El Espejo de la Vida

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Conocí a Mary en una fiesta. Parecía no haber estado en ninguna antes aunque, para ser sincero, yo tampoco.

Le pregunté si quería que le trajera un vaso de soda, pero su respuesta fue que no.

Continúe viendo como dejaba pasar las horas, esperando a que la fiesta acabará. Por suerte, la fiesta terminó temprano y tenía a alguien con quien irse, aunque no creo que fuera la mejor persona.

Hubo algo que no pude olvidar de ella, sus ojos que brillaban más que un diamante. Pero, después de esa noche, ya no la volví a ver.

Pasaron unos meses cuando descubrí que se había mudado a la casa de enfrente. Al saberlo, supe que esa podía ser mi oportunidad. Fui, esperanzado de encontrarla, y si, la encontré.

Le dije que si algún día querría ir por algo, para poder decirle cómo se encontraban las cosas en ese lugar.

Ella accedió.

Su amistad con ella creció y creció, parecía que sólo conmigo se sentía tranquila.

Un día, ocurrió algo extraño.

Al estar en su casa lucía preocupada, como si algo o alguien la estuviera molestando. Le pregunté si se sentía bien, pero no me respondió

Esto ya lo había visto antes. En otra ocasión le pregunté por su familia, y sólo me volteó a ver para decir: "Ellos no entran aquí"

Ahora esperaba que me contestara algo igual, pero no lo hizo. Me levanté y vi algo todavía más extraño. En su casa había un espejo alto y antiguo, que ahora estaba tapado con un viejo tapete.

Muchas cosas estaban viéndose extrañas.

Tomé el tapete y antes de que lo jalara, ella me tomó de la mano.

—No lo hagas, no te gustará ver lo que hay ahí.

— ¿Es tan malo? —pregunté.

La miré, y ella me miró. No sabía qué hacer. Ella deslizó su mano hacia la mía. Y, como si no tuviera voluntad, hizo que tomará su mano, dejando el tapete.

Ahora su mirada había cambiado. Sus pupilas se habían alargado como las de un gato, sonrió y su boca dejó mostrar más dientes de los que una persona puede tener. Ahí fue donde me di cuenta de lo que pasaba.

Ella me contuvo. De un golpe logré librarme de ella y entonces tomé y jalé el tapete dejando ver el espejo en donde Mary estaba atrapada.

— ¡Ayúdame!—fue lo que escuché del otro lado del espejo.

La otra Mary ahora tenía una apariencia distinta, sus manos ahora eran garras enormes y su cara era puntiaguda, como la de una serpiente.

Me arañó, dejándome tirado en el sillón. Me hice el desmayado, esperando a que se olvidara de mi existencia.

Se retiró del área, buscando algo, algo que necesitaba. Rápidamente me levanté y me oculté detrás de una repisa. Ella llegó. Traía un objeto en la mano, una daga. Se apresuró a llegar al sitio donde me había desmayado. Con una expresión de sorpresa en su rostro, empezó a buscarme.

Esperé a que se saliera, pero, para mi desgracia, estaba detrás de mí.

Me hirió el brazo luego de empujarme con su brazo, dejándome casi inmóvil.

Ella se acercaba a mí con un paso lento, tenía la decisión de matarme.

De pronto levanté mi cara para recordar lo último que vería, notando que el espejo estaba frente a mí.

Lo tomé y a un momento de que ella me matara lo rompí.

Los miles de fragmentos comenzaron a caer, rosando cada parte de mi cuerpo. La expresión de mi asesina había cambiado drásticamente a lo que sería su fin. Los fragmentos ahora esparcidos por el suelo comenzaban a moverse estrepitosamente, hasta tal punto de estar flotando en la tensa burbuja del lugar. La que creía Mary ahora tenía todos y cada uno de los fragmentos incrustados sobre ella. Su piel había sido cortada y su anhelo de vida cortado. Se quedó flotando, con la cabeza agachada y los brazos extendidos. Su cuerpo mantenía pedazos de piel en él.

No sabía qué hacer, no respondía. Me moví sigilosamente pero en un instante comenzó a gritar. Su cuerpo se hizo humo, empezando por sus piernas. Olía muy mal, como si estuviera algo muerto. Después de ese humo estaba alguien, como si debajo de aquella chica estuviera una nueva persona.

Bajó lentamente para quedar en el suelo. Me acerqué a ella, tratando de hacerla entrar en razón. No transcurrió mucho cuando abrió los ojos, esos no eran los ojos que una vez vi. Ahora era oscuros, era difícil no mirarlos. Me miró, la miré, y sabíamos que todo aquello había terminado.

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