Capítulo 20

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Por tres días me hizo lo mismo. Entraba, me volvía loca con sus besos y caricias y se iba. Sin hablar ni decir nada, se iba así sin más.

No había comido nada en esos tres días y estaba enloqueciendo. Si, me había escapado y estado con Lucian, pero esto era demasiado. Me sentía débil y cada vez era más y más doloroso, ya no tenía fuerzas.

Mi mente estaba divagando al cuarto día. Estaba pensando en mi madre, mi escuela y mi mejor amiga. ¿Qué habría dicho mi madre? ¿Me extrañaría acaso? Toda esa vida parecía tan lejana ahora. Seguía pensando en la inmortalidad de cangrejo cuando de pronto escuché sus pasos. Abrió la pues con un brusco empujón y entró a la habitación. Se veía tan bien, limpio y ordenado mientras que yo seguramente era un desastre de sudor y pelos enredados. Me miró con una diversión que no intentó disimular.

-¿Ya aprendiste tu lección?

No respondí, me sentía demasiado débil y además, estaba enojada con él. No tenía derecho a tratarme así. Me limité a dedicarle una mirada llena de veneno.

-Ya veo, -sus ojos seguían divertidos provocando que mi furia creciera más y más-  ¿acaso te hice enojar?
Su boca se torció en un puchero que hizo que me dieran ganas de arrancarle la cara, estaba furiosa.

De pronto, no tuve control de mi cuerpo. Empecé a sentir el calor subir hasta mi cabeza. El calor de la transformación. Mis manos se retorcían dentro de las esposas junto con los tobillos. Mi pecho subís y bajaba en rápidas respiraciones y sentía como mi columna vertebral cambiaba.

A pesar de yo estuviera cambiando, Sam no hizo nada. Su rostro estaba inexpresivo mientras que me miraba cambiando.

Por fin, supe que había cambiado por completo cuando aterricé en cuatro patas en el suelo. Mi pulso estaba como loco. Sin pensarlo dos veces, me abalancé sobre él. Por un momento creí que lo habría tomado por sorpresa pero él logró esquivarme como si no fuera nada y yo fui a dar de lleno contra la pared.

Bien pensado, Amanda.

Me levanté como pude, la adrenalina del cambio me estaba abandonando lentamente y todo el cansancio se hacía presente.

-¿Ya acabó tu berrinche? -su voz era dura, pero aquella diversión de antes seguía allí.

Mi respuesta fue un gruñido.

-Mira, yo soy el que debería estar enojado contigo, Amanda. Te escapaste, no me dijiste nada y- su semblante se volvió sombrío- lo fuiste a ver. Viste a Lucian.

-Yo debería estar con él. Lucian es mi mate, nos pertenecemos el uno al otro.- esas no eran para nada las palabras que pensaba decirle, pero se abrieron paso mucho antes de que pudiera hacer algo.

Inmediatamente, la mirada de Sam cambio. Se veía como si hubiera recibido una cachetada que no se esperaba para nada. Sorprendido pero también dolido.

-Perdón, yo no....- pero no me dejó acabar. Salió de la habitación hecho un remolino y azotó la puerta detrás de él.

Excelente Amanda, esta vez de verdad te luciste.

(***)
Sin nada que me mantuviera presa, salí de la habitación. Mi primera parada fue claramente la cocina, dónde comí lo equivalente a tres días. Después, salí al jardín, esta vez en mi forma humana y sin alejarme de la mansión. Pensé en que probablemente Lucian estaría preocupado por mí ya que no volví al día siguiente. Pero él debía entender que no podía abandonar a Sam de esa manera. También lo necesitaba a él.

Así se fue el día, pensando en todo y en nada al mismo. Mi cabeza hecha un desastre. Cuando llegó la noche, decidí ir a hablar con Sam. Mi corazón dolía de solo pensar que estaba herido.

Y además, por tu culpa.

Pero al mismo tiempo, seguía enojada con él. Mi orgullo era grande, pero más grande era el dolor que sentía al recordar su cara cuando dije aquellas palabras.

Me dirigí a su habitación y me detuve fuera de la puerta. Estaba pensando en qué decirle cuando escuché algo extraño. Agudicé mi oído y me concentré lo más posible en reconocer los sonidos. No fue nada difícil.

Alguien estaba gimiendo. Una mujer, claramente. Me tomó varios segundos asimilar todo aquello.

Había una mujer en el cuarto de Sam.
Gimiendo.

La ira entró de nuevo a mi cuerpo. Sin pensar, abrí la puerta y me quedé observando. Me arrepentí al instante. Había una mujer (que nunca había visto, por cierto) debajo de Sam. Desnuda y con los ojos llenos de furia en mi dirección. Sam, por su parte, estaba también desnudo sobre ella y sus ojos estaban abiertos como platos.

Entonces corrí.

No sabía a dónde iría ni qué estaba haciendo. Podía escuchar a Sam gritar mi nombre pero no me importaba, yo seguía corriendo.

Tomada por la BestiaWhere stories live. Discover now