15. Un almuerzo diferente

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-¡Estoy tan entusiasmada de que podamos trabajar juntos! - Gritó la voz de Mónica ni bien cuando salí del ascensor. Rodeé mis ojos y seguí caminando evitando su presencia detrás de mí.

-Quiero que la lleves a alguna oficina lejos de la mía. - Le dije a mi secretaria. Mónica tenía la intención de entrar a mi oficina, para su mala suerte no se le cumplió el sueño porque antes de que se percatara, cerré la puerta justo en su cara.

Una vez sentado en mi silla giratoria, frente el gran ventanal que daba vista a la cuidad, pensé en las cosas que habían pasado en la última semana. Siempre analizaba mis días anteriores unos minutos para darme cuenta en los errores que cometí el día anterior. Para mi mala suerte el error de aquella noche con Mónica no tiene vuelta atrás, pero si soy consciente de que no lo volveré a hacer.

Mi móvil comenzó a sonar en mi bolso.

-¿Diga?

-Soy yo. - Oí la voz de Annie al otro lado de la línea. - ¿Ya has llegado?

-Sí, ¿por qué?

-¿Ha ido a su primer día de trabajo?- Su voz sonaba rasposa, estaba haciendo un esfuerzo para hablar sobre ella. Sonreí viendo a la gente pequeña por mi gran ventana. Todos caminaban con sus móviles en mano, los ejecutivos con sus portafolios en mano y sus cafes. Todas las personas estaban concentradas en sus cosas, la gente iba y venía por la acera, todos iban abrigados de pies a cabeza, pálidos por el frío de las calles.

-Sí, ha venido. ¿Por qué?

Annie se quedo en silencio, suspirando para ella. Pude escuchar uno de sus suspiros frustrados. - Bueno, supongo que tendré que dejarte trabajar.

Reí.- Si es contigo con quien tengo que hablar, no me importa no trabajar un día entero.

-¿Con quién almorzaras? - Preguntó luego de un silencio interminable.

-Contigo. - Respondí. Sentí que rió por lo bajo. Amplié mi sonrisa viendo los taxis en las calles, parando y acelerando frente los semáforos. El cielo comenzaba a untarse de un color azulado fuerte, no sería nada raro que se largara a llover en nada.

-¿Dónde siempre? - Oí la voz de Annie al otro lado de la línea.

-Donde siempre. A las 13:00 te veo allí.- Le dije. - Te amo...

Las esperanzas de que ella volviera a pronunciar esas palabras se agotaban con el paso del tiempo. No dudaba de su amor pero si dudaba de que alguna vez en lo que nos resta de vida lo volviera a decir. Estaba aterrado cada segundo de mis días por el hecho de que ella no me dijera Te amo nunca más.

-Yo también. - Sin dejarme que pudiera procesar sus palabras corto la llamada como un rayo. Sonreí y sin poder evitarlo me levanté de la silla haciendo el típico gesto de cuando los futbolistas meten un gol y lo primero que haces es poner su mano en puño y agitar sus brazos doblados a cada lado de su torso. Mi oficina parecía una cancha de fútbol, yo, saltando mientras agitaba mis brazos de felicidad.

Aunque Annie fuera mi esposa y la viera todos los días en nuestra casa, la escena de ella diciéndome que también me amaba, me llenaba de felicidad. El cielo comenzó a aclararse y cuando estaba otra vez revisando papales, en un momento el sol comenzó a sonar y por alguna razón me di cuenta de que hoy sería un gran día.

Los fuertes golpes en mi puerta me hicieron girar dando paso a mi mejor amigo Dylan.

-¿Estás contento? - Preguntó al verme sonreír.
Asentí.

-Iremos a almorzar con Annie en... - Agité mi brazo parar que el traje me dejara visibilidad a mi reloj de mi muñeca. - 2 horas.

-¿Eso es bueno? - Preguntó confuso.

Sorry → j.bDonde viven las historias. Descúbrelo ahora