CAPÍTULO XXI

1.1K 48 2
                                    

La vuelta de sir Thomas introdujo un cambio impresionante en las cos­tumbres de la familia, aparte la cuestión de «Promesas de Enamorados». Bajo su gobierno, Manfield parecía otro lugar. Se fueron algunos miembros del grupo, y otros muchos quedaron entristecidos. Todo aparecía monótono y gris, en comparación con el pasado... todo quedó reducido a un sombrío círculo familiar, raras veces animado. Había poco trato con los de la rectoría. Sir Thomas, enemigo de confianzas en general, se mostraba a la sazón parti­cularmente desfavorable a toda frecuentación fuera de un sector: los Rush­worth eran la única adición que podía admitir en su círculo hogareño.

Edmund no se extrañaba de que fueran éstos los deseos de su padre, y sólo podía lamentar la exclusión de los Grant.

––Es que ellos ––comentaba con Fanny–– tienen un derecho. Parece como si nos pertenecieran... como si formasen parte de nosotros. Me gustaría que mi padre se hiciera cargo de las muchas y grandes atenciones que tuvieron para mi madre y mis hermanas durante su ausencia. Temo que puedan sentirse desairados; y lo cierto es que mi padre apenas los conoce. No llevaban aquí un año todavía, cuando él se ausentó. Si los conociera mejor, apreciaría en lo que vale el trato de los Grant, ya que son precisamente la clase de personas que a él le gusta. A veces falta un poco de animación en casa: a mis hermanas parece que se les acabó el humor, y es evidente que Tom no se encuentra nada a gusto entre nosotros. El doctor Grant y su esposa nos traerian un poco de alegría y harían nuestras veladas más agradables, hasta para mi padre.

––¿Lo crees así? ––dijo Fanny––. En mi opinión, a tu padre no le hace falta nadie más. Me parece que le encanta esa misma tranquilidad de que has hablado, que ese ambiente apacible en su círculo familiar es lo que más le agrada. Y no creo que estemos más serios de lo que solíamos estar antes... antes de que él se fuera, quiero decir. Por lo que puedo recordar, siempre fue más o menos igual. Nunca hubo muchas risas en su presencia. Y si alguna diferencia existe, no es mayor, creo yo, de la que una tan prolongada ausencia tiende a producir al principio. Es natural que se observe una cierta cortedad. Pero yo no recuerdo que antes fueran nunca alegres nuestras veladas, excepto cuando tu padre estaba en Londres. Supongo que, para la gente joven, nunca son alegres las veladas cuando las personas respetables están en casa­

––Creo que tienes razón, Fanny ––contestó él, al cabo de una breve re­flexión––. Creo que nuestras veladas, más que haber adquirido un nuevo carácter, vuelven a ser lo que antes fueron. La novedad estuvo en que se animaran. ¡Hay que ver la impresión que puede dejar en nosotros el transcur­so de unas pocas semanas! Ya me estaba pareciendo que, antes, nuestra vida nunca había sido así.

––Sin duda yo soy más seria que otras personas ––dijo Fanny––. A mí las veladas no me resultan largas. Me gusta escuchar a mi tío cuando habla de las Antillas. No me cansaría de oírle, aunque desarrollara el mismo tema durante una hora seguida. Para mí es un entretenimiento mucho mejor que el que he hallado en otras cosas; pero eso será que yo no soy como los demás.

––¿Por qué dices esto? ––inquirió él, sonriendo––. ¿Quieres que te digan que tan sólo te diferencias de los demás por lo juiciosa y discreta? Pero ¿cuándo, ni tú ni nadie, ha obtenido de mí una galantería, Fanny? Ve en busca de mi padre, si quieres que te regalen los oídos. Él te complacerá. Pregúntale a tu tío lo que opina, y no escucharás pocas lisonjas; y aunque éstas se refieran principalmente a tu persona, tendrás que resignarte a ello y confiar en que, al mismo tiempo, él considera tu alma igualmente hermosa.

Semejante lenguaje era tan nuevo para Fanny, que la dejó totalmente confundida.

––Tu tío te encuentra muy bonita, querida Fanny, y éste es el quid de la cosa. Nadie, excepto yo, le hubiera dado a esto mayor importancia, y cual­quiera, menos tú, se ofendería de que antes no la considerasen muy bonita; pero lo cierto es que hasta ahora nunca te había admirado tu tío, y ahora sí. Ha mejorado tanto tu aspecto, ha ganado tanto tu rostro, y tu figura... que no, Fanny, no pretendas cambiar de conversación; se trata de tu tío. Si no puedes soportar la admiración de un tío, ¿qué va a ser de ti? En realidad, tienes que hacerte a la idea de que eres digna de que te miren. Debes procurar no preocuparte porque te conviertas en una mujer bonita.

Mansfield Park - Jane AustenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora