18. El dúo de los chicos abandonados.

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¿Acaso serían ciertos?

No, no, no.

¿O sí?

—¡¿Y qué?! ¡¿Y luego qué?! —bramé antes de poder darme cuenta. El ojo izquierdo comenzaba a temblarme y una furia cegadora embriagó mi mente.

Claire se apartó de mí un tanto asustada, pero siguió sin poder mediar palabra.

El aire comenzó a faltar en mis pulmones.

No, mierda, no.

¡Lo mataba, juro por todo lo que tengo que lo mataba!

Tomé a Claire por los hombros y la zarandeé un poco.

—¡Dime, Claire, maldita sea! —exigí—. ¡¿Ese imbécil te hizo daño?! ¡¿Te obligó a hacer algo que no querías?! ¡Porque de ser así no dudaré en mandar al infierno ese trato que hicimos hace un mes y le partiré la cara!

Claire frunció el ceño.

—¿Acaso crees que David fue capaz de...? —Al ver la severidad en mi rostro, comprendió que precisamente ese fue el rumbo que tomaron mis pensamientos—. De no sentirme de la patada, me habría reído de esa conjetura loca que hiciste —dijo, ya un poco más serena. Respiró hondo—. No fue nada de eso, así que relájate —avisó.

Mi cuerpo se relajó notablemente, quedando un poco adolorido debido a la tensión anterior.

—¿Y entonces? —pregunté sin comprender, apartando mis manos de sus hombros para depositarlos sobre las suyas y darle un apretón mostrándole mi apoyo.

Miró el techo mientras contenía las lágrimas que amenazaban con volver a salir.

Verla así me estaba matando...

—Él se va, Robert, se va —respondió.

Abrí los ojos de par en par.

—¿Cómo dices? —pregunté.

Para mi propia sorpresa, no sentí ni alegría, ni dicha, sino la más pura curiosidad y consternación.

Ella asintió con seriedad y procedió a contarme lo que había descubierto en el despacho.

—Fue horrible —agregó—. Luego de eso discutimos como nunca antes, me dijo que era una egoísta por ponerme así y que esa beca era una gran oportunidad para él, que sólo pensaba en mí y muchas cosas de ese estilo.

Apreté los labios hasta que estos no fueron más que una fina línea.

Respira, Robert, respira, comencé a repetirme mentalmente, recuerda que Claire puso como condición que te mantuvieses al margen a cambio de su amistad.

Hubo una larga lista de insultos distintos que ingenié para David en ese momento, pero preferí guardar silencio.

—También me dijo que lo de Sydney era definitivo y sin retorno —explicó y las lágrimas volvieron a bajar por sus mejillas, sorbió por la nariz y de sus labios salió una carcajada vacía, sin gracia—. Incluso llegó a sugerir que yo también debería irme a Sydney si tantas ganas tenía de estar con él.

Oh mierda...

Sin poder evitarlo más, volví a envolverla con mis brazos y a acariciarle la maraña que eran sus cabellos en ese momento para tranquilizarla.

—¿P-uedes creerlo? —lloriqueó—. Ni si-siquiera intentó detenerme cu-cuando me vine a pie —prosiguió—. Y, como si fuera poco, hoy le dio al estúpido cielo por nevar.

—Ya, ya pasó... —susurraba yo, conteniéndome para no ir a patearle el culo al desgraciado de David—. Tal vez después puedan aclarar sus diferencias, ya más calmados.

Inaccesible ©Where stories live. Discover now