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Él tenía esa extraña habilidad de desaparecer la tristeza en mí. Era algo que hacía todo el tiempo, y que hacía bien. Ese día hablamos como amigos, miramos las estrellas y luego nos fuimos a acostar en la misma cama.

Estábamos muy separados, la luz estaba apagada, él estiró la mano y me tocó.

—Hablemos —le dije.

— ¿De qué quieres hablar?

Su voz sonaba cansada y lejana. Él o yo, cualquiera de los dos, realmente no estaba allí.

Antes de seguir, entiende esto: las cosas desaparecen cuando deben desaparecer, y allí estaba desapareciendo un pedazo de Marka, no era mucho, era solo una parte, pero cuando agrietas algo, inevitablemente termina rompiéndose.

Mark seguía tocándome de ese modo. Yo estaba boca abajo, así que me volteé hacia él para sentirlo mejor. Luego de un momento su mano no era su mano, y mi vagina no era mi vagina. No lo sé, había algo entre los dos, algo abstracto y físico a la vez; una distancia, una verdadera distancia. Todos los momentos felices que habíamos tenido ya no importaban; se habían esfumado y yo tenía que entender eso.

Me acerqué más, sus dedos tomaron más profundidad, y lo besé.

Esa era la distancia, la distancia que no había entendido, la distancia larga que solo había sentido. Una distancia que estaba allí, entre mi te amo, y su te quiero. Era palpable, era la distancia más larga que pude experimentar, pero yo estaba allí, y él me estaba besando. ¿Entonces por qué? ¿Por qué sentía eso si ambos estábamos allí?

Me masturbó, me besó y nos fuimos a dormir.

Esa noche descubrí que esa no era la vida que quería; no quería una vida durmiendo en lados separados de la cama, y sobre todo, no quería una vida donde me pasase la noche pensando mientras tenía a la persona que más amaba a un lado.


La distancia más largaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora