Capítulo 13

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Hipo POV


Todo ante mí sucedía como un borrón, difuso e inconexo. El cómo mis pulmones se llenaban y vaciaban de aire, con cada respiración. El movimiento de mis pies al avanzar, uno tras otro. Las palabras que cruzaba con la gente, que ni siquiera sabía qué había dicho o a quién... Todo estaba sumido en esa bruma. Solo era consciente del peso cálido de Astrid en mis brazos. Con cada respiración, con cada paso, parecía estar más fría y pálida, mientras que las vendas que la envolvían torpemente se bañaban de un rojo escarlata. Se me cerró la garganta al descubrir como su respiración se iba ralentizando cada vez más.


Las únicas personas que lograron sacarme de mi sopor fueron mi padre y Gothi. Cuando aparecieron ante mí, pude identificarlos rápidamente dentro del entorno difuso. Confiaba en ellos. Ellos protegerían a Astrid, la salvarían. Era un pensamiento instintivo.


Contra toda tradición vikinga existente, guerreé para que Astrid fuera tratada en mi casa en lugar de en la suya propia. Sus padres estaban realizando, de forma permanente, trabajos de mantenimiento en el bosque, buscando reanimarlo. No podía dejarla allí, donde, aunque la cuidara, todo me era desconocido y no podría recurrir a nada en caso de urgencia. Y la casa de Gothi quedaba descartada, estando a semejante altura.


Al final, no sé qué vieron en mí, pero debido a la urgencia de la situación, obedecieron mi orden sin rechistar y marchamos corriendo a casa.


Una vez dejada a Astrid en mi cama, Gothi nos obligó a salir, a esperar en la sala, frente a la hoguera, mientras ella trabajaba. Cada grito lastimero de Astrid era una puñalada en el corazón. Apoyé los codos en los muslos, mientras me tapaba el rostro con las manos. Estaba sumido en el pánico, aunque obligué a mi boca a permanecer cerrada. No tenía derecho a hacerlo cuando la que estaba sufriendo era ella.


Mi padre me apretó el hombro, intentando reconfortarme, mientras Desdentao me acariciaba la pierna con su hocico. Agradecí internamente sus mudas formas de decirme que todo saldría bien, pero fui incapaz de decir nada.


Los primeros en llegar fueron Dana y Mocoso, en compañía de Bocón, que se los había encontrado por el camino.


―¿Qué ha sucedido? ―cuestionó Bocón, preocupado.


―¿Dónde está? ―preguntó Dana, a su vez.


Dana no necesitó respuesta. En ese momento, un poderoso grito irrumpió desde mi habitación. Todos miramos en su dirección, de forma inconsciente. Dana marchó rauda, subiendo las escaleras y entró en el dormitorio.


Tomé aire, decidiendo que era el momento de contarles a mi padre y a Bocón lo sucedido.


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