10. Fuego lacerante.

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Comieron en silencio. La joven le daba, luego Cristóbal observaba como comía ella. Sonrieron, se lamieron los labios cuando restos de comida quedaban en sus comisuras, se besaron entre bocados y la temperatura iba ascendiendo.

Cuando llevaban la mitad del segundo bote, Kristián lo dejó en la mesa del centro, se sentó a horcajadas sobre él y comenzó a besarlo nuevamente. De inmediato todo volvió a la marcha. Sin esperar mucho, salvo para tomar las precauciones necesarias, se hundió en ella sin siquiera despojarla de su camisa ya toda arrugada. Lentamente, riendo, saboreando, mirándose a los ojos cuando no se besaban, dejándose llevar por el vaivén, disfrutando del momento, olvidaron cualquier cosa que no fuera lo que sus cuerpos sentían. Gemidos y jadeos entremezclados, goce total y aquél huracán que al finalizarlo todo llegó para torturarlos y hacerlos rugir por la pasión.

Ya se vestían. Era casi media noche y no se habían percatado del tiempo, de lo intercambiado en esas horas. La ayudó a ponerse la ropa, para luego hacer lo propio. Abrió la puerta cuando apagó las luces. Antes de entrar al elevador la detuvo pegándola a un muro, besándola nuevamente.

-El domingo... aquí. Tú di la hora -la instó perdiendo la mano en su melena desbordada.

-A las siete... -susurró entre suspiros contra su boca. Un último beso antes de que el ascensor anunciara su llegada y todo volviera a ser lo que era: nada.

Se introdujeron en su auto sin mirarse, sin hablar, la incomodidad de terminar la velada la sufrían ambos y no lo aceptarían, no tan fácilmente.

Al verla sentarse como solía frente a él en la junta matutina, apretó la pluma con la que jugaba. La noche estuvo matizada de su aliento, de su fragancia, de sus jadeos y en ese momento que la veía ahí, así, nuevamente estilizada, pero con esos ojos que no lograban esconder su verdadera esencia, sintió de nuevo el deseo de perderse en sus labios, por lo menos hasta que esa sensación molesta de ansiedad se disipara.

Kristián sonreía con naturalidad, pero lo evitaba deliberadamente. ¿Qué sería de su vida? ¿Qué haría en su tiempo libre? ¿Viviría sola? Lo dudaba, algo le decía que no, pero parecía una mujer demasiado independiente como para que compartiera aún el techo con su familia. A sus treinta y cinco años, ya pocas cosas despertaban su curiosidad, y ella lo mantenía elucubrando más veces de las que reconocería.

-Creo que es todo, señor. Buena mañana -dijo Roberto y acto seguido desapareció. Cuando se quedaron solos, ella comenzó a recitar lo que faltaba.

-¿Cuántos años tienes? -preguntó sin más, captando su atención de inmediato. Sus dos lunas oscuras se posaron en él sin saber qué responder.

-Acabo de cumplir veinticinco -respondió aferrándose a la tableta. A qué venía esa pregunta. Cristóbal asintió reflexivo.

-No dejaste de estudiar -comprendió serio. Ella negó ladeando la cabeza.

-Entré a la maestría al terminar la carrera. Me gusta mucho todo esto -admitió torciendo esa boquita que deseaba mordisquear.

-Lo haces bien, ¿sabes? Para tu edad y experiencia, estás muy preparada -Kristián sonrió orgullosa.

-Eso es un cumplido, señor Garza -rio asintiendo al tiempo que giraba su silla hacia el ordenador. Esa mujer podía ser diez años menor que él, pero en definitiva su mente trabajaba a la velocidad de la luz.

-Así es, señorita Navarro... Sigamos -y no volvieron a cruzar las miradas lo que restó de la junta, no obstante, la tensión y partículas extrañas iban y venían sin que lo pudieran evitar, transportadas por sus voces, por sus aromas, por sus cuerpos tensos.

Se toparon poco, ambos inmersos en pendientes, entraba y salía por alguna situación pero todo en un tono formal.

Minutos antes de las dos, una mujer ataviada con un saco de marca, elegante, con una melena hasta la cintura perfectamente alisada, con maquillaje impecable, y sonrisa déspota, apareció ahí. Kristián la observó sin comprender por qué nadie la anunció. Blanca le hizo un ademán para que guardara silencio y no pusiera trabas. De inmediato una ráfaga incómoda recorrió su columna vertebral. Algo se activó en su interior, un fuego lacerante comenzó a correr por su torrente de una forma que desconocía.

Atormentado Deseo  © ¡A LA VENTA!Where stories live. Discover now