16. Estar enamorada.

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-¡Diablos! -La escuchó rugir. Acto seguido descendió, notoriamente molesta. La siguió sin poder evitarlo-. ¡Qué haces! -gritó frente aquel hombre que debía rondar los cincuenta. Ignacio la ignoró y siguió su camino. Ella lo detuvo de la manga-. Responde, ¿qué haces? -Se sacudió de su agarre dejando lo que llevaba dentro del garaje.

-Es mi casa, Kristián, que mis padres te criaran no te da ningún derecho, esto es de mis hermanas y mío. Así que ya sabes, aquí estaré hasta que todo se defina. -Cristóbal sintió la rabia arremolinarse en sus viseras. ¿Eso era posible? Cayó en cuenta de un poco de su vida, pero lo que en realidad lo enfureció fue escuchar a ese hombre decir aquello a unas horas de que su madre hubiese fallecido.

-¡Sabes bien que este lugar me lo dejaron a mí, y no te atrevas a meter una cosa más! ¡Las sacaré, te lo juro! -Otra mujer apareció, guapa, casi de la misma edad que aquel hombre. Las reacciones de Kristián lo asombraron por un momento, era impulsiva, actuaba sin el menor temor.

-Ignacio, no puedo creer que estés haciendo esto... No ahora, nuestra madre acaba de irse, Kris es dueña de este sitio... ¿Qué pasa contigo? -lloraba con la mano temblorosa en la boca.

-Me importa un carajo, este lugar también me pertenece por derecho, ya tengo abogados, y no te quedarás con él. No siendo la bastarda de Ileana. -Kristián, fuera de sus casillas, se acercó y sin más, estampó su mano en la mejilla de ese hombre. Alarmas de alerta se encendieron en la cabeza de Cristóbal al ver que él regresaría el golpe. La tomó por la cintura decidiendo intervenir. La joven lloraba desesperada, herida.

-No tengo idea de quién sea usted, pero no le aconsejo ponerle una sola mano encima -lo amenazó con un dedo y mirada cruda. Roberto ya estaba a un par de metros, mientras la joven sollozaba llena de coraje.

-Me importa poco, es una malcriada, igual a la loca de tu madre -la señaló lleno de rabia. Buscando acercarse. Cristóbal se lo impidió al tiempo que la otra mujer detenía a su hermano, notando que el que perdería al final sería él.

-No hagas esto, no se lo merece -intentó convérselo Clara, su tía.

-¡Suéltame! -rugió rojo de ira.

-Escuche muy bien, señor. Si esta casa quedó a nombre de Kristián, usted no podrá hacer absolutamente nada y peor aún, ella lo podría denunciar por allanamiento de morada, así que le aconsejo saque lo que ha metido y deje las cosas así -El hombre se acercó aún más, logrando así que su equipo de escolta diera unos pasos adelante. Los notó arrugando la frente, amedrentado si era sincero.

-¿Con quién carajos te estás metiendo? -La cuestionó pensando lo peor-. Son iguales, cínicas, unas zorras -y entró a la casa dejando lo que pretendía meter ahí en la calle. Kristián temblaba como una hoja, abrazándose a sí misma con ansiedad.

-Mi amor, lo siento mucho, hablaré con él, verás que entiende -se acercó la mujer, preocupada por la chica. Ella negó retrocediendo.

-No estuvo a su lado y no me importa la casa, que se la quede, yo solo quiero que ella regrese -musitó llorando de forma desbordada de nuevo, encogiéndose, sosteniéndose de una reja. Cristóbal sintió que su alma se rompía en mil fragmentos, ya comprendía mucho más gracias a ese desagradable incidente.

-Debes descansar, lo sabes -susurró la mujer, acongojada.

De repente la joven lo miró con ruego en esos ojos que parecía hundirse cada minuto más y más. Cristóbal abrió la puerta del auto con gesto serio, firme. Ella avanzó sin decir nada.

-Kris, esta es tu casa -le recordó la mujer, llorando también.

-No sin Aby -y cerró la puerta. Clara observó al hombre. Acongojada, también preocupada por su sobrina, sabía que su mundo se estaba desmoronando.

Atormentado Deseo  © ¡A LA VENTA!Where stories live. Discover now