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-Hace unos meses, conocí a un chico en la escuela. Era nuevo y se sentó conmigo. No se apartó. Fue agradable. Noa hicimos amigos. Su nombre es Bautista. Tenía el pelo así como vos.-dijo ella con una pequeña sonrisa.- Todo despeinado y oscuro.-él rió ante las muecas de ella.- Y sus ojos eran verdes. Pero no verde suave como esos de las películas. Eran muy oscuros. Como cuando tiras tienta verde en un pequeño lugar y parece negra.
-Si, si. Ya sé cómo. -dijo él.
-Me gustaba él y a él le gustaba yo. -dijo y vio como su padre alzaba las cejas.- Si, papá. Y, un día, me invitó a cenar a su casa. Quería que su familia me conociera. Todo iba muy bien. Entonces, me preguntaron por mi familia. Les conté que mamá falleció cuando yo nací y les dije que vos estabas en la cárcel por un crimen que no habías cometido.
-Clary, no tendrías que haberles dicho eso.-dijo él.
-No iba a negarte. No pensaba hacerlo. Sos mi papá y no me avergüenzo de eso. Pero, al parecer, ellos no lo entendieron. Bautista nunca volvió a hablarme. Cambió de lugar y se apartaba de mi cuando yo quería hablarle. Sus padres habían averiguado sobre vos y le dijeron a él que no querían que me viera más.
-Clary...
-No, papá. Yo quería estar con él, me gustaba. Pero ya no lo hace. No quiero estar con nadie que no respete a mi familia. No tienen derecho a juzgarte. No te conocen. Nadie puede decir nada de vos porque no te conocen.
-Hija, tenes que entender que estoy en la cárcel, a la gente le cuesta aceptar esa clase de cosas.-dijo él y se dejó caer de lado sobre el piso.- Supongo que arruine tu vida por estar dónde estoy.
-No.-dijo ella, y se acostó igual que él.-No sos lo peor que me pasó en la vida. De hecho, sos lo mejor. El problema es que nadie más puede entenderlo. Ellos ven a un criminal y a su hija, probablemente criminal. Usan etiquetas, nos bloquean de sus posibles amistades, nos juzgan. Pero no pueden ver que las cosas no son así. No pueden ver que somos un padre y su hija separados por puertas, seguridad y barrotes. Ellos no escuchan esos chistes malos ni esas anécdotas que soles contar. No te escuchan recitar los poemas que te aprendes de memoria solo para que yo los conozca. No te ven perder peso para que todos puedan tener una porción de torta. Ellos no ven todas esas cosas. Papá, no te conocen. Y no tienen derecho a decir las cosas que dicen sobre vos.


Últimas PalabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora