V.

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—¿Una fiesta? —preguntó incrédulo con el móvil pegado a la oreja derecha y una sonrisa que de a poco fue tornándose más grande.

—Claro Mario, ya sabes cómo es Regina. Le encantan las fiestas a lo grande, sus padres se irán el fin de semana y planea aprovecharlo bien —escuchó la voz entusiasmada de Ramiro, su mejor amigo, al otro lado de la línea.

—No lo sé... —dudó por un momento—. Quiero ir, pero si repruebo el examen del lunes pasaré el verano entero en el estúpido curso del profe Sosa, y perderme el viaje a Cancún con mis primos. No sé, no me suena a buen plan.

—Será el viernes Mario. Tendrás sábado y domingo para estudiar —insistió el muchacho logrando hacerlo considerar la idea—. Además, va a ir Agustín y seguro podrán charlar a solas en algún lado, estoy seguro que todos van a preferir estar en la alberca y donde esté el alcohol, ¿qué dices?

—Agustín, dices... —reflexionó en voz alta y se le vino a la mente aquella mañana en el vestidor cuando, después de haberse embobado mirándolo durante la práctica de baloncesto, se lo topó de frente justo cuando iba saliendo de las regaderas con sólo una toalla alrededor de la cintura para cubrir aquel cuerpo atlético de músculos bien definidos producto del ejercicio. Recorrió con la mirada a Agustin de la cabeza a los pies y de regreso como si estuviera soñando, y no como su estuviera en serio frente al muchacho de sus fantasías. Le miró sonreírle y eso lo hizo reaccionar, se disculpó por la actitud extraña pero al muchacho no parecía molestarle que le hubiera contemplado de aquella manera. Después de eso, charlas; muchas conversaciones sobre música y deportes hasta el momento en que se atrevió a confesarle que fantaseaba con él. Agustín no lucía sorprendido tras escucharlo y lo besó haciendo que sintiera que flotaría de un momento a otro, fue un beso largo y húmedo, uno que guardaba en su memoria con singular cariño. Ya habían tenido sexo una sola vez, fue una experiencia más bien torpe y llena de contratiempos pero lo suficientemente linda a su modo de ver que se había quedado con ganas de repetir; y no se había dado porque el torneo de baloncesto estaba manteniéndolo de cancha en cancha, de entrenamiento a juego; además los grupos de estudio les hacían tener que verse para todo menos tocarse, y a pesar de aquello encontraron la forma de acariciarse y besarse sin poder hacer más que eso por todas las interrupciones. Aquella fiesta sería la oportunidad perfecta para buscar quedarse a solas con él, no podía perdérsela.

—¿Sigues ahí? —escuchó la voz de Ramiro al otro lado de la línea trayéndolo de vuelta a la realidad.

—Sí, iré —respondió con una seguridad renovada. Un convencimiento que logró sorprender a su mejor amigo.

—¡Me tienes sorprendido! —Exclamó el muchacho—. ¡Qué cambio de actitud el tuyo!

—Lo sé, pero no sabía que él iría —reconoció entusiasmado—. Estudiaré duro sábado y el domingo de ser necesario.

—Te ayudaré —le escuchó decirle.

—Gracias.

—¡Claro!, sólo concéntrate. El viernes paso por ti a las siete, veremos la forma de que puedas hablar a solas con el príncipe de la escuela.

—Gracias Ramiro.

—No te preocupes. Eres mi mejor amigo y dije que te apoyaría sin importar qué.

—Eres un gran amigo.

—Lo sé, debo colgar. Mi hermana quiere que la lleve al centro comercial. Te veo el viernes en tu casa, ¿de acuerdo?

—Sí, gracias. Y suerte en el centro comercial.

—Claro...

Mario se tumbó bocarriba sobre su cama. Fijó la mirada en el techo y visualizó en su mente aquella amplia sonrisa, aquellos labios carnosos y esos ojos castaños de fuerte mirada que le hacían sacudirse cuando le miraban. Sonrió sin poder evitarlo. Iría a la fiesta de Regina, no le sería difícil convencer a su hermana de cubrirlo esa noche, su madre volvería ya muy tarde y lo suficientemente cansada para que cuando él volviera se percatase de algo. Le diría a su madre que iría a casa de Ramiro por la tarde y que volvería tarde, esperaba que su madre no quisiera averiguar si era cierto o no, y que la madre de Ramiro no le contara sobre lo de la fiesta; Regina era una de esas compañeras de escuela que para su madre representaba un dolor de cabeza, una chica "rebelde" que hacía lo que le venía en gana. Suspiró, tanto planear cómo haría para ir a la fiesta hizo que le diera sueño, y sin darse cuenta fue quedándose dormido.

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