CAPÍTULO XXIV

996 53 7
                                    

Henry Crawford había ya resuelto a la mañana siguiente pasar otra quin­cena en Mansfield; y en cuanto hubo mandado por sus monteros y escrito unas líneas de explicación a su almirante, diose la vuelta para mirar a su hermana mientras pegaba el sello en el sobre, y viendo que no había por allí ningún otro miembro de la familia, dijo, sonriendo:

––¿Y cómo te figuras que pienso divertirme, Mary, los días que no vaya de caza? Empiezo a ser ya demasiado viejo para salir más de tres veces por semana; pero tengo un plan para los días intermedios. ¿Adivinas en qué consiste?

––En pasear conmigo a pie y a caballo, seguramente.

––No es esto exactamente, aunque me encantará hacer ambas cosas; pero eso sería ejercicio para el cuerpo nada más, y debo cuidar de mi espíritu. Además, eso sería en suma recreo y abandono, sin la saludable aleación del trabajo, y a mí no me gusta comerme el pan de la holgazanería. No. Mi plan consiste en hacer que Fanny Price se enamore de mí.

––¡Fanny Price! ¡Qué absurdo! No, no. Deberías estar satisfecho con sus dos primas.

––No puedo estar satisfecho sin Fanny Price... sin abrir un pequeño boque­te en el corazón de Fanny Price. Parece que no os habéis dado exacta cuenta del derecho que tiene a que se la admire. Anoche, cuando entre nosotros estuvimos hablando de ella, me pareció que nadie había notado aquí de qué modo tan extraordinario ha mejorado su aspecto en el curso de las seis últimas semanas. Vosotros la veis todos los días, y por esto no os dais cuenta, pero yo te aseguro que se ha convertido en una criatura completamente distinta de lo que era en otoño. Entonces era simplemente una muchacha callada, modesta, aunque de aspecto nada vulgar, pero ahora es francamente bonita. Yo solía pensar que no tenía figura ni un rostro atractivo; pero en esa tez suave que ella posee, que tan a menudo se tiñe de rubor, como sucedía ayer, hay positiva belleza; y después de haber observado sus ojos y su boca, no desespero de que sean capaces de mostrarse lo bastante expresivos, cuando ella tenga algo que expresar. Y además, su aire, su manera, su tout ensemble... ¡ha mejorado de un modo tan indescriptible! Por lo menos ha crecido dos pulgadas desde octubre.

––¡Bah! ¡Bah! Esto es sólo porque no había ninguna mujer alta con quien compararla, y porque se puso un traje nuevo, y tú no la habías visto nunca tan bien vestida. Es exactamente la misma que en octubre, créeme. Lo que ocurre es que no había en la reunión otra muchacha que pudiera atraerte, y tú siempre tienes que fijarte en alguna. Yo siempre la consideré bonita..., no cautivadoramente linda, pero «bastante bonita», según se dice corrientemen­te...; una clase de belleza que se hace apreciable a la larga. Sus ojos deberían ser más obscuros, pero es dulce su sonrisa; de todos modos, en cuanto a ese maravilloso perfeccionamiento de su fisico, puedes estar seguro de que todo se reduce a un modelo de traje más acertado y a que tú no tenías a nadie más en quien fijarte; por lo tanto, si decides cortejarla, nunca podrás convencerme de que sea en obsequio a su hermosura, ni de que tenga más base que tu frivolidad e insensatez.

Su hermano se limitó a contestar con una sonrisa a esta acusación, y poco después dijo:

––No sé exactamente cómo tratar a Fanny. No la comprendo. No puedo explicarme qué se proponía ayer. ¿Qué carácter tiene? ¿Es seria? ¿Es rara? ¿Es mojigata? ¿Por qué se apartaba y me miraba con tanta severidad? Apenas pude conseguir que hablara. ¡En mi vida estuve tanto tiempo al lado de una muchacha, procurando entretenerla, con tan mal resultado! ¡Nunca me había tropezado con ninguna que me mirara de un modo tan serio! Procuraré sacar de esto el mejor provecho. Sus miradas decían: «No quiero enamorarme de ti, estoy resuelta a no enamorarme de ti», pero yo digo que se enamorará.

––¡Tonto presumido! ¡De modo que éste es su atractivo, a fin de cuentas! ¡Es esto, que veas que no te hace caso, lo que le da esa tez tan suave, y la convierte en mucho más alta, y la adorna con todas esas gracias y encantos! He de desear que no la hagas realmente desgraciada; un «poco» de amor, acaso la anime y le haga algún bien; pero no quisiera que te arrojaras a fondo, porque es una excelente criatura, como no las hay, y en extremo sensible.

Mansfield Park - Jane AustenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora