en su voz

— Nos vamos a casa de Alex Hunt, hija. Al menos hasta que todo esto pase— Le digo mientras paseo mí vista por la habitación.

Maldita sea...todo lo que nos ha costado volver a empezar...y de repente...

“No. Mierda, no. Esta vez no voy a dejar que me venza. No le permitiré llegar a nosotras.”

— Es Máximo, ¿verdad? — pregunta seria Kendra. Su semblante ahora no parece el de una niña de 10 años. Y todo es por mi culpa.

Comienzo a sentir humedad corriendo por mis mejillas antes de darme cuenta de que son mis lágrimas. Los brazos de Kendra me rodean fuerte, y mientras me acaricia la espalda firmemente con su pequeña mano, me dice:

—Vamos, mamá, yo termino mi maleta. El tío Basti puede ayudarte con tu equipaje, vamos.

Atravieso mi dormitorio blanco y lavanda, directa al baño. Abro el grifo y dejo correr el agua para cogerla entre mis manos y llevarla a mi cara. Miro mi rostro en el espejo y el tiempo se detiene por un largo instante. Durante un eterno minuto me miro a mi misma a la cara y me hago a la idea de que otra vez nos encontró. El Demonio está a las puertas de mi casa, de nuevo. Y yo lo traje hasta aquí.

“Pero ya no estoy sola, bastardo”— digo en voz alta, cual ensalmo, más para él que para mí misma. Tratando de exorcizarlo de mi vida.

Ahora mi Kendra es una niña muy madura y que sabía toda la historia. Ahora, estaban Otto y Basti. Y, de alguna extraña manera que no lograba entender, estaba Alexander Hunt. Me había echado a  los perros una semana  y media antes, y ahora, se presentaba con su negro corcel en forma de Escalade y su rubia melena, dispuesto a escoltarlas  y guarecerlas en su castillo. Maldito fuera, ahora mismo, el señor pelo pantene era su salvavidas, así que iba a estar en deuda con él. Pero fuera lo que fuese, era mil veces mejor que quedarse a esperar a que Máximo llamara a su puerta.

Un sonido en la puerta del baño me avisa de que Basti ya ha subido a ayudarme con la maleta:

— Dulzura, ¿estás bien?— pregunta desde el otro lado.

— Sí, salgo enseguida— contesto mientras me seco la cara con una toalla del toallero de hierro forjado  situado a mi derecha.

Entro en la habitación y Basti ya ha seleccionado la mayor parte de la ropa y la ha doblado dentro de la maleta, percha incluída.

— Otra vez huyendo, Sebastian... ¿Por qué yo, maldita sea? ¿Acaso no he pagado ya todos mis errores? Por amor de Dios, lo único que hice mal fue escogerlo una vez, hace once años...

— Shh. No quiero volver a oírte decir toda esa porquería; tú no has hecho nada, y no estás huyendo. Quiero que sepas, que estamos todos aquí, contigo. Y además, Alex ha hecho que su cuerpo de seguridad venga para escoltaros hasta su casa.  Candy, cielo, si lo hemos involucrado es porque anoche llegó un sobre con amenazas, y Alex es el único ahora mismo que puede manteneros seguras sin esfuerzo. Sé que te escuece, pero tienes que hacerme caso, ve con él, deja que te ayude. — Me pide Basti mientras me sostiene las dos manos en las suyas

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