Epílogo: Aullidos en la noche

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El niño se despertó a mitad de la noche y se asomó por la ventana. La luna brillaba con intensidad en lo alto del cielo estrellado, sobre el paisaje blanco a causa de la nieve.

Cerró los ojos y se imaginó corriendo entre los árboles, con el viento helado golpeándolo en la cara. A veces, imaginaba que era un lobo y le aullaba a la luna. Alan, su padrino, siempre jugaba con él. Incluso, en ocasiones, el tío Oliver se animaba a correr con ellos. Pero él no sabía hacer de lobo, porque no le gustaba ensuciarse la ropa.

Levantó su lobo de peluche del piso y se puso a jugar con él.

—¡Auuuuu! —aulló el pequeño, apoyando su juguete en el marco de la ventana. Tal vez, si los llamaba en su idioma, los lobos volverían. Porque ellos se habían marchado antes de que él naciera, muy, muy lejos—. ¡Auuuuuu!

Ojalá pudieran escucharlo.

Segundos después, sus oídos percibieron un sonido lejano. Se trataba de un aullido. El verdadero aullido de un lobo.

—¡Auuuuu! —repitió el niño, asomándose afuera.

—¡Auuuuuuu! —volvió a escuchar, un poco más fuerte que antes.

El chico continuó aullando y el animal continuó contestándole, como si mantuvieran una conversación. Y esos aullidos eran cada vez más claros y más fuertes, más cercanos.

—Hola —dijo, luego de un rato. Alzó el animal de peluche—. Este es mi amigo Juan Pablo.

Silver sintió unos pasos ligeros atravesando el pasillo y entrando a su cuarto. ¿Acaso nunca dormía ese niño?

—¡Papá, papá, despierta! —susurró, al tiempo que tiraba de uno de sus brazos con insistencia.

—¿Mmmmmm? —podía haberle preguntado ¿qué sucede, querido hijo mío? pero sus capacidades lingüísticas eran bastante limitadas cuando estaba dormido.

—Papá... —insistió el crío, sacudiéndolo del hombro con fuerza—. Oye, papá... papá... papá...

—¿Qué, hijo? —preguntó Silver, todavía con los ojos cerrados.

Su hijo contestó con una pregunta:

—¿Puedo salir a jugar afuera?

Él respondió con otra:

—¿Ya salió el sol?

—No; es de noche.

—Entonces ya conoces la respuesta. A dormir.

—Pero él está ahí.

Los ojos de Silver se abrieron inmediatamente.

—¿Quién?

—Mi amigo.

—¿Qué amigo?

—El lobo. ¿No lo oíste hace un rato? Hacía así: ¡Auuuuu auuuuuuu!

—Shhh... vas a despertar a mamá. Mejor vamos a tu cuarto —le dijo su padre, haciendo un gesto para bajara la voz. Aunque Celeste ya se había despertado.

El niño corrió al pasillo. ¿De dónde sacaba tanta energía?

—¿Qué pasa con Víc? —Ella se restregó los ojos.

—Nada, hermosa. Yo me encargo —Silver besó con ternura los labios de su esposa y posó su mano en el abultado vientre—. Tú descansa como te indicó Walter.

Noche de lobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora