—Vamos, vamos— le dijo Dean a la chica.

Savannah volvió a posar su mirada sobre el ángel y le encontró observándose las manos, como si no comprendiese lo que estaba ocurriendo. Pasó de largo al rubio y se acercó al ángel, cogiéndole con cuidado del brazo para tratar de tranquilizarlo mientras seguía con la mirada perdida en algún punto entre sus manos y la estantería.

—Vas a estar bien, tío— dijo Dean a su lado.

Castiel se giró, quedando frente a ellos y dejándoles ver de nuevo su cara. Sus ojos estaban incluso más inyectados en sangre que antes. Respiraba a través de la boca semiabierta, con dificultad. Se sintieron como si fuese un tigre preparándose para saltar sobre ellos en cualquier momento. Cogió a ambos de la pechera de las camisetas, y Savannah no supo de dónde sacó la fuerza para lanzarlos a ambos contra la estantería que estaba a su derecha.

Se vieron chocando contra los palés y rompiendo la madera de los mismos, para caer después al suelo. No pudo evitar la palpitación de su cabeza y su abdomen después del trajín de aquel día.

En milisegundos, Castiel volvía a estar sobre ellos mientras trataban de arrastrarse fuera de su alcance. El ángel era muy rápido para lo aturdidos que ambos estaban. La atención del de la gabardina se depositó sobre Dean, al que volvió a coger de la camisa y lo lanzó contra una alambrada de metal del interior, dejándole aún más atontado si es que era posible, y comenzando a darle golpes en la cara en cuanto volvió a tenerle a su alcance.

—¡Castiel!— gritó la chica, tratando de hacerle parar.

—¡Desiste!— la voz de Rowena se escuchó desde la entrada del almacén y cuando Dean y Savannah se giraron se encontraron con el menor de los Winchester apuntando a la sien de la bruja con una pistola.

La cazadora volvió su vista sobre Castiel, había soltado a Dean y se miraba las manos de nuevo, pero parecía sorprendido por lo que estaba ocurriendo.

—¿Tengo que recordarte que son balas mata brujas?— exclamó Sam—. ¡Rompe el hechizo!— ordenó mientras Dean trataba de arrastrarse junto a Savannah.

La chica notó como el cazador retiraba su mano del abdomen, encontrándosela llena de sangre de nuevo. Los puntos se habían ido a la mierda. Y lo extraño era que no lo hubiesen hecho antes.

—Sí, sí, está bien— murmuró la bruja detrás de ellos—. Adlevo onus tuum.

Dean y Savannah se giraron al oír los gemidos del ángel que empezaba a temblar aún de pie. En unos instantes cayó al suelo mientras sus ojos se quedaban completamente en blanco. Dean se incorporó ayudando a la castaña y acercándose con ella al ángel. En cuanto estuvo junto a él, Savannah se dejó caer, cogiéndole de la gabardina mientras Dean trataba de agarrarlo. El ángel no paraba de convulsionar y los tres se preguntaron si aquello podría ser otra treta de Rowena.

—¡Cas!— gruñó Dean.

—¿Castiel?— inquirió la castaña mientras los dos le observaban y el aludido paraba de temblar.

El ángel no contestaba así que Savannah se acercó algo más, apartando al cazador de un manotazo y tratando de levantar el rostro del de la gabardina.

— Vamos, Castiel— murmuró moviéndole ligeramente.

Suspiró aliviada cuando sus parpados se abrieron, dejando a la vista dos orbes azules y sin ningún rastro de la sangre a su alrededor. Castiel la observaba sin comprender del todo que era lo que había ocurrido, y contemplando la sangre que manaba de varios cortes en las caras tanto de ella como de su amigo.

—Vamos, vamos— dijo Dean a su lado, ayudándola a incorporarlo.

La chica sonrió al ver que claramente ahora Castiel era el que mejor se encontraba de todos, salvo por su expresión de adormilado.

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