Tenacidad e insensatez (parte II)

1.8K 239 19
                                    

—Te dijo patán —rió Eric desde su escondite.

—¡Shhhh! Te van a oír —lo regañó su amigo, mientras espiaba por una rendija que habían dejado para no sofocarse.

Los cuatro atletas se habían visto obligados a ocultarse dentro de un gigantesco armario, debido a la inoportuna aparición del profesor de literatura. Antes de eso, planeaban sorprender a Silver con la guardia baja en aquel cuarto, donde perfectamente pasaban desapercibidos gracias a la falta de iluminación y la gran cantidad de mobiliario.

Eric, quien también miraba hacia fuera, notó que el profesor miró de reojo hacia donde estaban ellos, y se tapó la boca. Ese hombre sí que daba miedo. Sentía que lo había descubierto.

—Te lo dije —Alan movió los labios, pero no emitió sonido.

Ninguno lo hizo. Se limitaron a esperar.



La tensión entre Silver y Howl era evidente. Cada vez que el chico hacía un movimiento para irse, el profesor se le ponía enfrente, obstaculizando su camino.

—No va a dejarme ir, ¿cierto? —observó el muchacho, antipáticamente, después de varios intentos.

—No.

—¿Qué quiere?

—Que te vayas por donde viniste. —El profesor se cruzó de brazos.

Silver no comprendía.

—¿Por qué?

—¿No es obvio? —respondió Víctor con altivez—. Ya me cansé de hacerme el indiferente. Me cansé de ver tu rostro, de oír tu voz, de sentir tu presencia constantemente a donde quiera que esté. Es muy, muy molesto.

—Si se cansó de mi cara, tápese los ojos. Si no quiere escucharme, póngase tapones en los oídos. Y si no soporta mi presencia, váyase usted. Porque yo no pienso alejarme de Celeste. ¿Me oye bien?

—Y yo pregunto: ¿No es ella quien acaba de alejarse de ti?

El impacto de sus palabras dejó al joven sin saber qué decir. Era cierto.

—Quiero verla —pidió, inmerso en un mar de emociones confusas—. Ahora.

—No lo creo.

—Por favor, déjeme entrar. Tengo que verla.

¿Había dicho por favor? Claramente se notaba por su talante que no estaba de ánimo para pelear. Pedía ver a la chica como si su vida dependiera de ello.

—Lo siento —respondió Víctor, luchando consigo mismo por primera vez en mucho tiempo—. Pero no puedo permitirte pasar.

—Y yo no puedo irme de esta escuela.

—Escucha, Silver: sólo quiero que entiendas que, si ella me quiere a mí, no habrá mucho que puedas hacer. ¿Para qué seguir luchando por un amor que jamás llegarás a tener? ¿Con qué propósito continuarás torturándola y torturándote? Cuando ella tuvo miedo, decidió huir lejos de ti en lugar de quedarse a tu lado. Si se hubiera sentido a salvo, hubiese permanecido contigo en vez de correr. ¿No lo crees? Y cuando se encontró con Alan en el pasillo, hubiera recurrido a ti. ¿Acaso lo hizo?

Silver bajó la cabeza. No. No lo había hecho.

—No me importa —farfulló con los ojos cerrados, tratando de pensar que todo eso era una mentira para alejarlo. No podía ser verdad— ¡No me importa lo que usted diga!

Noche de lobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora