Explicaciones de lo obvio

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Romíjin se ha enamorado y le es duro aceptarlo. Siempre ha vivido bajo la idea de una soltería perpetua, el poder tener aventuras hasta que la muerte la perjudique, sin esas cochinas ataduras de un compromiso, la parafernalia de la fidelidad y el anillo, ceremonia y otros rituales (“A lo mejor niños… pero in vitro” murmura Romíjin). Se ha enamorado antes, pero esta vez parece diferente (“Como las cien anteriores veces”), además hay más dolor que satisfacción, “Es Atya. Son Faskor y Atya. Yo me desgañito buscándolo, esperanzada tras su amor, que me ame como ama a esa… y me emputa que ella se lo lleve todo sin hacer nada, que solo lo mire y él caiga como perrito faldero, ella cerca y él como loco moviendo el rabo, mientras yo besándole el cuello, acariciándolo, incluso cuando le hago el amor” llora Romíjin, su mirada se posa con envidia sobre Atya quien mira con ilusión dereista hacia las nubes, “claro que Faskor está más tranquilo, menos centrado en ella, parece que me quiere más” sorbe los mocos Romíjin y momentáneamente la soberbia de su sensual belleza metamorfosea en un candor infantil de rubor en la piel y brillo en la luz de sus ojos de cazadora. Ahora Faskor la abraza, la besa, la lleva de paseo y le hace el amor con ternura y cariño, ya no la obligación de antaño o el abandono al placer para cubrir ese agujero que le dejaba Atya, la bella y cruel, niña artera.

“Había que mantener el romance” explica Romíjin consternada mientras recuerda su amor correspondido a medias, sus esfuerzos por mantenerlo a su lado, pese a Atya, pese a Rea, “pese a ese maldito lugar” y sin querer recuerda el episodio oscuro. Nombrado así por Romíjin, con otros nombres en boca de los demás.

Mersa lo había planeado. Ya hacía tiempo que Mersa deseaba expander los límites primitivos de su cultura. Para él cada extranjero era un dios, hijo del sol, el salvador que lo llevaría a los cielos, es decir al ecto, afuera de la apartada aldea, más allá del endo[1]. El resto de los aldeanos parecían divertirse con los extranjeros, “Siempre se podía aprender algo” clamaban las voces de ancianos, pero no Mersa, él era amante de la Mundana, no es que jamás la hubiese conocido, sino que la Mundana era esa parte inconfesable de la realidad de la aldea, ese algo que el vacío en sus pechos buscaba para ser rellenados, pero que al final nunca conseguían, “Es confuso en realidad” balbucea Anja, puesto que era tener la respuesta para finalizar toda angustia, colmarse y sentirse completo, pero ahí estaba siempre la mano que prohibía, el anciano que siempre es…” queda interrumpida Anja “Sabio, sabio, sabio… sabio es el anciano” cantan coros invisibles sus letanías pseudo-subnormales, tan propias de la aldea con todos sus rituales reversos al común denominador del humano promedio. Pero nunca Mersa y su alma urbana, Mersa tan extranjero para ser un aldeano.

“La primera parte de mi plan era entablar contacto significativo con alguno de los extranjeros… la incauta Atya” se regodea Mersa “conociendo la tendencia estética de las jovenzuelas del mundo urbano, no fue difícil venderle el idilio perfecto, atontarla, anestesiarla con lo que los urbanos llaman amor.”

“Segundo. Ser un sujeto de estudio de las ciencias de esta gente. Nunca fue difícil, al parecer mi cuerpo es la encarnación divina de lo que se cree perfecto por allá.”

“Tercero. Salir, irse, llenar el vacío de mi pecho que los extranjeros tienen lleno, llenarlo así como ellos lo llenan mientras paran en esta realidad, transformarme en el ser divino que mi cuerpo dice que soy, dejar la mediocridad de la simpleza atrás. Pero todo tiene un precio me enseñó Faskor, supongo que el precio de sus vidas y sus luchas no es muy caro.”

[1] dentro, en el interior

Faskor y Atya (Canto a las diferentes romantizaciones del amor)On viuen les histories. Descobreix ara