8. Batman y Catwoman

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El pelirrojo anduvo a pie todo el camino que lo separaba del condominio de apartamentos. Cuando entró por la puerta y saludó al portero aún llevaba el cabello húmedo. Subió en el ascensor con aire dubitativo, como siempre le ocurría después de tener una pelea con James. Su relación nunca había sido la mejor y detestaba cuando lo dejaba con esas sensación de inutilidad, porque aquello lo ponía a pensar y él detestaba pensar porque aquello hacia que su conciencia entrara en escena y eso era lo peor que podía pasarle. Las decisiones estaban tomadas desde hacía años y aun así se las arreglaban para que sus pequeños aguijones le inyectaran en las venas esas ansias por salir corriendo de ahí y no regresar.

Pero no podía.

No quería.

Una buena parte de él sabía que todo aquello podía ser solamente una trampa, un espejismo que él había modelado a su antojo, pero no estaba dispuesto a dejarlo ir. Había comenzado como un juego y era plenamente consciente de que podía seguir siendo así. Casi era capaz de ver los cadáveres de todas las grandes leyes de los Animas esparcidos en torno a cada habitación de aquel departamento, ocultos bajo la cama, tapizando los sillones y el suelo. Pero las reglas eran sólo leyes que merecían ser medidas, puestas a prueba, estiradas hasta que reventaran y se probaran o negaran a sí mismas. Había sido su más grande placer en su primera vida el poner en tela de juicio todo aquello que le ponían enfrente y ahora parecía que no podía evitarlo. Estaba cumpliendo con maestría el más grande experimento que alguna vez se planteó y estaba hundido hasta el cuello en ello.

Las puertas de ascensor se abrieron con un pitido cuando alcanzó la décima planta, no se trataba del edificio más grande de la ciudad pero vaya que estaba cargado de ostentaciones. Salió al pasillo que tenía las paredes decoradas con un empapelado color crema sobre el cual se extendían sinuosas líneas doradas. El piso estaba cubierto por una gruesa alfombra persa en tonos borbón. La puerta que se extendía frente a él, de caoba lacada, le pareció más impenetrable que de costumbre. Sacó de su bolsillo el juego de llaves y pasó los dedos sobre la piececilla de hierro, dudó antes de introducirla en la cerradura, pero sabía que las culpas se quedarían en el corredor cuando franqueara la puerta, justo donde tenían que estar.

Cuando él entró, la chica terminó de ponerse sus nuevos pendientes de diamantes y salió de la habitación, con sus tacones resonando contra la suela de madera, para llegar a la sala de estar, la cual tenía paredes color espuma marina, con muebles de estilo clásico, fotografías artísticas a blanco y negro colgadas en las paredes, y con una enorme pantalla plana que no combinaba para nada con la decoración.

Al verlo cerrando la puerta tras de sí, la sonrisa volvió a aparecer en su rostro. A veces le pasaba por la mente que quizá un día alguno de los dos se hartaría de esto y que jamás volverían a cruzar aquel umbral, pero ese día no iba a ser hoy; habían empezado con esto desde hacía años, y era tan jodidamente divertido que ponerle fin sería horrible. La chica cruzó la habitación y cuando estuvo frente a él, le pasó los brazos alrededor del cuello.

—Llegas tarde. Sabes que odio tener que esperar— le dijo, con su boca muy cerca de la suya, y con sus ojos verde esmeralda brillando, con su ceño ligeramente fruncido, para darle a entender que se encontraba molesta.

Doug la miró de arriba a abajo, sofocado, sin estar seguro de si se debía al hechizo en la voz de la castaña. Su perfume le llenó la nariz y fue incapaz de pensar en nada más. La situación era de lo más bizarra y le encantaría decir que sería capaz de contenerse por una vez; que podría ponerle freno cuando y como quisiera, pero siendo honestos una vez que la tenía cerca era como si todas sus preocupaciones se esfumaran ¿a quién le importaba si James lo mandaba castigado al rincón la próxima vez que se vieran las caras? En aquel momento tenía algo mucho mejor para hacer, como colocar su manos en la cintura de; así que lo hizo. Ella le pasó una mano por el cabello y soltó una especie de risita; ni siquiera le dio tiempo de contestar

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