Fingiré que nunca escuché esto —Escucho una voz detrás de mi puerta.

—¿Escuchaste eso? —le pregunto a Rosa mientras me pongo de pie y camino hacia la puerta.

—Yo no escuché nada.

—Cállate —le susurro.

Pongo mi mano sobre la manilla de la puerta y la giro lentamente. Después abro la puerta de golpe y ya siento que me va a dar el patatús en cuanto veo quien está detrás.

—Papá... ¿Qué...? ¿¡Qué haces detrás de mi puerta!? —grito alterada y llena de vergüenza.

Mi papá acaba de escuchar el cómo casi pierdo la virginidad en el patio de mi abuela y con un universitario, oh Dios mío, qué grande es mi mala suerte. Ya mejor llévame.

—Yo, amm. Olvida que esto pasó. No debí husmear, lo siento, hija.

—Procura no volver a hacerlo —Al parecer él estaba más nervioso que yo, sus mejillas estaban rojas y sus ojos bien abiertos.

—Tengo que castigarte por esto ¿sabes?

—¿Violas mi privacidad y después quieres castigarme?—Entro en pánico y es lo único que se me ocurre.

—Cierto... Además ya eres adulta, así que sólo no lo hagas en la casa de tu abuela, ni en la casa ni en ningún lado. ¿Pero sabes qué? Eso de hacerlo en el patio de tu abuela fue irrespetuoso, así que sí estás castigada; una semana sin salir y sin celular —Estira su mano y no me queda más remedio que entregarle el celular. Lo veo irse escaleras abajo rápidamente. Cierro la puerta y me vuelvo a sentar en mi cama, a un lado de Rosa. Mi padre también está un poco loco.

—¿Cómo supiste qué estaba espiando? —me pregunta.

—Lo escuché hablar.

—¿En serio? Porque yo no escuché nada.

—Es bastante extraño. Hace días que me pasa esto —digo para mí misma.

—¿Te pasa qué?

—Nada, nada. Tal vez soy solo yo.

—¿Y qué vas a hacer? Estás castigada y tienes que ir a casa de Rodrigo.

Ya lo había olvidado.

—Supongo que salirme por la ventana, no hay de otra. Además, no creo que nada salga mal.

(...)

Abrí la ventana después de dejar la computadora encendida mientras se reproducía una película cualquiera. Me aseguré de haberle puesto llave a la puerta de mi habitación antes de irme.

Llevaba un overol corto y una camisa blanca, el día de hoy hacía bastante calor. Traté de bajar la ventana con cuidado. Me puse de pie sobre el balcón y luego bajé utilizando todo lo que estaba a la mano. Cuando lo logré, salí trotando a la casa de Rodrigo.

Cuarenta minutos después ya estaba en su puerta, toda agitada y algo despeinada, mi intento de coleta firme era patético.

Toqué el timbre y esperé.

—Hola —saludo a Rodrigo. Pero por un momento bajé mi mirada y me di cuenta de que no estaba usando camisa, ni zapatos. Dios no me lo pudo haber puesto más difícil.

—Pasa.

Se hizo a un lado y yo pasé. Literalmente podía sentir lo caliente de su piel sin tocarla.

—Tu casa se ve...diferente sin tantas personas —digo un tanto nerviosa. Vaya que hace calor aquí.

Oh, dejavú.

Deseo... deseoWhere stories live. Discover now