Toda la taberna la miró con malos ojos. El bueno de Abad era muy querido, mientras que el caballero no era más que un forastero que dudaba de la veracidad de sus palabras.

Tras un momento de tensión, Neah sintió que la apartaban un poco a medida que Vlad se hacía paso para dirigirse al anciano, ignorándola completamente. Llevaba las manos en los bolsillos y esa actitud interesada que a Neah le irritaba tanto.

- ¿Cómo eran sus ojos?- Inquirió, abriendo los suyos como si quisiera devorar a su interlocutor.

- Negros como la noche.- Respondió el anciano, evitando su mirada.- Carentes de alma.

Eiden se percató de que, por la forma de hablar del Pecado, parecía tomarse muy en serio las declaraciones de aquel anciano. Vladimir aparentaba desinterés, pero en realidad tenía la misma aura que cuando vio por primera vez a Neah. En ese entonces estaba borracho, y ahora no era diferente.

Para sorpresa de Abad, Vladimir se encogió de hombros:

- Hace mucho que no tengo una pelea de verdad.- Comentó en voz alta, más para sí que para el resto.- Anciano, llévame hasta allí. Si es cierto lo que dices, hasta podría ser divertido.

Neah frunció el ceño dentro de su yelmo. No obstante, consideraba que no estaba de más dejarle actuar a él por una vez. Al fin y al cabo, parecía menos borracho que de costumbre, o por lo menos sabía dónde estaba y qué estaba haciendo.

Además, su tono de voz le recordó que el Pecado era en realidad mucho mayor que ella, sin saber exactamente su edad verdadera. A veces se le olvidaba por su apariencia de veintitantos y su actitud despreocupada. Era una de las consecuencias de ser inmortal: al aparentar ser joven, pocos reconocían su madurez mental. Por supuesto, Vlad era la excepción a la norma.

Las chicas en torno a Leo empezaron a cuchichear sobre lo valiente y temerario que era Vladimir, robándole toda atención al ethariano.

- Yo...- Empezó a decir Leo, no muy convencido al principio.- Yo también voy.- Se levantó como un resorte. No iba a permitir que Vlad deshiciera el camino andando.

Las chicas se rieron un poco, y comenzaron a comentar algo sobre un caballero y su leal escudero.

Entonces, Vladimir volvió la vista hacia Eiden, girando la cabeza como quien gira una calabaza.

- Ella se queda. Sería un estorbo.

Neah asintió, completamente de acuerdo.

- ¿¡QUÉ!? ¿Esperas que me quede aquí de brazos cruzados?- Protestó la princesa.

- Él también debería quedarse.- Dijo Neah mirando a Leo, que asintió también de acuerdo, pero luego se percató y protestó igual que Eiden, aunque no tan convencido.

- Pero requeriréis de que os preste ayuda en el campo de batalla.- Repuso Leonardo intentando sonar pomposo.

- Serás más útil aquí, protegiendo a las mujeres y a los niños.- Dictaminó la grave voz del caballero. Neah ya se conocía la "valentía" intermitente de Leo y sabía que el ethariano saldría corriendo en cuanto no estuviera a la vista de las chicas a las que intentaba cortejar. Además, no pensaba permitir que Eiden se quedara sola otra vez.

Ésta, al sentirse sin el apoyo de su hermana, volvió a alzar la voz, frunciendo el ceño más de lo que una señorita debería si no quería tener arrugas.

- ¡¡No soy una niña!! ¿Quién os da derecho a decidir sobre mí? ¡¿Acaso el hambre os ha dejado imbéciles?!- Sabía bien por qué la hacían quedarse. Sabía muy bien por qué Leo debía quedarse con ella. Sabía muy bien en qué estaban pensando esos dos, y no lo soportaba.

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