8. La fábula del juglar.

149 15 4
                                    

Al día siguiente ya estaban en una aldea idéntica a la anterior. La única diferencia es que aquel poblado no era tanto de ganaderos y agricultores, sino de pescaderos de río y leñadores. El clima era idéntico al de Raahe, aunque quizás un poco más húmedo, dada su cercanía con el río Tamir. Todo eran tascas de poca monta y posadas con desayuno incluido, perfectas para los viajeros y para las caravanas comerciales.

La única diferencia notable era el nombre: Mihir.

Después de haber dejado todas sus pertenencias en dos habitaciones, ―una para las chicas y otra para los chicos― Eiden se disponía a descansar mientras su hermana mayor buscaba un caballo en condiciones. Estaba en la habitación, acostada en la cama y a punto de dormirse. Desde allí podía escuchar todo lo que decían en la habitación de al lado.

― Así que uno de los dos tendrá que venir conmigo.― Gruñía Neah, nada contenta con tener que ir acompañada.― No puedo permitir que os quedéis los dos con mi hermana, y está claro que ella necesita descansar después de las recientes emociones.

― Leo irá contigo.― Dijo Vladimir. Aún tenía dolores de cabeza y sequedad en la garganta después de la borrachera del día anterior.

Neah hizo una pausa y Eiden pudo imaginársela: el ceño fruncido, la boca abierta. Luego la cerraba como quien cierra una puerta con un portazo.― Bien.― Dijo la caballero entre dientes.― ¡Andando!― La puerta se abrió y salieron dos personas. Un segundo después, se abría la de Eiden.

― No tardaremos en volver...― Neah le lanzó una mirada de complicidad a su hermana menor.― Vigílale.― Y con un leve gesto con la cabeza señalando la habitación de al lado, cerró la puerta.

Eiden se despertó una hora más tarde a causa del griterío de varias voces agudas. Se asomó por la ventana y vio como corrían un montón de niños, señalando a lo que seguramente fuera la plaza principal del pueblo, frente a la iglesia. Si era así, algo debía de estar a punto de celebrarse. Ella estaba de puntillas, apoyándose en el alfeizar hasta el punto de tener el cuerpo más fuera que dentro.

Neah tardará en volver ¿no? No creo que pase nada porque vaya a ver qué pasa. Si no es nada interesante, volveré enseguida.

Y con ese pensamiento, se puso su camisa de algodón de viaje y sus pantalones holgados y un poco raídos por los bajos. Por último, se ajustó los zapatos de tela, que pronto tendría que sustituir por unos nuevos.

A pesar de la densa cantidad de niños que fluían como una corriente hacia un "mar" común, Eiden consiguió llegar hasta el centro de la plaza, apartando como podía a los otros y siendo al mismo tiempo empujada por ellos.

Frente a las escaleras de la iglesia había una caravana con una de sus paredes laterales de tela abiertas al público. Delante de esta había dos mujeres extremadamente delgadas bailando alegremente al ritmo de una pandereta. Por su aspecto, parecían llevar varios días viajando y seguramente habrían comido pobremente. Eiden sintió pena y mirando la moneda de plata que tenía en su bolsillo, se acercó para dejarla en la bolsa que había frente a las dos chicas.

Y en el momento en el que la moneda cayó, un rasgueo de guitarra la asustó y la hizo caerse al suelo, soltando un breve y agudo grito. Estaba a punto de llamar a Neah espantada cuando vio a un hombre de larga melena tocar una guitarra con entusiasmo. Había salido como por arte de magia de la caravana.

― ¡Bienvenidos, nuestros queridos huéspedes y señoritas!― Dijo dando otro rasgueo.― ¿Estáis dispuestos a escuchar una canción terrible sobre los seguidores más terribles de los demonios más terribles?

Todos los niños alzaron las manos y comenzaron a gritar, volviendo a tirar al suelo a la pobre Eiden que intentaba levantarse a duras penas. Para cuando lo consiguió, el juglar se dispuso a empezar la canción. Era un hombre curioso: delgado, alto y con una melena larga y recogida. Pero lo más interesante eran los mechones enredados que componía su pelo. Parecía que tenía el pelo muy sucio y enredado, lleno de nudos, pero a los ojos de Eiden, no quedaban tan mal.

The Dark SphereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora