9. Alcohol, dolor y fuego.

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Él hizo una mueca y se crujió el cuello. Ella se crujió la espalda y se soltó los brazos. Habría pelea.

Se miraron a los ojos: unos vagos ojos violeta y otros verde y azul escondidos tras un yelmo. Fruncieron el ceño en respuesta. Ella se preparó, llevando su inseparable armadura completa. Él parecía un borracho absolutamente incapaz de concentrarse. Ella estaba furiosa. Él no podía divertirse más. Ella esperó a su primer movimiento. Él inició el "baile" con un buen gancho.

Sin embargo, la embriaguez de Vladimir le obligó a estampar su puño contra el suelo, abriendo un enorme boquete en la madera.― ¡Uops!― Dijo al mismo tiempo que se incorporaba. Por su parte, la guerrera vaciló por un segundo, pero finalmente se lanzó contra él.

Él la golpeó en el pecho cuando ella intentó asestarle un golpe seco en la nuca, pero fue capaz de engancharle del pelo y tirar para que los dos cayeran al suelo del impulso. El ruido de las mesas y las sillas resonó por toda la habitación, a medida que sus cuerpos se abrían paso por la posada.

― ¡No necesito una espada para hacerte tragar los dientes!― Neah no iba a bajar los ánimos, pero era cierto que la armadura la perjudicaba más que ayudarla en un combate cuerpo a cuerpo. Más aún si se tenía en cuenta las habilidades del Pecado de la Avaricia.

Por suerte, él ni se acordaba de las más peligrosas.

Se lanzaron golpes por todas partes y ambos tuvieron que escupir sangre en más de una ocasión, destrozando sillas y mesas a su paso. Pronto se quedaron solos en la posada. Eiden y el resto del bar observaban la escena, entre perplejos y entusiasmados a causa de la embriaguez, a través de la seguridad de las ventanas desde fuera.

Las apuestas no tardaron florecer, siendo el propio Leo el que las daba origen al grito de «¡Hagan sus apuestas! ¡El Pecado de la Avaricia o el misterioso caballero!». El ex-presidiario tenía que darse prisa. En cuanto la gente se enterara de que "el caballero" era en realidad "la caballero", las apuestas por Neah bajarían un montón y se perdería el interés. Era mejor aprovechar el ruidoso tumulto, especialmente para echarle el guante a sus suculentas monedas.

― ¡Ven aquí, rufián!― Escupió Neah con sangre en la boca.

Mas muy tarde se había dado cuenta de su error, Vladimir sonreía con la malicia de alguien que de repente recuerda su estatus, de alguien que se acaba de dar cuenta de que la batalla estaba ganada desde el principio.

― Rufián ¿eh?― Con un sutil gesto de la mano, llamó los brazaletes y manoplas de Neah. Con otro gesto de magia, los lanzó hacia atrás, dándole en la cabeza a un borracho "intrépido" que se había aventurado a permanecer en la puerta de la posada.

― Así me han llamado muchas veces.― Vladimir comenzó a reírse a medida que se acercaba con lentitud a Neah. Como si se le hubiera activado un resorte, se lanzó a correr hacia ella con una sonrisa macabra en los labios. Pretendía darle un buen cabezazo.

Sin embargo, Neah, previendo sus acciones, echó un rápido vistazo a la estancia que tenía a su alrededor. Apretando los dientes con angustia, descubrió sillas partidas; mesas rotas y despiezadas por todas partes; una chimenea. ¡Exacto! ¡Ahí estaba su respuesta! Agarró el atizador cual jabalina y lo lanzó con la habilidad y la fuerza necesaria para que se clavara en el suelo en el mismo instante en el que el pie izquierdo de Vladimir se apoyara allí.

Vladimir tuvo que frenar su carrera con un fuerte y torpe pisotón que le hizo tambalearse por unos segundos cruciales. Se notaba que a penas era capaz de coordinar su cuerpo, con muchas más dificultades que cuando el Pecado se había enfrentado a la caballero por primera vez.

Neah sabía que esa era su oportunidad. Una vez inmovilizado, solo quedaba asestar el golpe final de su táctica: una patada en las zarcillos reales haciendo honor a su hermana menor.

The Dark SphereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora