10. Fuego lacerante.

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Al encontrarse sola, Kristián se sentó sobre la cama, aferró las sabanas cubriéndose un poco. Se sentía nerviosa, sin tener la menor idea de lo que pasaba, de lo que su cuerpo estaba experimentando, ansiosa, pero a la vez, deliciosamente deleitada por cada minuto ahí compartido. No entendía qué pretendía Cristóbal, tampoco por qué ella se estaba dejando arrastrar por todo ese extraño momento, sin embargo, no deseaba irse, no quería que terminara y eso... eso le preocupaba aún más que todo lo demás.

-¿Vienes? -preguntó él suavemente de pie al lado del muro, contemplándola. Kristián asintió, se irguió y buscó con la mirada sus cosas, algo con que cubrirse, no temía de su desnudez, pero en todo lo que ahí sucedía, no deseaba sentirse más expuesta. Un segundo después Cristóbal le tendía su camisa con un dedo, sonriendo. Ese gesto la descolocó. Se la puso bajo su escrutinio.

-Gracias... -y paso a su lado con tan solo un par de botones abrochados.

-Es un placer -musitó girando para ver su andar, su figura sensual envuelta con desgarbo bajo su prenda. Era tan terrenal, tan particular que lo consumía, más aun verla con esa manera sencilla, sin pretensiones, sin desear agradar a nadie. Se acercó a las bolsas y las abrió con intriga, dejando ver con ese movimiento sus torneadas piernas, que realmente estaban bien ejercitadas. Sacaba las cajas y las colocaba sobre la barra, luego abrió una, la olió, tomó los palillos y parecía lista para atacar. Al percatarse que él no se movía, lo miró intrigada.

-¿No comerás? -quiso saber llevándose un trozo de pollo a la boca, ahí, de pie, mostrando parte de su exquisito cuerpo, con la melena desordenada, con los ojos chispeantes y llenos de vitalidad.

Sonrió negando. Obviamente no esperaría a sentarse sobre la mesa, guardar la compostura y con finos modales engullir aquello. Lo cierto era que prefería ese toque de desgarbo, de ambiente relajado, lo hacía sentir más... cómodo. Siempre los formalismos, las buenas maneras, las palabras justas, el comportamiento adecuado.

Desde que sus padres murieron hacía catorce años, no se volvió a dar la oportunidad de experimentar nada sin razón, todo tenía un motivo, cada paso, aprender y aprender, observar, generar, dar el ancho, ser lo que los demás esperaban cuando heredó todo ese emporio a una edad tan temprana. Eso fue lo que reinó en su vida durante tanto tiempo. En ese momento, viéndola a ella, podía recordarse como aquel adolescente de diecisiete que cabalgaba tras algún animal como un desquiciado en la hacienda de Matías, ambos alocados, riendo, gritando, viviendo. O cuando iban a antros y terminaban hasta el amanecer, ebrios en algún sitio, y sus padres les imponían castigos que al final de todas formas disfrutaban porque nada era lo suficientemente malo si se era libre, si no había expectativas, ni dolor que cargar. La vida lo consumió, sus malas decisiones lo enterraron y la soledad, pese a estar acompañado, ahora comprendía, fue parte de su existir por demasiado tiempo. Prepararse tanto lo llevó a ser quien era; un hombre con una cantidad enorme de negocios, envidiable posición, indudable poder, pero más solo y vacío que nadie. Y de alguna manera era lo justo, él debía pagar todos esos años que sumieron a su hermana en un infierno, generándole heridas que jamás podría olvidar.

Él merecía vivir como vivía, merecía la inmundicia que reinaba en su mente, merecía no ser feliz pues la culpa jamás se lo permitiría.

-La verdad está bueno -interrumpió sus pensamientos ella aproximándose. Elevó sus palillos y le acercó un poco a su boca. La abrió al ver que Kristián parecía absolutamente confundida, pero que no diría nada al respecto. Lo saboreó asintiendo.

-Podrías compartirlo, entonces -y la tomó por la cintura, se acercó a un sillón y la sentó sobre sus piernas olvidando sus pensamientos lúgubres al tenerla cerca. Ella se sonrojó, pero no se negó, al contrario, sonriendo le dio un poco más, erguida sobre él.

Atormentado Deseo  © ¡A LA VENTA!Where stories live. Discover now