Acto de Desaparición

316 4 0
                                    

(Disappearing Act, 1953)

Estas anotaciones proceden de un cuaderno escolar hallado hace dos semanas en una confitería de Brooklyn.
A su lado, en el mostrador, había una taza de café a medio acabar. El propietario de la tienda dijo que no había entrado nadie en las tres horas anteriores al momento en
que se fijó en el cuaderno.

Sábado por la mañana a primera hora:

No debería estar escribiendo esto. ¿Y si lo encuentra Mary?
¿Qué pasaría entonces? El fin, cinco años tirados por la ventana,
eso es lo que pasaría.

Pero tengo que sacármelo de dentro. Llevo demasiado tiempo
escribiendo. No tendré paz a menos que ponga las cosas por es-
crito. Tengo que expulsarlas y simplificar mis pensamientos. Pero
cuesta mucho hacer que las cosas sean simples y sin embargo es
muy fácil volverlas complicadas.

Mis pensamientos se remontan a varios meses atrás.

¿Cómo empezó? Por supuesto, con una discusión. Debe de haber habido miles de ellas desde que nos casamos. Y siempre la misma, eso es lo más espantoso.
Dinero.

-No es una cuestión de tener confianza en lo que escribes
-decía Mary-. Es cuestión de pagar las facturas y de si las vamos
a pagar o no.

-¿Facturas de qué? -decía yo-. ¿De necesidades? No. De co-
sas que ni siquiera necesitamos.

-¡Que no las necesitamos!

Y así seguíamos. Dios, la vida es imposible sin dinero. No se puede hacer nada, lo es todo, cuando no es nada. ¿Cómo podía es-
cribir en paz si estamos siempre preocupados por el dinero, el dinero, el dinero? El televisor, la nevera, la lavadora... nada estaba pagado todavía. Y la cama que quiere...

Pero, a pesar de todo, yo, como un tonto de remate, insistía en empeorar la situación.

¿Por qué tuve que salir como un tornado del apartamento la
primera vez? Habíamos discutido, claro, pero no era nuestra
primera discusión. Por vanidad, eso fue todo. Después de siete
años, ¡siete!, de escribir, sólo había ganado 316 dólares. Y todavía
trabajo por las noches en ese miserable trabajo a tiempo parcial,
mecanografiando. Y Mary tiene que seguir trabajando en el
mismo sitio conmigo. Dios sabe que tiene todo el derecho del
mundo a dudar. Tiene todo el derecho a seguir insistiendo en que
acepte ese trabajo a jornada completa que Jim sigue ofrecién-
dome en su revista.

Depende todo de mí. Sólo tenía que reconocer mis lim-
itaciones, sólo tenía que dar un paso en la dirección adecuada, y
todo quedaría resuelto. Se acabó el trabajo nocturno. Mary podría
quedarse en casa, como quiere, como debe. Un paso en la direc-
ción adecuada, nada más.

De manera que he estado dando pasos en la dirección equivoc-
ada. Dios, me doy asco.

He quedado con Mike. Los dos como imbéciles de ojos vid-
riosos, hemos salido con Jean y Sally. Durante meses, ignorando
la obvia certeza de que estábamos comportándonos como unos
necios. Perdiéndonos en una nueva experiencia. Haciendo el
burro con la máxima perfección.

Y anoche, los dos hombres casados fuimos con ellas a su apartamento y...

¿Es que no soy capaz de decirlo? ¿Es que tengo miedo, soy de-
masiado débil? ¡Necio!

Adúltero.

¿Cómo se han podido complicar tanto las cosas? Amo a Mary.
Mucho. Y sin embargo, a pesar de que la amo, he hecho esto.
Y para complicarlo aún más, lo he disfrutado. Jean es dulce y comprensiva, apasionada, una especie de símbolo de las cosas perdidas. Fue maravilloso. No puedo decir que no lo fuera.
Pero ¿cómo puede ser maravilloso lo que está mal? ¿Cómo puede ser emocionante la crueldad? Es todo perverso, es todo confuso, y embarullado, y enfurecedor.


Cuentos Fantásticos - Richard MathesonWhere stories live. Discover now