25. Un poco de cliché no sienta nada mal.

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Capítulo veinticinco: Un poco de cliché no sienta mal.

Respira hondo...

Uno, dos, tres, cuatro...

Pellizco.

Cinco, seis, siete, ocho...

Pellizco.

Nueve, diez, once, doce...

—¡Ay! —Abrí los ojos y fulminé a Alice con la mirada—. ¿Podrías, siquiera, intentar ser un poco más delicada?

Ella puso los brazos en jarra.

—¿Quieres verte hermosa o quedarte con cejas de leñador? —replicó.

Rodé los ojos.

—Qué exagerada, tampoco las tenía tan feas.

Nathalia, que se encontraba sentada en mi cama detrás de mí, se dejó ver a través del espejo para intercambiar una mirada de complicidad.

¡Ay sí, ahora una no podía pasar más de un mes sin depilarse las cejas porque ya se parecía a Ralph el demoledor!

—¿Entonces quieres que te las deje así como están? —preguntó Alice, cruzando los brazos esta vez.

Me miré al espejo. Tenía que admitir que la ceja en la que Alice había estado trabajando tenía una forma bastante apreciable y envidiable.

Fruncí los labios y me recosté otra vez en la silla.

—Continúa —refunfuñé.

Alice sonrió con orgullo desdoblando los brazos.

—Buena chica.

Volví a cerrar los ojos para someterme a los métodos de tortura de Alice.

Un consejo, chicas: Aprendan a depilarse las cejas ustedes mismas si no quieren acabar siendo acribilladas por una prima con falta de sutileza.

—Y a fin de cuentas, ¿a qué viene todo esto? —pregunté, en un intento de distraerme y así apaciguar el dolor.

Alice y Nathalia habían decidido venirse conmigo a mi casa después de la hora del almuerzo, se habían empeñado en que esta noche tenía que brillar sí o sí y ellas mismas se encargarían de lograr eso.

—¿A qué viene el qué? —preguntó Alice haciéndose la desentendida

Involuntariamente, moví las cejas para fruncir el ceño y fue inevitable no llevarme un buen pellizco en el trayecto.

—No te hagas —respondí.

—No tengo ni la menor idea de qué me estás hablando —dijo, siguiendo como si nada.

Rodé los ojos, pese a que los tenía cerrados y no se iba a notar la expresión.

—Me refiero al empeño de que Nathalia y tú hayan venido a mi casa a "embellecerme", aunque está más que claro que yo soy bella —bromeé.

Nathalia y Alice guardaron un silencio sepulcral.

Yo ya sabía por dónde venía todo esto.

—Vamos, suéltenlo, ¿a dónde me llevará David esta noche? —interrogué. Nadie me dio respuesta—. ¿Nathalia, Alice?

—Es una sorpresa, por lo tanto, nuestros labios están sellados —En esta ocasión, fue Nathalia quien tomó la palabra.

Respiré hondo.

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