Gloria a la beldad todopoderosa

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¿Se aparecería Atya? Faskor miraba triste hacia el pasto y se preguntaba si era Pablo, Cristóbal o acaso la terrible indiferencia lo que lo asesinaría aquel día, “¿asesinar?... no hay que exagerar” se dice, suspira y se avoca a la música de su mp3, en sana intención de librarse de la cruenta realidad. Tal vez solo deslizarse por las tibias ondas del sonido y olvidarse de la angustia, devoradora y lacerante. Pero estaba Atya, la bella muchacha, presente en la tibieza del sol seco que azuzaba -¿o más bien invitaba?-  a dormir. No. Era una especie de sopor, un sumergimiento en las fantasías donde no había ni Fernando, ni Miguel y todo fácil, muchas gracias, besos y buenos días.

Moría la tercera hora de la tarde y Faskor fumaba una pipa añorando los nubarrones de lluvia del mes pasado, aquel clima caluroso era molesto y le procuraba mucho sudor, “hay que deshidratarse del algún modo” pensaba desesperado, un tanto por la ausencia de Atya y otro tanto por la falta de más tabaco “últimas bocanadas” y suspira. Abotagado veía amortajado en espesos continentes de humo, como el pasto se movía ante la suave presión del viento, este soplaba débilmente en la humanidad en general y los pasos de Atya irrumpían sinfónicamente en la delicada estructura armoniosa del momento.

Gloria a la beldad todopoderosa/ creadora del regocijo y el embobamiento/ gloria a Atya su única hija/ que se mece en su angelical mirada/ padece el corazón ante su fulgurante risa/ es encrucijante, adictiva y lacerante/ a los 3 minutos tierna, amiga y arrogante/ somos vocal y consonante/ se está sentando a lado de Faskor/ pobre huevón

Un saludo amistoso (“horriblemente decepcionante”) y el silencio del entorno, que parece atento al encuentro. Faskor tose nervioso y comenta una o dos cosas hasta que el ruido retorna. Por aquí y por allá insinuaciones demasiado sutiles para ser tan obvias, y ese brutal modo de ignorar que tenía Atya que, por lo mismo, lastimaba tanto a Faskor. Además los pajaritos y el sol, arcoíris y demasiados etcéteras.

“…¿Ubicas?” pues no, lo cierto es que Faskor intenta comprenderlo, pero lo peor es que ni siquiera Atya lo entiende, ella lo veía y solo notaba a la gris normalidad de su apariencia, o el tenue sonido de su encanto y su cegado concepto de lo que creía ser. Había un fuego alacraneante en ambas miradas, las razones variaban pero era innegable el esplendor en las retinas y la intensidad del momento, la feroz destrucción de la condición humana en el sueño interno de las divagaciones de Faskor, los cielos altos que se planteaba en nombre del amor. De pronto ahí estaba, finalmente, en el instante preciso en que podía resumir la imposible parafernalia de su ser, empero se hallaba acorralado en la periclitante apoteosis de nadar en esos ojos y esa forma de hablar con las palabras justas (“quizá no las mejores o adecuadas”) y aquel egoísmo tan suyo (“¡claro! ¿sino de quién?”), tan ansioso de satisfacer el anhelo de su ego, estaba Faskor, que su deseo ardía enconante.

Faskor y Atya (Canto a las diferentes romantizaciones del amor)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora