1. La torre abandonada

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Disclaimer: El mundo de Nanatsu no Taizai (Seven Deadly Sins), así como su historia y sus personajes pertenecen a Nakaba Suzuki. Nada es mío excepto mis propios personajes.

Re-versión de Nanatsu no Taizai. No es necesario conocer la historia original para leerlo.

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La pequeña Eiden apenas tenía 7 años cuando decidió por primera vez que la clase de protocolo y danza eran demasiado aburridas como para que una niña perdiera su tiempo con ellas.

Aunque ella no era una niña normal.

Ella era la clase de chica que soñaba con vivir aventuras. Con descubrir el mundo tal y como es, en lugar de perderse en libros ¡Quería que su historia se escribiera en un libro! Convertirse en una leyenda que hiciera que los que vinieran tras de ella abrieran los ojos: hacer que todo el mundo escuchara su nombre y no pensaran en la diosa de la leyenda que encerró a los demonios hacía tres mil años, sino en una guerrera intrépida que no tenía miedo a nada.

Una guerrera que con solo 7 años iba a derrotar a un dragón, salvaría a un pueblo de ser destruido por un gigante enloquecido y conseguiría adentrarse sin ser vista en el Bosque del Rey de las Hadas. Y eso que apenas medía 3 pies. No iba a ser la segunda princesa del reino de Liones, eso seguro.

Se apartó un poco el pelo de la cara, dejando que unos cuantos mechones de su flequillo rubio taparan su ojo izquierdo. Ella iba a ser una heroína, y desde luego un a clase de princesitas no iba a robarle el poco tiempo que tenía.

Además, se sentía sola. Su hermana mayor, Neah, la que se iba a convertir en reina de Liones, se pasaba el día entrenando con su padre. El rey había decidido conceder el ansiado deseo de la princesa heredera de convertirse en caballero, para así poder defenderse por si misma. Por eso su hermana siempre iba vestida con una enorme y brillante armadura que pesaba el doble que ella, mientras ella tenía que llevar vestiditos de niña buena.

- Cuando seas mayor podrás empezar también tu entrenamiento y ser un caballero, pero aún eres muy pequeña. Las clases de protocolo y danza también son importantes, Eiden.- Le había dicho su padre cuando le preguntó si ella también podía ser un caballero.

Sin embargo, Eiden no deseaba servir a nadie. Ella quería vivir aventuras sola por el mundo... tampoco es como si tuviera a nadie con quien compartirlas.

- Vuelvo en un minuto, Alteza. Debo atender un asunto importante con mi hija.- Dijo de repente la meretriz. La puerta se cerró y sin haberse dado cuenta se había quedado a solas en la habitación.

Sonrió con algo de picardía. Era la oportunidad perfecta para hacer una escapada triunfal. Con suerte, la meretriz tardaría en darse cuenta de su ausencia, tardaría más en avisar al rey o a la princesa, y con mucha mucha suerte, ninguno de los dos tendría tiempo para ir a buscarla. Además, solo iba a ser un rato. No tardaría mucho en volver.

Su naricilla respingona apuntó que el mejor lugar al que ir era aquella solitaria torre que se escondía detrás del patio menor del castillo. Era una torre rota, antigua y abandonada. Su padre les había contado a ella y a su hermana que estaba encantada hace muchos años, pero que ahora solo era un edificio viejo. De esa forma las echó para atrás. Ninguna de las dos tenía interés en una torre que no estuviera encantada. Por esa misma razón, la puerta estaba sin candado ninguno. Para el momento era el escondite perfecto, aunque fuera una aburrida torre sin fantasmas.

La puerta se abrió con un chirrido y con un crujido sordo. Ante ella se extendieron una hilera de escalones de piedras desgastadas que formaban una enorme escalera de caracol. En lo alto se podía ver un techo, que probablemente era el suelo de una habitación o dormitorio donde el fantasma pudo haber habitado una vez. La curiosidad corrió por su cuerpo como un rayo a través de un árbol. Esa iba a ser su primera aventura, aunque no fuera en absoluto tan épica como las que florecían en su imaginación. Además, allí nunca la encontrarían.

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