Capítulo 8

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Astrid POV

Todo mi cuerpo estaba en absoluto y total shock. Y, por lo visto, no era la única. El resto de jinetes parecían estatuas de la más dura piedra, todos alrededor de la cama de Hipo, totalmente perplejos. Ante nosotros teníamos una situación inexplicable. Hipo y Dana, durmiendo plácidamente juntos. Dana utilizaba el brazo de Hipo como almohada, mientras que éste la arropaba felizmente, cobijándola y estrechándola contra sí. Chusco fue el primero de todos en reaccionar, probablemente porque era el que menos comprendía la situación en la que estábamos. Agarró con una mano la manta que cubría a la pareja de tórtolos y la arrancó de un tirón, mostrando sus piernas entrelazadas.

―¡Hora de despertarse, par de dormilones! ―soltó, a voz de grito.

Pero ninguno de los dos se inmutó, solo afianzaron un poco más el abrazo. Ante semejante escena, Mocoso parecía estar a punto de sufrir un ataque. Ni siquiera cuando era lanzado por los aires ni perseguido por Garfios tenía semejante semblante. Y yo... Prefería no imaginarme la cara que tendría en ese momento. Me obligué a esconder cualquier emoción bajo mi antigua máscara de indiferencia, la que siempre me acompañaba en mi antigua vida. Diez mil ideas, cada una más terrible que la anterior, se cruzaron por mi mente. Lo único que quería era separar a esos dos. Desdentao llegó justo a tiempo para evitar cualquier incidente, como que lanzara a Hipo por la ventana, y los bañó de babas de los pies a la cabeza.

―Desdentao... ―murmuró Hipo, enfurruñado. Trataba de abrir los ojos, pero al intentar defenderse de los viscosos lametones del Furia Nocturna, no podía. Trató de protegerse con los brazos de forma inconsciente―. Desdentao, Desdentao, ¡para,  campeón!

Desdentao se apartó y se sentó sobre sus patas traseras, aunque tenía un porte inquieto que anunciaba que era capaz de lanzarse en cualquier momento, moviendo las delanteras de forma incesante. Mientras que Hipo empezaba a erguirse, rascándose los ojos, soñoliento, Dana trató de tapar la luz con una de sus blanquecinas manos.

―Vamos, Dana ―musitó, desenmarañando sus piernas de las de la muchacha y bloqueando un bostezo con el dorso de la mano―. Es hora de levantarse ―Desdentao le aproximó su bota con el hocico, en sus ojos brillando su particular mirada impaciente―. Ya voy campeón.

Cuando se estiró para exhalar un prolongado bostezo, separó por fin la mirada del suelo y se cruzó directamente con la mía. Se quedó unos segundos mirándome fijamente, con la nube de la duda bañándole los ojos, hasta que la comprensión le alcanzó.

―¿Pero qué hacéis...? ―dejó el resto de la pregunta en el aire. Meció a Dana con prisa, obligándola a abrir los ojos.

―¡Déjame dormir! ―rumió, lanzándole una mirada adormilada y furibunda.

―Me temo que no se puede, todos están aquí ―siseó Hipo, insistiéndole para que se levantara.

―Tampoco hace falta que os preocupéis por nosotros ―excusó Chusco, con una risita socarrona.

―Podemos esperar a que estéis listos para abandonar el nidito de amor ―continuó Brusca, siguiéndole la broma a su hermano, aunque probablemente ella entendía mucho más de la situación que el idiota de su gemelo.

Por fin, Dana abrió los ojos, cruzando miradas con todos. Analizó su ropa, que consistía en un pesado camisón, que debía pesar varios kilos y que la cubría desde el cuello a las rodillas, y un pantalón de cuero varias tallas más grande, que debía haber sido de Hipo. Suspiró tranquila al relajarse y comenzó a ponerse las botas como si nada.

―¿Qué os parece si nos vamos todos abajo? ―sugirió Hipo, dirigiéndose a la puerta con una sonrisa que invitaba a seguir sus palabras.

Mientras bajaba las escaleras, no podía estar más confusa. Obviamente, Hipo se había sorprendido al encontrarnos allí, pero nada más. No parecía causarle ningún remordimiento que lo hubiéramos pillado in fragganti. Que yo lo hubiera pillado. Verle tan tranquilo, mientras era obvio que Dana se estaba cambiando en su habitación, en la que habían dormido tan acaramelados, traspasaba los límites de lo irritante. Las palabras de Dana comenzaron a parecerme vacías y sin sentido, y las emociones y sentimientos de Hipo totalmente infranqueables. Nos sentamos en las robustas sillas de madera, esperando.

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