28. Día del desastre.

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Capítulo veintiocho: Día del desastre.

El camino de regreso fue en completo y absoluto silencio. David no se atrevía a decir nada y yo tampoco.

Quiero que te vengas a vivir conmigo a Sydney.

Las palabras de David seguían resonando en mi cabeza una y otra... y otra, y otra vez. Sin cesar siquiera por un momento.

Irme a Sydney...

Seguramente han de estarse preguntando qué pasó luego de que David me dijo eso, así que se los explicaré de manera resumida: yo, tan "racional" y "discreta" como siempre, me detuve en seco en ese momento y quedé helada como una escultura de hielo. David me preguntó que me pasaba y yo le respondí que no sabía qué decir, eso pareció disgustarlo un poco y bueno... Con el carácter tan "sereno" y "comprensivo" que ambos tenemos, se imaginarán que ambos terminamos discutiendo sobre el asunto. Ninguno de los dos quiere ceder ante las aspiraciones del otro, así que fue un tema muy polémico para ambos que terminó con la hermosa velada.

Y ahora estábamos aquí, de regreso a mi casa y sin pronunciar ni una sola palabra con respecto al tema... Ni sobre nada, en realidad.

No sabía cómo sentirme, ni qué pensar.

Mi sueño y mis planes siempre habían sido irme a Londres con Zack e Isabel, estudiar ingeniería genética y comenzar una nueva vida... Los de David eran ir a Sydney, estudiar mecánica y establecerse allí.

Pese a tener sueños y planes diferentes, ambos queríamos compartirlos con el otro y continuar la relación.

Maldición.

¿Por qué justamente ahora? ¿Por qué cuando todo iba tan bien?

¿Qué hago, qué hago, qué hago?

David estacionó el auto frente mi casa.

Yo me quedé sentada. Su mirada se mantenía fija en la carretera y sus manos se mantenían firmemente agarradas al volante, su rostro estaba inexpresivo, con una serenidad mortífera.

—¿Estamos bien? —pregunté yo cuidadosamente.

—Claro —respondió con frialdad sin siquiera voltear a verme.

Apreté los labios y abrí la puerta del auto pero, justo cuando estaba por salir, me giré en mi lugar y le di un beso en la mejilla.

—Buenas noches y gracias por todo —Me despedí y, sin esperar una respuesta, cerré la puerta.

Entré a casa y cerré la puerta tras mis espaldas, soltando todo el aire que había estado manteniendo en mis pulmones. Vi que ya eran pasadas las nueve de la noche, por lo que mi mamá debía de estar profundamente dormida.

Me quité los zapatos y caminé entre la oscuridad a mi cuarto. Me tiré en mi cama y me quedé con la vista fija en el techo pensando en qué demonios haría.

Era obvio que David no quería dejar sus sueños de lado por mí y yo tampoco quería dejar los míos por él, pero ambos nos queríamos y deseábamos estar con el otro, ¿qué se supone que debía hacer?

Era obvio que nos separaríamos.

La sola idea de que eso pasara me dejó sin aire, un montón de recuerdos sobre David desde que nos habíamos conocido abarrotaron mi mente y, antes de que pudiese darme cuenta, silenciosas lágrimas comenzaron a resbalar de mis ojos deslizándose sobre mis mejillas.

Mi teléfono comenzó a sonar dentro de mi bolsa a un lado, me apresuré a secarme las lágrimas y tomarlo. Lo descolgué sin siquiera leer de quién se trataba.

Inaccesible ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora