- Muchacha.- Alzó Neah su grave voz, evitando decir su nombre para que no la reconocieran. Con aquellos gritos infantiles podrían delatarse muy fácilmente. A los ojos de Neah, solo las niñas mimadas tenían berrinches cuando no se les daba lo que querían.

Una vez llamó su atención, continuó hablando.- Ese no es el motivo.- Descartó la idea con un gesto de la mano.- Me temo que somos demasiados, y cualquier estratega sabría que llamaremos la atención del monstruo rápidamente, eliminando por completo el posible factor sorpresa.- Explicó, Neah, tratando de complacerla lo suficiente como para convencerla de quedarse. Sin embargo, tenía que comentar un hecho fundamental en su argumentación.- Además, cualquiera de esta sala puede advertir que no tenéis una constitución muy atlética. Por eso es mejor que te quedes aquí.

Pero mientras Neah explicaba las circunstancias, más para el público que para su hermana, Abad el Anciano llamó a Eiden con la mano para que se acercara y habló en una voz no tan resonante como la del caballero. El hombre dejó caer una huesuda mano, castigada por el hambre y la vejez, sobre el hombro de la joven.

- No quisiera poner en peligro a nadie por mis problemáticos asuntos... Pero si es verdad que queréis ayudarme, es mi deber acompañaros y guiaros en el intrincado sendero.- Hizo una pausa porque tenía la boca seca. Bebió algo de agua de un vaso ajeno que había en la mesa, acto que a nadie molesto.- Sin embargo, mis piernas no son las que eran... Y agradecería mucho la ayuda de alguien joven.- El anciano sonrió, enseñando una dentadura en la que se veía más rojo que blanco.

Eiden asintió con el corazón lleno de pena, imaginándose las miles de desgracias por las que seguramente debía haber pasado aquel pobre anciano. Miró a Neah en busca de aprobación, pero ella estaba acabando su discurso, y Eiden, al haberlo escuchado a medias, sintió que no eran más que un par de excusas bien hiladas para que las gentes de la taberna las miraran con buenos ojos.

Eiden volvió a fruncir el ceño y con un tono firme declaró:

- No eres NADIE para decirme lo que debo hacer.

Acto seguido, ofreció su brazo al anciano para ayudarle a levantarse de la silla.- No se preocupe. Yo me encargaré de que no os caigáis, buen señor.- Y le dedicó su sonrisa más cordial.

"Sonríe, Den, sonríe" le decía siempre el hombre atrapado en la esfera. "Así los problemas se evaporarán con tu radiante sonrisa." Ella sabía que eran los delirios de un buen hombre, pero a veces, solo a veces, le gustaba pensar que era verdad.

En respuesta al ofrecimiento, Abad tomó el brazo de la muchacha y sonrió complacido, y con esa misma sonrisa miró al Pecado y a la caballero.- No os preocupéis, vuestras mercedes. Nos esconderemos a distancia prudente para no causar molestia.

Neah, cansada de insistir y viendo que Vladimir no iba a evitarlo tampoco, desistió y abrió la puerta al anciano y a su inconsciente hermana pequeña.

"Dice que no es una cría, pero bien que lo demuestra," pensó. "La muy inocente no lo comprende. Aquello bien podría no ser un demonio de leyenda, sino una emboscada." Y Neah temía que su hermana fuera un blanco demasiado suculento como para no aprovecharlo.

Cuando ya estaban los tres fuera, se escuchó la voz de Leo desde dentro.- ¡Yo me quedaré aquí y protegeré a estas buenas damas!

Pero de poco sirvió su intento de librarse, porque apenas unos segundos después, Vladimir reclamó la camisa que llevaba el ethariano y los dos salieron de una taberna que había quedado anonadada de la que salían clamores de asombro al presenciar la magia del Pecado.

El camino estaba rodeado de árboles colocados arbitrariamente por capricho de la naturaleza en un campo irregular que formaba colinas, y en una de ellas se encontraba el pueblo del que acababan de salir. No muy lejos se extendía un frondoso bosque a la rivera del Támir.

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