10. Demonio

126 11 1
                                    

Vladimir habría seguido enfrascado en su mundo. Rodeado de lo que más le gustaba. Mujeres, bebida, una buena narración de sus andanzas ante un público hambriento de historias. La música de Leonardo simplemente adornaba más la escena, pues no había quien pudiera hacer sombra al gran Pecado de la Avaricia. Teniendo todos los placeres de la vida al alcance de la mano ¿por qué iba a tener que conformarse con uno sólo?

Pero en el momento en que salió aquella única palabra de la débil voz del anciano, toda la magia se apagó a su alrededor y su atención se enfocó en un único punto. Como él. Muchos otros volvieron la vista y dejaron las risas, pero Vladimir parecía especialmente interesado en escuchar la historia del anciano.

En cambio, Leonardo y su guitarra siguieron sonando, intentando que las chicas no se distrajeran, aunque no con mucho éxito.

- Un demonio, ¿decís?- Inquirió la caballero con incredulidad. - Permitidme el beneficio de la duda, buen señor, pues todo el mundo sabe que ya no existe ser tal como ese.

De fondo se escuchaba al posadero hablar con su mujer.

- El bueno de Abad no debe decir nada a esta gente. Son forasteros, y por tanto no son de fiar.- Se quejaba la amplia mujer de pelos enmarañados y recogidos malamente en un moño.

El posadero se cruzó de brazos y sonrió alegremente.- Tranquila Mary. ¿Se te olvida a quién vamos a alojar esta noche? ¡Al mismísimo Vladimir el Terrible! Seguro que sabe cómo librarnos de ese monstruo.

Vlad escuchó su nombre y una sonrisa recorrió su rostro, sin apartar la vista del anciano, que al haber recuperado el aliento, se disponía a darle una respuesta a Neah.

- Señor caballero, lo que dice el bueno de Abad es cierto. - Dijo una de las chicas que antes trataba de cortejar a Neah, sosteniéndose las lágrimas como podía.- Mi hermano, que le ayudaba como mozo cuando salían al campo, fue... fue...

La joven no alcanzó a finalizar sus palabras cuando Neah se percató de que la había ofendido. No obstante, no había tiempo para ceremoniosas disculpas, pues la historia del "bueno de Abad" se prestaba más interesante que conocer los sentimientos de una de tantas aldeanas.

- Joven, aquel monstruo medía hasta más allá de lo que me alcanzaba la vista. Su piel era carmesí como la sangre de los seres que devora y pese a su colosal tamaño, su agilidad me dejó anonadado. No hubo posibilidad de salvar al chico. - Resumió apenado el anciano.- No pareció interesado en mí, debido a mi carne vieja y pellejuda. No obstante, me temo que mis pobres ovejas no corrieron la misma suerte.

Eiden escuchaba con atención. Era la primera vez que conocía la descripción de un demonio, pues ni en sus libros de historia ni en los más antiguos manuscritos aparecía la más mínima información o dibujo del aspecto de aquellos seres. Ni siquiera Mathieu o sus historias habían sido capaces de desvelar ese misterio. Aquel misterio que hacía más de tres mil años que no pisaban el mismo suelo que ella pisaba.

En la posada reinó el silencio. Las manos de Leo dejaron de tocar, y las chicas que hacía unos segundos estaban escuchando su música, se cogieron de las manos y murmuraron con temor y sollozos. Él en cambio apretaba la mandíbula, intentando desesperadamente no mostrar que el más aterrorizado de aquella mesa era él.

Neah seguía escéptica. Por mucho que cundiera el pánico en la taberna, la caballero se negaba a aceptar la existencia de un ser tan grande y poderoso a apenas unas 40 millas del reino más poderoso de toda Britannia. En realidad, se preguntaba si saldría de dudas sobre todo aquel enredo, porque tampoco confiaba en que el anciano supiera lo que era un demonio de verdad:

- ¿Tan sólo cogió dos ovejas y después se marchó? Los demonios eran conocidos por su ansia de destruir.- O al menos eso decían las leyendas que la matrona les contaba por las noche.

The Dark SphereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora