La aldea

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“¿Qué vamos a hacer con la chica-bestia esa?” pregunta Damo dándole un pequeño descanso a su armónica “Pues nada” responde Oboh “¿qué podemos hacer nosotros?” “En todo caso está en tus manos” complementa Faskor mientras Kenya Rabiosa gruñe en el agujero-trampa, “entra y cálmala” dice Faskor como quien pasea, “Obvio” responde enojado Damo, “No es tan difícil, solo entras y ya” interrumpe Oboh “Quisiera verte a vos dentro” replica Damo. La espesura del bosque se sentía más en aquel sitio, la aldea estaba un tanto lejos y la caza parecía estéril (“Al menos ya terminamos con este asunto de la venganza karmática” pensaba Faskor), tan solo habían conseguido un par de pescados robados a un oso avaricioso y algunas setas, sin contar a Kenya Rabiosa, pero a esta no se la podían comer.

Faskor rumiaba su frustración y miraba de reojo a Oboh, lo culpaba por la mala caza del día y le enojaba que fuese tan… sin comprender que esa era su forma de quererlo. Damo parecía tranquilo, al fin tras tantos tiempos de búsqueda se manifestaba Kenya la acechadora tierna, la niña encaprichada con él, la osada que se había aventurado sin más a esas tierras incomunes, disque por él. Oboh saca un faso “¿Tienen fuego?” “Na, dejé la pipa en la villa” contesta Faskor “haz un poco con ramitas” Oboh entonces frota y frota, sopla y frota a la par que una corriente apática penetra en Damo, y Kenya ya calmándose “Cárgala” dice Faskor con tono imperioso, Damo frunce el seño molesto con Faskor pero procede a cargarla en todo caso; caminan derrotados, Oboh inicia su perorata sobre lo que había hecho mal Faskor y como Damo podía mejorar -el último lo ignoraba sorprendido por como aquel lugar había cambiado a Kenya, el primero se sulfuraba buscando como discutirle- y tras horas de marcha arriban.

La aldea se manifestaba en un rincón críptico del bosque neblinoso, consistía en varias chozas algunas de madera, otras de adobe. Los habitantes nunca le habían puesto un nombre, vivían en la difícil simpleza de ignorar al tiempo y al mundo fuera de aquel laberintico entorno suyo, hablaban un lenguaje apoteósico de tonos babilónicos que los extranjeros escuchaban acezantes. Quizá lo más interesante de esta aldea era su buena disposición al recibir forasteros, quienes se desesperaban por entrar e investigar aquel sitio tan inefable con sus grandes títulos de científicos, antropólogos, médicos, psicólogos, religiosos, espiritistas y hasta turistas y mochileros o curiosos sin ocupación ni título ostentable. Pero, eso sí, solo podían entrar de siete en siete, aunque les dejaban quedarse el tiempo que deseasen y si aprendían de ellos bien, sino también y si se les ocurría quedarse para siempre… pues podían, nadie iba a evitarlo, pero a pocos se les enseñaba sobre la aldea y sus habitantes, muchos habían vivido entre ellos sin poder comprender el porqué de la más simple de sus preguntas. A los que probaban algo (nadie sabía exactamente qué), los ancianos de la aldea lo convocaban ante ellos, durante horas el sujeto se quedaba en la choza de estos, hasta que salía cambiado y hasta hablando esa lengua especial de la aldea.

Los aldeanos eran bajos de estatura y de piel cetrina, de ojos oscuros y cabellos azabache, preferían chozas rusticas de adobe, ropa simple y comer poco. Ningún investigador del mundo externo había logrado determinar su etnia o como hacían para aprender con tanta facilidad cualquier otro idioma que escuchasen, “es fácil” respondían ante las interrogaciones frustrando a los interrogadores. Su lengua en particular había sido víctima de intelectuales que intentaban siquiera pronunciarla, pero llegado el momento se encontraban ante dificultades enconantes y ya varios lingüistas y poliglotas habían declarado a esa lengua “imposible”, sin embargo ahí estaban los aldeanos charlando en el idioma imposible como si no existiesen tal cosa como lingüistas expertos o poliglotas.

En las cabañas de madera se alojaban los extranjeros, estas estaban repartidas a lo largo de la aldea, como queriéndose camuflar entre las humildes chozas de adobe de los aldeanos, habían sido erigidas por los primeros investigadores que habían cohabitado con los habitantes. Eran de estructuras más complejas, ornamentadas e imponentes. Cuando Faskor, Damo, Kenya Rabiosa y Oboh llegaron, cada uno se dirigió a una de las siete cabañas, inmersos en sus pensamientos, al son de cantos en la lengua imposible.

Faskor y Atya (Canto a las diferentes romantizaciones del amor)Where stories live. Discover now