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Hago garabatos en la hoja mientras que la profesora sigue hablando. Estoy a punto de explotar, no aguanto su voz. Es gangosa y hace que mis instintos homicidas despierten y que mi mente se llene de cosas que contengan sangre, mucha sangre. 

Me cercioro de que nadie me vea y saco unos auriculares de mi mochila, los conecto a mi IPhone y me voy a Spotify, poniendo en reproducción lo primero que sale. 

Sigo haciendo garabatos hasta que siento esa pesadez común que se siente cuando muchas personas posan su mirada en ti. Levanto mi rostro y encuentro de siete a diez chicos que me miran, una sonrisa burlona estirada en sus labios, y, en sus ojos, lo único que puedo distinguir es maldad. Un malestar junto con una pizca de ira se forma en la boca de mi estómago. 

Me gustaría...me gustaría ver esas sonrisas con los dientes llenos de sangre, sus odiosas caras contorsionadas por el dolor, sus ojos llenos de lágrimas, suplicando por vida. Suplicándome a mí por vida. 

Mis garabatos se transforman en dibujos. Dibujos de hachas, de pistolas y de instrumentos de tortura.

Dios, me siento tan enfermo. 

Mis manos comienzan a temblar y dejo el lápiz caer. Guardo todo en la mochila y arrugo los papeles tratando de hacer el menor ruido posible. 

La campana suena y me levanto raudamente, echando los papeles a la basura y yendo de manera rápida y directa al baño. 

Antes de cerrar la puerta, echo un vistazo y los chicos que antes me miraban vienen corriendo en esta dirección. Frenético, le pongo seguro y me alejo unos dos metros de la puerta, a la altura de los lavamanos. 

Como si fuera arte de magia, los golpes se comienzan a escuchar al otro lado de la puerta. 

—¡Marica asquerosa, abre la maldita puerta! —grita una voz masculina que hace que todos los vellos de mi piel se ericen.

Repugnantes risas se escuchan, mareándome por completo y haciéndome caer al suelo. Me paro y al momento de hacerlo, veo mi cara, roja y asquerosa, reflejada en los espejos que se sostienen arriba de los lavamanos. 

¿Es posible que mi estúpida cara me cause más repulsión que los chicos al otro lado de la puerta? 

Siguen tocando y pateando la puerta mientras que yo trato de que los malditos y horribles sollozos no salgan de mi boca. Pongo la mano en mi boca y me veo en el reflejo. Aunque tenga tapada la mitad de la cara, puedo ver que soy un asco

Cuando lloro mi frente se arruga de una manera deforme, las venas de ambos lados de mi cabeza, sobre las cienes, se marcan ligeramente, mis labios tiemblan sin control y saliva chorrea de mis labios sin mi consentimiento, eso sin mencionar lo rojo que me pongo y cómo mis ojos parecen dos gordas y grandes patatas. 

Estúpido idiota, después te preguntas por qué Helena no gustó nunca de ti. Eres débil y tonto, ¿te esconderás por el resto de tus días, mariquita? 

Me obligo a dejar de pensar y dirijo mis ojos al suelo, arañando mis brazos pues es lo único que tengo al alcance. 

Me encierro en una casilla, bajo la tapa y me siento en ella, saco un sándwich de mi mochila y comienzo a comer. Vuelvo a ponerme los auriculares, el primer álbum de Asking Alexandria reproduciéndose en mis oídos. 

No como ni la mitad del sándwich, lo desecho de inmediato y me quedo mirando la puerta de la casilla en la que me he encarcelado. 

Tengo tiempo para pensar en Helena. En su sonrisa y sus blancos dientes. En sus negros ojos que brillaban bajo la luz de la luna que traspasaba la ventana de mi cuarto. En su nariz que se arrugaba cuando decía alguna cosa incorrecta o cuando algo no le gustaba. En sus labios, en cómo las comisuras de estos se elevaban de vez en cuando. En que, en este momento, sino fuera porque ella estaba al otro lado del país, estaría comiendo conmigo, escondidos bajo las gradas, a lado del grupo de fumadores. 

Pero las lágrimas son las únicas que me acompañan esta vez.

Para cuando es hora de regresar a clases, tengo un espantoso dolor de cabeza. Aunque ya estoy acostumbrado a las constantes pulsadas, decido salir de ahí. 

El cielo está triste y las grises nubes cubren cada centímetro sobre mi cabeza. En cualquier momento podría comenzar a llover. 

Camino hasta llegar a mi casa y aunque no me acuerde del transcurso, me encuentro en frente de esta. Me escabullo por la ventana a mi pieza. Me quedo dormido el resto del día.



HelenaWhere stories live. Discover now