Capítulo 1

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—Cariño. ¿Estás ya despierta? Venga que tienes el desayuno que se te va a enfriar, no vayas a llegar tarde.

 —Sí, abuela. Me preparo y bajo en seguida.

Alexia se levanta por fin de la cama, aunque eso sea lo último que le apetezca hacer a esas horas. Se ha pasado unos minutos sentada en el borde de la cama mirando a ninguna parte, al escuchar que su abuela le hablaba volvió a entrar en sí. No ha podido dormir muy bien esa noche y despertarse tan pronto le ha sentado como echarse un cubo de agua fría.

           

Abre el armario en busca de algo que ponerse, saca unos shorts vaqueros y en el fondo del armario encuentra una camisa de cuadros de tonos marrones y beige que le regaló su padre en navidad. De eso ya hace siete meses. Siete meses desde la última vez que les fue a visitar y ahora quiere recuperar el tiempo perdido yendo a pasar un mes a su camping preferido, aquel al que iban todos los veranos junto con su madre. Ese lugar está lleno de recuerdos juntos los tres, y eso era solo la punta del iceberg de las razones por las que no quiere ir. No sabe porque su padre se empeña en ir a un lugar como aquel donde gran parte de los sitios le recuerda a ella, y a su vez también le sirve como recordatorio de que la ha perdido y no va a volver.

Un pinchazo de nostalgia atraviesa su pecho. La echa muchísimo de menos y teme que con poco más llegue a olvidarse de su voz, o de como sonaba su risa. Piensa en cómo ella la acurrucaba en sus brazos cuando tenía siete años, Alexia le recordaba siempre que con siete años ya era lo suficientemente mayor como para que le cogiese como un bebé, a eso ella contestaba que siempre sería su bebé. Le divertía ver como se picaba y, por aquel entonces, nunca pensó que echaría de menos que le hiciese de rabiar. Ya han pasado nueve años desde que la perdió, desde que una carretera hizo que desapareciera para siempre. Muchas veces tenía pesadillas de ese día en el accidente.

Un hombre estrelló su coche en el lado donde conducía su madre, esta le vio cuando ya era tarde para hacer nada. Se llevó todo el impacto, no se pudo hacer nada por salvarla. Alexia perdió la conciencia y sufrió algunas heridas, pero al no ser graves, en un par de días le dieron el alta. Cuando despertó estaba su padre sentado al lado de su cama del hospital, le desconcertó que este estuviera llorando, ya que nunca había visto llorar a su padre y nunca más lo ha visto hacerlo. Ella sólo recordaba a su madre con la cabeza en el volante, llena de sangre. Su madre había muerto y el hombre había desaparecido sin dejar rastro. Pudo ser un asesinato, pero nadie pensó nunca en esa posibilidad.

Desde entonces había vivido con sus abuelos. Había sido feliz viviendo con ellos. No se puede quejar. Pero siempre quedó el hueco vacío de una madre que nadie puede ocupar. Cuando murió su abuelo de cáncer fue una época dura para las dos, la luz de alegría de la que estaba caracterizada su abuela se fue apagando un poco pero frente a su nieta tenía que ser fuerte y continuar como siempre. Fue una época en la que se apoyaron mutuamente. Alexia cogió mucho cariño a su abuela, que la había criado como a su hija. Mientras todo eso pasaba, su padre se había volcado en su trabajo como científico; debe ser que, como su madre también era científica, se sentía más cerca de ella trabajando. O eso pesaba Alexia en un principio. El caso es que fue visitándolas de vez en cuando, pero como el número de visitas iban disminuyendo con el paso del tiempo, el rencor de ella hacia él iba creciendo a su vez. Le acusaba de ser cobarde, de dejar que creciera sin actuar como suele hacer un padre cualquiera. Gracias a su pasado se fue haciendo más fuerte por momentos.

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