Prólogo

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Agosto 18, 2011

-Cuenta Anastasia – Christian suena enojado.

- Uno – y llega el primer golpe. Vamos Ana – Dos – la agitada respiración de Christian me avisa que es esto lo que le gusta. Pero sé que puede cambiar, sus ojos me lo dicen – Tres – el sonido del cinturón duele más que el mismísimo golpe – Cuatro – que te hicieron Christian para que fueses así. Que hice mal para que de un momento a otro cambiaras tanto conmigo – Cinco.

- ¿Sabes porque es este castigo verdad Ana? – susurra Christian cerca de mi oído. Su mano masajea mi entrada. Cada vez es más duro cuando estamos acá.

- Porque estaba sin su consentimiento en la sala y su madre pudo haberme encontrado amo – digo en voz baja, mirando un punto fijo del cuarto rojo.

- ¿Cuentas veces debo decírtelo Ana? – un dedo entra en mi interior – ¿Cuántas veces debo decirte que nadie debe enterarse de tu existencia?

- L-Lo siento señor.

- Sí, sí que lo sientes, estas tan húmeda para mí – sin previo aviso entra en mí. Sus manos toman mi cadera. Se queda inmóvil un momento. En mi cabeza me imagino que me está haciendo el amor. Pero no. Solo me coge duro. Durante todos estos meses eso ha estado haciendo, follarme malditamente duro. De pronto comienza a moverse de manera circular, su gruñido indica que lo disfruta. No disfruta de mí, disfruta del sexo que le doy. Sus movimientos van incrementando. Toma de mi cabello haciendo que levante mi cabeza de la mesa de castigos que está en su cuarto de juego. Mi espalda se topa con su torso desnudo, haciendo que gire la cabeza para besarme. Su lengua invade mi boca mientras que su mano libre aprisiona uno de mis pechos. Sus embestidas comienzan a ser más fuertes y sin quererlo gimo ante tal intromisión – Silencio Anastasia. No te he permitido gemir.

- Me duele amo – susurro en su boca. Rogando que pare.

- Es tu castigo. Por desobedecer – Ignorando mi dolor, Christian me gira, quedando frente a frente. Trato de no buscar su mirada, no se me es permitido mirarlo a los ojos. Toma de mis piernas y me levanta bruscamente cayendo de golpe en su erección. Gruñe con fuerza en mi oído – Te lo reitero, no tienes permiso para gemir y hablar. Solo quiere oír tu respiración. Asiento levemente con la cabeza. Siento su boca pasar por mi cuello, mordiendo al paso, la respiración de él es como si corriera un maratón. Muerdo mi lengua. Aun no sé si dejara que llegue a mi orgasmo. Sin embargo eso ya no me importa. Como su sumisa debo acatar las órdenes únicamente de él – Estas tan estrecha – dice con los dientes apretados – No tienes permitido correrte – dice, liberándose en mi interior. Camina hacia la cama sin separar nuestra unión, dejándome sobre ella. Sale de mí y camina por la habitación. Yo me hago un ovillo sobre la cama, esperando a que salga de la habitación. Cada día mis fuerzas se debilitan por luchar para que se dé cuenta que pueda entregarse al amor, me siento un fracaso constante, ¿no seré lo suficiente para él? Si es así ¿Por qué no terminar esta relación? Sin embargo no me rendiré. Quiero ver a ese Christian que conocí cuando me tomo por primera vez. El Christian dulce, tierno, el que sonreía ante mis ocurrencias. Vienen a mí las palabras que dijo aquella noche que me desvirgo "Esto será un medio para un fin" tal vez eso incluía todo. La manera de comportarse, su caballerosidad, la manera en que me cuidaba. El sonido de su zip subirse me devuelven a la realidad, haciendo que esos momentos se esfumen de mi cabeza. Pasan unos segundos y escucho el sonido de la puerta cerrándose. Dejándome sola en este peculiar cuarto. Oyendo los pensamientos que se vienen a mi mente. ¿Esto es lo que quiero para mi vida? Me levanto de la cama y camino hacia al lado de la puerta, evitando contestar la pregunta que vienen rondando mi cabeza este ultimo tiempo. Tomo mi ropa de dormir. Pongo los pantaloncillos cortos que ocupo como pijama con sumo cuidado, evitando el roce de la piel de mi trasero. Recojo la camiseta para luego dejarla caer sobre mi cuerpo. Giro la puerta de la sala lentamente, evitando hacer ruido. Camino hacia la habitación que ocupo cuando estoy acá. Antes solía ser fin de semanas, sin embargo ahora debo venir cuando Christian lo desee. Me recuesto sobre la cama y vuelvo a buscar la manera de llevar a la luz a mi cincuenta. Sacar ese niño perdido que esconde en su interior. Imaginando como seria si él fuera capaz de amar, de dejarse amar. Tener una relación como novios, besarlo cuando quiera y no cuando él lo desee. Y con esos sentimientos comienzo a cerrar mis ojos, entregándome al mundo de los sueños, en donde no hay imposibles.

