Una muchacha en la nieve (parte II)

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Howl se defendió del animal golpeándolo en las costillas. En esta ocasión, le pareció que algo se rompió.

La situación debía terminar lo antes posible.

—No tengo intenciones de acabar contigo, pero lo haré si no me dejas otra alternativa —le advirtió el profesor, aproximándose lentamente a la bestia y sin soltar el leño, que sostenía en alto.

Sí, detestaba a los lobos, pero eso no significaba que quisiera derramar su sangre cada vez que tuviese oportunidad. No, a menos que le dieran una buena razón.

El animal le gruñó otra vez y dio un par de pasos atrás, rengueando.

Otra vez, Howl consideró extraño que reaccionara a sus palabras. ¿Sería uno de ellos?

—Veo que eres inteligente.

No podía confiarse. Por lo general, los lobos nunca andaban solos. Podía manejar a uno de ellos y esperaba que no llegaran más o, de lo contrario, estaría perdido.

Sin dejar de vigilarlo, levantó a la jovencita en brazos. Ese acto pareció alterar a la feroz criatura, que hizo caso omiso del dolor y se arrojó en pos de su tan codiciada presa. Simplemente, se negaba a huir o a llorar a causa de sus heridas. Era increíble su tenacidad.

El hombre también corrió y logró escapar atravesando el umbral del edificio, aunque no salió totalmente ileso, ya que los afilados caninos de su perseguidor consiguieron hundirse en su pierna izquierda.

De una patada cerró la puerta, y dejó la amenaza del otro lado.

Ya estaban a salvo, sin embargo, el dolor era terrible.

El interior del colegio se hallaba en penumbras, pero la luz de la oficina del director continuaba encendida. ¿Estaría levantado? De su amigo podía esperar cualquier cosa. La disciplina no era su rasgo característico.

Golpeó la puerta y ésta se abrió ligeramente.

—¿Oliver?—Asomó la cabeza dentro de la habitación helada y, al parecer, vacía—. ¡Este hombre está loco! -exclamó, al comprobar que Oliver había dejado abierta una de las ventanas. ¿Qué tal si ese lobo se metía por ahí?

Colocó con suavidad a la muchacha en el sofá de cuero y se apresuró a cerrar el vidrio. Luego, encendió la chimenea y se calentó las manos. ¿En dónde se habría metido su amigo a esas horas? Lo más probable era que anduviera recorriendo los pasillos de la escuela para asegurarse de que los alumnos permanecían en sus habitaciones. Algunos de ellos tenían la mala costumbre de escabullirse.

Se arrodilló junto a la joven desmayada y verificó sus signos vitales. Estaría bien, se dijo. Se acordó de la mordida en su pierna al sentir el fluir de un líquido caliente que comenzaba a esparcirse, y cuyas gotas empezaban a derramarse lentamente sobre la alfombra. Dio un respingo. ¡A Oliver le agarraría un ataque si arruinaba esa costosísima alfombra persa! Fue por el botiquín de primeros auxilios y se sentó en el sillón, dispuesto a detener el sangrado.

—Es peor de lo que imaginaba —musitó, mientras se vendaba—. Maldito lobo. La próxima vez que lo vea, juro que lo mataré.

A continuación, se encargó de los rasguños de la muchacha. Se veía tan frágil y delicada que le costaba mucho trabajo imaginar que sobreviviría.

—Por favor ponte bien —le pidió, tomándola de la mano. No la conocía, jamás antes la había visto y, posiblemente, nunca volverían a encontrarse. Pese a ello, su más grande deseo era que se recuperara, como no lo había hecho su esposa. Ella había muerto frente a sus ojos sin que pudiese hacer nada para salvarla.

Esta vez tiene que ser diferente.

Se quedó observando el fuego y aguardando la llegada del director y, sin darse cuenta, fue cayendo en un dulce sueño plagado de pesadillas.

Un aullido.

Un grito en la noche.

Y un mar de oscuridad eterna.

¡Bianca! ¡Despierta! ¡Bianca!

Un extraño sentimiento de incomodidad hizo que abriera los ojos y se esfumaran los fantasmas del pasado.

—¡Ahhhh! —gritó el profesor, al ver la cara de Oliver a pocos milímetros de la suya. Lo estaba mirando fijamente con sus enormes ojos color caramelo y esa perturbadora sonrisa suya, que arrancaba más de un suspiro en el personal femenino de la escuela. ¿Cuándo iba a darse cuenta de que eso no funcionaba con los hombres? Al menos, no con él. Definitivamente, era un caso perdido. Ese era Oliver...

...El director de esa tan prestigiosa institución privada.

—¡Muyyyy buenossssss díassssss, dormilónnn! —lo saludó con alegría, arrimando su rostro al de Howl y pasando por alto el hecho de que se encontraba durmiendo en su oficina o que tenía la pierna vendada. ¿Lo hacía a propósito o en verdad no se había dado cuenta?

—¿Pero qué haces? —Lo empujó—. ¡Quítate de encima!

—Ya... ya... —Lo tranquilizó Oliver, apartándose de él—. No necesitas ser tan escandaloso, Víctor. Vas a despertar a tu invitada.

El director señaló a la señorita que continuaba dormida en el sillón y Howl se suavizó.

—La encontré anoche, desmayada en medio de la nieve.

—Mmmm... Ya veo. Tuvo mucha suerte de que la encontraras. Sino, ten la seguridad de que hubiera muerto. ¡Qué terrible destino, para alguien que se halla en la flor de la juventud! ¿No te parece?

—¿Qué crees que le haya pasado?

—No puedo imaginármelo —suspiró Oliver, asomándose por la ventana—. ¡Vaya, vaya! ¡Es un día muy bonito!

El sol se filtraba por entre las nubes, cayendo sobre la cabellera del director y haciéndolo lucir como un ángel. Incluso se puso en una pose poética mientras el profesor de literatura lo miraba. ¿Estaba posando para él?

—¿Podrías decirme lo que estás haciendo? —quiso saber su aterrado amigo.

Oliver respondió de modo suave:

—Esperando que tú... —Hizo una breve pausa y le sonrió levemente—.   Supongo que ya deberías imaginártelo. Que tú... -Le hizo un guiño.

—¡¿EH?! —Víctor saltó de su asiento y se preparó para oír lo peor.

¿Qué barbaridad saldría de su boca? ¡No quería ni imaginárselo!

—... me saques una fotografía. ¡Debo verme realmente atractivo con una luz tan maravillosa como esta! ¿No te parece?

El profesor suspiró lleno de alivio y miró su reloj. La expresión de su cara cambió drásticamente al comprobar la hora. ¡Era tardísimo!

—¡Son las diez de la mañana! -Se sobresaltó—. ¿Por qué no me despertaste antes?

—Es que te veías tan adorable mientras dormías, que no quise perturbarte.

—¡Idiota! ¡Voy a llegar tarde a mi clase! —Salió rengueando de la oficina y rezongando mientras se alejaba.

Oliver se quedó pensativo.

—Así que un lobo ha salido del bosque y te ha atacado, profesor Howl. —Los curiosos ojos del director se posaron sobre la figura de la joven de pelo rojizo que descansaba plácidamente en su sofá—. Me temo que no nos queda mucho tiempo.


Noche de lobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora