CAPÍTULO XLIV

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De los dos meses, habían transcurrido casi siete semanas cuando la carta esperada, la carta de Edmund, llegó a manos de Fanny. Al abrirla y ver su extensión, se dispuso a leer el minucioso detalle de su felicidad y una profusión de amorosas alabanzas dedicadas a la afortunada criatura que era la dueña de su destino. Éste era el contenido de la carta:

«Querida Fanny: Excúsame por no haberte escrito antes. Crawford me dijo que deseabas noticias mías, pero me resultó imposible escribirte desde Londres y me convencí de que comprenderías mi silencio. De haber podido mandarte unas pocas líneas felices, éstas no se hubieran hecho esperar; pero en ningún momento tuve motivo para hacer nada parecido. He vuelto a Mansfield en un estado de inseguridad mayor que cuando me fui. Mis esperanzas son mucho más débiles. Es probable que ya estés enterada de todo esto. Con el cariño que te tiene Mary, es lo más natural que te haya contado lo bastante de sus sentimientos para darte una regular idea de los míos. Ello no habrá de impedirme, sin embargo, comunicártelos yo mismo. En cuanto a lo de hacerte depositaria de nuestras respectivas confidencias no ha de haber antagonismo. No hago preguntas. Hay algo consolador en la idea de que tenemos la misma amiga, y que cualesquiera sean las divergencias de opinión que puedan existir entre ella y yo, los dos estamos unidos en nuestro cariño hacia ti. Será para mí un consuelo contarte cómo están ahora las cosas, y cuáles son mis planes en la actualidad, si puede decirse que tengo algún plan. Regresé a Mansfield el pasado sábado. Estuve tres semanas en Londres y la vi, para lo que es Londres, muy a menudo. Recibí de los Fraser cuantas atencio­nes podía razonablemente esperar. Diría, en cambio, que no fui razonable al abrigar esperanzas de una frecuentación tan constante como en Mansfield. Más me dolió su comportamiento, sin embargo, que la menor frecuencia de nuestras entrevistas. Si la hubiera ya visto así cuando partió de Mansfield, no hubiese tenido derecho a quejarme; pero desde el primer momento la encontré cambiada. Al recibirme se mostró tan distinta a cuanto yo había esperado, que estuve casi decidido a marcharme de Londres inmediatamente. No es necesario que me extienda en detalles. Tú conoces el punto flaco de su carácter y puedes imaginar los sentimientos y expresiones que fueron mi tortura. Estaba de muy buen humor y rodeada de aquellos que prestan a su espíritu, demasiado vivo, el apoyo de su insano juicio. No me gusta la señora Fraser. Es una mujer insensible, vana, casada nada más que por conveniencia y, aunque evidentemente infeliz en su matrimonio, no atribuye el desengaño a falta alguna de buen juicio o de carácter, o a la desproporción de edad, sino a que, después de todo, es menor su opulencia que la de algunas de sus amistades, en especial que la de su hermana, lady Stornaway, y es una parti­daria decidida de todo lo mercenario y ambicioso, con tal que sea algo bastante mercenario y ambicioso. Considero la intimidad de Mary con esas dos hermanas como la mayor desgracia de su vida y de la mía. Hace años que la llevan extraviada. Si fuera posible apartarla de ellas... Y a veces no desespero de conseguirlo, pues, a lo que parece, son ellas principalmente las que la tienen en gran aprecio; pero ella, en cambio, estoy seguro de que no las quiere como te quiere a ti. Cuando pienso en el gran afecto que por ti siente, y en todo lo que hay de sensato y recto en su conducta como hermana, me parece una criatura muy diferente, capaz de todo lo noble, y me siento inclinado a censurarme por mi interpretación demasiado severa de un carác­ter juguetón. No puedo dejarla, Fanny. Es la única mujer del mundo en quien podría pensar con la intención de hacerla mi esposa. Si no creyera que siente por mí alguna inclinación, no diría yo esto, desde luego; pero creo que sí la siente. Estoy convencido de que existe en ella una decidida prefe­rencia. No tengo celos de nadie en particular. Es de la influencia del mundo elegante, en su conjunto, de lo que estoy celoso. Son los hábitos de la opulencia lo que temo. Sus ideas no exceden de lo que su propia fortuna puede garantizar, pero van más allá de lo que nuestras rentas, unidas, podrían consentir. Uno halla consuelo, sin embargo, hasta en esto. Podría soportar mejor el perderla por no ser bastante rico, que por causa de mi profesión. Ello probaría tan sólo que su afecto no llega al sacrificio, cosa que, en realidad, casi no tengo derecho a pedirle; y si me rechaza, creo que éste será el auténtico motivo. Sus prejuicios, estoy seguro, no son tan fuertes como antes. Aquí estoy vertiendo mis pensamientos a medida que brotan de mi cerebro; acaso sean a veces contradictorios, pero no por eso serán un reflejo menos fiel de mi ánimo. Una vez que he empezado, es para mí un placer contarte todo lo que siento. No la puedo dejar. Con los lazos que ya ahora nos unen y los que, espero, nos unirán, dejar a Mary Crawford seria renunciar a la intimidad de algunos de los seres que más quiero en el mundo, excluirme a mí mismo de las casas y amistades a las que, en cualquier otro caso de aflicción, acudiría en busca de consuelo. Debo considerar que la pérdida de Mary implicaría la pérdida de Henry y de Fanny. Si fuera cosa decidida, si ella me hubiera rechazado, espero que sabría soportarlo y vería el modo de aflojar su presa en mi corazón; y en el curso de unos pocos años... Pero estoy escribiendo tonterías. Si me rechazara, tendría que soportarlo; y mientras viva no podré dejar de pretenderla. Ésta es la verdad. El único problema es ¿cómo? ¿Cuál será el medio más acertado? A veces pienso en volver a Londres después de Pascua, y a veces resuelvo no hacer nada hasta que ella vuelva a Mansfield. Aun ahora habla con ilusión devenir a Mansfield para junio; pero junio está muy lejos aún, y me parece que lo que haré será escribirle. Estoy casi decidido a explicarme por carta. Llegar pronto a una certidumbre es lo que más importa. Mi actual situación es tristemente enfadosa. Considerándo­lo bien, creo que una carta será el mejor medio para exponerle mis razones. Por escrito, me veré capaz de decir muchas cosas que no podía decirle de palabra, y ella tendrá tiempo de reflexionar antes de decidir su respuesta; y me asusta menos el resultado de una reflexión que un impulso repentino... Creo que me asusta menos. El mayor peligro para mí sería que consultase a la señora Fraser, encontrándome yo lejos, sin poder defender mi causa. Con una carta me expongo al grave perjuicio de esa consulta; y donde un criterio es algo deficiente en cuanto a lo de tomar decisiones acertadas, un consejero puede, en un momento funesto, conducir a una determinación que acaso después se tenga que lamentar. Tendré que pensarlo un poco mejor. Esta extensa carta, llena tan sólo de preocupaciones mías, sería suficiente para fatigar hasta la amistad de una Fanny. La última vez que vi a Henry Crawford fue en la reunión de la señora Fraser. Cada vez me satisface más todo lo que veo y oigo de él. No hay una sombra de vacilación. Está muy seguro de sus intenciones y obra de acuerdo con su resolución: inestimable cualidad. No pude verle a él y a mi hermana mayor en la misma sala, sin recordar lo que tú me dijiste una vez, y reconozco que no se encontraron como amigos. Noté una marcada frialdad por parte de María. Vi que él retrocedía, sorprendido, y lamenté que la actual señora Rushworth conservara algún resentimiento por un antiguo y supuesto desaire inferido a la señorita Bertram. Desearás cono­cer mi opinión sobre el grado de felicidad de María como esposa. No hay apariencia de infelicidad. Espero que se lleven ambos bastante bien. Comí dos veces en Wimpole Street y hubiera podido hacerlo más a menudo, pero es fastidioso estar con Rushworth para tratarle como hermano. Julia, parece que se divierte mucho en Londres. Yo poco disfruté allí, pero menos me divierto aquí; formamos un grupo que no tiene nada de alegre. Es mucho lo que te echamos en falta. Yo siento tu ausencia más de lo que soy capaz de expresar. Mi madre te manda sus más cariñosas expresiones y espera recibir pronto tus noticias. Habla de ti casi a todas horas y a mí me apena tener que preguntarme cuántas semanas tardará aún en gozar de tu compañía. Mi padre tiene la intención de recogerte él mismo, pero no será hasta después de Pascua, cuando le reclamen sus asuntos en Londres. Espero que seas dichosa en Portsmouth; pero eso no debe convertirse en una visita de un año. Te necesito en casa, para contar con tu opinión acerca de Thornton Lacey. Tengo pocos ánimos para llevar a cabo grandes reformas, mientras no sepa si allí habrá un ama de casa algún día. Me parece que, en definitiva, le escribiré. Es cosa decidida que los Grant marchan para Bath; saldrán el lunes de Mans­field. Me alegro. No tengo humor suficiente para estar a gusto con nadie. Pero tu tía parece que se considera muy desafortunada por el hecho de que semejante información sobre las novedades de Mansfield salga de mi pluma en vez de la suya. Siempre tuyo, queridísima Fanny.»

Mansfield Park - Jane AustenWhere stories live. Discover now