***

Despierto desorientada. Busco la familiaridad en donde me encuentro. Pestañeo repetidas veces, adaptándome a la luz que entra por la enorme ventana de la habitación. Veo la hora en la mesita de noche, 7.53. Delicadamente me deslizo por la cama para ir al baño. Hoy debo trabajar. Hace dos meses logre entrar a SIP, una de las cuatros editoriales en Seattle. Cumplo un rol menor dentro de la empresa, permitiendo acomodar a mi horario en la universidad. Soy la chica de los cafés, copias y mandados, sin embargo es un trabajo que hago feliz. Me permite aprender de a poco los gajes del oficio. Llego al baño, abriendo la llave de la regadera para una ducha reponedora. La actividad de anoche me dejo realmente agotada. El agua moja mi rostro, logrando despertarme del todo. Refriego la esponja de baño por mi cuerpo. El agua cae en mi trasero, haciendo que el ardor se intensifique. Muerdo mis labios para no pensar en el dolor que escuece en aquella parte. Salgo de la ducha y me miro al espejo. Me quedo viendo detenidamente. Ya no está esa Ana que llego a Seattle. Esa chica entusiasta y alegre. Veo a una mujer distinta. Muevo mi cabeza para no pensar en mí ahora. Debo ir a trabajar, eso mantendrá mi mente ocupada.

Cuando ya me encuentro lista, bajo a la primera planta. Christian debe haberse ido. Evita encontrarse conmigo cuando estoy acá los días de semana. Llego a la cocina y preparo mi desayuno, aprovechando además de cocinar algo para llevar. De repente unas manos toman mi cintura evitando poder moverme del lugar en donde estoy. Siento su respiración en mi nuca.

-Hoy día te quiero nuevamente lista para mí – su mano comienza a levantar el vestido que llevo puesto. Bajando hasta mí intimidad. El escalofrió de siempre recorre toda mi espina dorsal – Sin embargo te quiero encerrada en la habitación de sumisas, mis padres y hermanos vendrán a cenar. No quiero que noten tu presencia. ¿Entendido? – pregunta en tono gélido. Asiento con mi cabeza – Dije ¿Entendido? – repite irritado.

- Si señor – trago saliva. Me gira de un rápido moviendo y me besa. Mis manos permanecen quietas al lado de mis caderas. Se separa de mí y me ve a los ojos. Sin decir palabra, se gira sobre sus talones y camina hacia la sala, viéndolo desaparecer. Mis planes de esta tarde se ven arruinados. Pensaba ir a leerles a los niños de una fundación que ayudo desde hace unos años cuando visite por primera vez Seattle. Respiro hondo y vuelvo a mi tarea. Al parecer, nuevamente será una semana entera con el señor Grey. Cuando termino de desayunar, dispongo a bajar. Tomo el ascensor de servicio. Al salir a la calle el frió de la mañana golpea mi rostro, acomodo mi pañoleta en mi cuello y respiro hondo. De pronto, esa sensación de alguien observándome, hace estremecer mi cuerpo. Miro alrededor y no encuentro a nadie. Solo personas caminando, hablando por su celular o tomando su café de la mañana. Desde hace un tiempo, siento que alguien sigue mis pasos, sin embargo pienso que se debe a mi constante preocupación de que no deban verme con Christian y mi mente juega una mala pasada ante tal intranquilidad. Echo un último vistazo y emprendo camino hacia SIP, mi wanda quedo en mi apartamento, sin embargo caminar hasta mi trabajo será una relajación para liberar la tensión de estas últimas horas. Aquí vamos Ana, por un nuevo día... 

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