La Máquina De Nubes

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Un auto se escuchó, siendo la madre de Felicia quien lo conducía. Luego de unas horas, su padre intervino:

— ¿Por qué lloras?

— ¿Dónde está mi madre?

— Salió.

— ¿A qué hora regresará?

— No lo sé.

Me imagino que conocerán el rumbo de esta conversación. Felicia, la niña que hablaba con su padre, mostraba un cierto enojo a tan cortantes contestaciones, y no era por culparlo porque (siendo sinceros) ¿A quién le gustaría decirle a su hija de 6 años que su madre no volverá? De alguna manera, su padre supo esquivar ciertas preguntas que cada día salían de la boca de Felicia pero, esas preguntas debían ser respondidas tarde o temprano, y su padre tenía la respuesta.

— ¿Ves las nubes?

Habían pasado 3 meses y lo único que su padre podía decir era eso, a lo que su hija respondía:

— ¿Qué tienen?

— Cuando seas más grande podrás llegar a ellas, tanto como tú quieras... ¿Sabes por qué?

— ¿Por qué?

— Porque tu madre está ahí, esperándote.

No importaba cuántas veces lo dijera, Felicia sonreía hasta que su padre la levantara con sus brazos, acercándola a las nubes. Muchos se preguntarán "¿No sabe que su madre está muerta?" Y para ello responderé "No, ella no conoce la muerte". Su padre se aseguró mucho antes de eso, llevándola a donde sería su último destino, una vieja cabaña a las afueras de la ciudad, donde los pensamientos se conservaban puros.

— ¿Qué es aquello?

Felicia había encontrado la máquina de nubes (o como ella le llamaba) a unos cuantos kilómetros de su casa. Su actitud era testaruda, y su padre no podía hacerla cambiar de opinión cuando ella quería ir a visitar la máquina de nubes. La conversación era la misma:

— ¿Por qué no vamos a la máquina de nubes?

— Aún no puedes ir allá, eres muy pequeña.

Luego se cruzaba de brazos durante unos segundos, viendo cómo las nubes salían de la maquina.
Una noche, mientras Felicia veía el cielo con las nubes nocturnas, un sujeto se postró frente a su ventana, tocando 3 veces en ella. Felicia respondió saliendo de su casa sigilosamente.

— ¿Quieres ir a... la máquina de nubes?

El hombre, quién su cara era cubierta por la sombra de la noche, le pidió su mano, de donde un paraguas salía. Felicia, sin alguna duda lo siguió. El viento era fuerte, y las nubes se trasladaban más rápido. Era un espectáculo que nunca había visto, las nubes bajaban y subían mientras era envuelta en una bruma abundante. El espectáculo llegó a su momento clave, cuando los pies de Felicia se separaron del suelo y se dirigió a la máquina de nubes. En ese momento apareció el desconocido:

— Ya casi llegamos, ¿Estás preparada?

— Si, ya quiero ver a mi madre, debe estar ansiosa por verme.

Llegados a este punto, pido disculpas y espero no se enojen con el hombre del paraguas, sus intenciones son buenas.

— Ya llegamos.

El lugar era todo eso que Felicia soñó, sin contar el hecho de que era una fábrica.

— ¿Estás preparada?

El hombre miraba desde el otro lado de la máquina de nubes, esperando al gran acto final.

— ¡Ahora!

Felicia cayó con su mirada de felicidad por la máquina de nubes. No duró mucho para que el lugar se llenara de un grito que era perceptible kilómetros a la redonda, entre esos kilómetros estaba su padre, quien corría entre los pastizales, pensando que aún había esperanza.

—¿Ha visto a mi hija?

La mirada del padre era graciosa para el hombre del paraguas, quien sólo respondió:

— Se fue en esa dirección, hacia Kilentown.



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